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Cooperar vía a la impunidad

Emilio Lozoya, Rubén Moreira y Alejandro Moreno viven a condición de ser testigos colaboradores para ganar impunidad. | Federico Berrrueto

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Escrito en OPINIÓN el

La debacle electoral del PRI no es lo mismo que su desaparición. Así sucedió en la primera alternancia en la elección presidencial de 2000. Derrotado en la presidencial preservó una fuerza considerable en las Cámaras y en la abrumadora mayoría de los Estados. En 2006 nuevamente fue derrotado. El candidato presidencial, Roberto Madrazo, perdió en todas las entidades y sólo obtuvo mayoría en algunos cuantos de los 300 distritos. Aún así, preservó su condición de primera fuerza en el Congreso, en Estados y municipios. La derrota de Labastida o el repudio a Madrazo no era, necesariamente, dirigido al PRI, sino a sus candidatos.

La historia que ahora enfrenta es diferente. El PRI ha perdido todo, especialmente el sentido de la política. Así es porque sus jerarcas padecen el síndrome del testigo colaborador: cooperar para ganar impunidad. Después del gobierno de Enrique Peña Nieto, para muchos, con o sin razón, el PRI es sinónimo de corrupción. Los peores y más perniciosos enemigos del PRI están dentro. No es el PAN, tampoco el presidente o sus huestes morenistas. El PRI ha sido derrotado por el abuso en exceso de quienes llegaron al partido a servirse de éste para enriquecerse y la complacencia hasta hoy de los correligionarios. 

El escándalo de Lozoya vale no por lo que dice el gobierno, sino por lo que él denuncia, fundamental de sus criterios de oportunidad: la corrupción vino desde la Presidencia de la República y no sólo eso, hubo una corrupción desbordada de la que él mismo y muchos otros fueron beneficiarios. Por cierto, es poco creíble que Odebrecht haya corrompido funcionarios y legisladores para lograr una reforma del sector energético. Es evidente, como ha ocurrido en todos los casos que involucra a tal empresa en actos de corrupción, que financia ilegalmente campañas o corrompe funcionarios con propósitos de obtener contratos de obra pública, como ocurrió en México.

Lo lamentable es que el PRI no es Peña Nieto ni Carlos Salinas. Incluso, éste pretendió desaparecerlo. Fueron los buenos oficios de Luis Donaldo y un grupo de trabajo integrado para tal propósito como Beatriz Paredes, Carlos Rojas, Genaro Borrego y otros, quienes disuadieron al entonces presidente Salinas de tal propósito.

El PRI nunca fue una buena maquinaria electoral, tan es así que conforme irrumpe la competencia, muestra incapacidad para ganar en buena lid. El PRI fue algo más, un medio de control político, no de representación, una amplia maquinaria para la reproducción del régimen en el poder sin tener que recurrir a la violencia. La lógica originaria del PRI y su justificación histórica se recrea en el México agrario, caciquil, violento y propenso a la rebelión. También fue una amplia alianza política y regional para el ejercicio del gobierno, lo que permitió importantes transformaciones institucionales nada desdeñables en el tránsito al México urbano y, posteriormente, a su inserción exitosa en la economía global. Morena es eficaz electoralmente, pero ni de lejos representa lo que sí fue el PRI para gobernar y, sobre todo, administrar la competencia interna por el poder.

Lamentable que el PRI haya caído en los presidentes de la corrupción. Ciertamente Carlos Salinas y Enrique Peña Nieto. Sus críos son Emilio Lozoya, Rubén Moreira y Alejandro Moreno. Todos viven, de una o de otra forma, de los criterios de oportunidad, esto es, condición de testigo colaborador a manera de ganar impunidad. Los enemigos del PRI.