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Corrupción: ¿Cultura o falla de Estado?

La corrupción es una falla institucional, pero las instituciones tienen un papel fundamental en la solución.

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Escrito en OPINIÓN el

Cuando un Jefe de Estado considera a la corrupción como un problema de “cultura” no define una cuestión “académica”, verbaliza un diagnóstico. Define un problema para una posible política pública.

 

Si para caracterizar una “cultura”, son relevantes los conocimientos, las creencias y los comportamientos sociales. Si la cultura es un modo de enfrentar los problemas: arreglar con mordida una infracción de tránsito,  que los diputados obtengan una comisión por la gestión de partidas presupuestales, o que las contralorías acosen a Mónica Barrera -la testigo social- en lugar de tomar medidas para sancionar la corrupción en CAPUFE, todo lo anterior, serían culturas sociales y culturas institucionales corruptas.

 

Pero, aun suponiendo que se esté ante una cultura de la corrupción, lo que equivaldría a una cultura del fracaso; lo relevante, cuando se trata de cuestiones de Estado es qué hacer. En concreto, cuál es la función de las instituciones en el combate a la corrupción.

 

Me hubiese gustado escuchar que la corrupción es un problema institucional. La corrupción es una falla institucional, pero las instituciones tienen un papel fundamental en la solución y son las palancas de acción para cambiar la cultura, incluso, Hannah Arendt  al referirse a Eichmann destacó la relevancia de las circunstancias como el contexto para que un común se convirtiese en un monstruo. De manera más directa Cereijido en  Hacia una teoría general sobre los hijos de puta, suelta:  dadas “las circunstancias apropiadas, cualquiera puede convertirse en un hijo de puta”.

 

Las instituciones son restricciones. La clave es que sean restricciones adecuadas.

 

Cuando la corrupción es sistemática, no se trata incluso de que se cumpla la ley, es la ley la propiciadora, la gran meretriz.

 

Ilustro un ejemplo:

 

Está próximo a discutirse el Presupuesto de Egresos. Una parte es definida por los propios diputados, ellos proponen el concepto y el monto del gasto, lo anterior no corresponde a la iniciativa del Ejecutivo. Ésta es una de las mecánicas de negociación. Detrás de cada rubro no hay política pública, no hay planeación, ni programación, es la pura improvisación y la ocurrencia. El concepto del gasto es el pretexto, puede ser una banqueta, un paso a desnivel, un homenaje a Octavio Paz, etcétera, lo relevante es el monto.

 

Cuando se reúnen en la misma persona o instancia dos funciones distintas: la propuesta (lo que supone la función constitucional de administración y en esto tiene el monopolio) y la aprobación del gasto (lo propiamente parlamentario), se altera la ingeniería constitucional de frenos y contrapesos. La mecánica plantea un conflicto de intereses que, a su vez, crea las circunstancias.

 

En E.U. el presupuesto que los congresistas tienen para gastos locales se le conoce como el pork barrel y, en el barril porcino, la buena lógica es la del atasque.

 

¿Pueden cambiarse las circunstancias? O dicho en otros términos ¿Es posible cambiar la “cultura” institucional? Suena difícil que los diputados –de todos los partidos- cambien sus circunstancias ya que el status quo lleva a que todos ellos “ganen” aunque el país pierda. Es un caso típico de colusión.

 

Si los cambios institucionales difícilmente pueden venir de los diputados -para eso tendrían que actuar contra su propio interés-, al mirar a los lados el escenario tampoco es optimista.

 

Ahí es donde el Ejecutivo y el Judicial tendrían que jugar su función de contrapesos. Una adecuada restricción sería eliminar las circunstancias que propician los “moches” (traducción del pork barrel). Un rescate de la ingeniería constitucional.

 

@jrxopa