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¿Contar sólo lo bueno?

Muchos lo saben, pero resulta difícil llevarlo a la práctica. La comunicación efectiva no puede quedar circunscrita a los elementos positivos del emisor o el mensaje. La interacción de instituciones y personajes con la sociedad es un proceso de equilibrios y matices en los que es imprescindible romper con el mito de contar siempre lo bueno.

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Escrito en OPINIÓN el

A los políticos, la controversia les viene con el cargo.

Por eso resulta infructuoso tratar de aferrarse a la información siempre positiva, halagadora, plagada de alabanzas y adjetivos favorables, o lo que es peor, servil.

Mensajes así provocan desconfianza.

Y la consecuencia natural es que se acaba dañando la imagen pública, porque la gente sabe bien que la perfección en los seres humanos no existe. Sin embargo, la mayoría se concentran en los aspectos "positivos". Además, le temen a la crítica, al error, al conflicto, al fracaso y a la derrota.

Olvidan que el líder crece ante la adversidad.

De la misma manera, les cuesta aceptar que se puede fortalecer también cuando se muestra ante sus seguidores con los contrastes de personalidad, actitud y acciones que tenemos todos. La clave para que su comunicación sea eficaz consiste en exaltar sus fortalezas y reducir sus debilidades y defectos.

Este principio forma parte de la naturaleza humana.

Si bien es cierto que todos tenemos derecho a ejercerlo, lo que no se debe hacer es engañar ni ocultar ilícitos. En el mundo de la comunicación digital y las #RedesSociales, el engaño casi no pasa desapercibido y los ilícitos, por menores que sean, tienen el potencial de alcanzar niveles de escándalo, provocando el descrédito y afectando la imagen pública.

El buen líder tiene que ser un modelo a seguir.

Pero lo aspiracional no se limita a los puntos positivos de imagen. Si así fuera, narcotraficantes y criminales no serían figuras a imitar por parte de algunos jóvenes que los respetan y admiran. ¿Por qué? El tema ha sido analizado en forma insuficiente.

El planteamiento es controvertido, sin duda.

Sin embargo, en la historia de la humanidad sobran los ejemplos de cómo se entrelazan las virtudes y defectos de los líderes en el terreno de la percepción. La gente puede hacer caso omiso o minimizar algunos aspectos negativos de su personalidad o acciones.

Un caso destacado hoy es el del rey Juan Carlos.

Sus errores sacaron a la calle a miles de españoles, quienes exigen acabar con la monarquía, aprovechando la oportunidad que vieron ante el anuncio de su decisión de abdicar.

Los problemas que ha enfrentado son demasiados.

Las acusaciones por lavado de dinero y defraudación fiscal a su yerno, Iñaki Undargarin, y luego a la infanta Cristina, no son un asunto menor.

Tampoco las infidelidades que se le descubrieron.

O qué decir de la publicación del The New York Times sobre su patrimonio que asciende a 1.8 miles de millones de euros, además de las diversas propiedades de lujo que se le han encontrado.

¿Y cómo defenderlo de la cacería de elefantes?

El rey no pudo elegir momento más inapropiado, pues la acción la llevó a cabo en el marco de la crisis económica en España, enviando un doble mensaje negativo, al matar animales en forma cruel y por la ostentación del viaje que realizó.

Aunque el rey se disculpó, la acción no fue suficiente.

El daño provocado a su imagen incrementó la desconfianza de la ciudadanía en la monarquía, en su persona y su familia. No obstante la gravedad de las fallas, el rey ha sido capaz, hasta ahora, de superar las situaciones críticas y de mantener viva la posibilidad de preservar el sistema monárquico.

Hay quienes aseguran que golpe que no mata, fortalece.

Ya lo veremos. Por lo pronto, España pondrá a prueba su capacidad para procesar la resistencia social ante el evidente desencanto. Es lo que reflejan las encuestas. Aún más: la crisis económica será un factor decisivo en el proceso político que se ha activado y en donde se volverá a demostrar la fuerza de la movilización ciudadana.

En contraste, conviene recordar el caso de Bill Clinton. 

Cuando el presidente estadounidense fue acusado públicamente de tener relaciones sexuales con Mónica Lewinsky, el liderazgo y control que su gobierno tenía sobre la economía hicieron pasar el hecho como un gran escándalo, pero nada más.

Hasta ahora, Clinton sigue activo y goza de gran prestigio.

Dos ejemplos, dos resultados distintos. Ambos dejan una lección que, en política, siempre hay que tener presente:la base para que la comunicación sea creíble y efectiva se construye sobrela empatía con las necesidades de los receptores, a pesar de los elementos negativos que se tengan que enfrentar.

El ideal es mantener la coherencia y la consistencia.

También la claridad, asertividad y sencillez. La fórmula funciona mejor cuando la imagen y el mensaje se rigen con principios éticos que no dejen lugar a dudas.

En México aún tenemos mucho que aprender al respecto.

Los temores, dudas o inseguridades de muchos líderes, siguen siendo obstáculos para lograr modelos de comunicación asertivos, de contraste y proactivos. Por supuesto que siempre habrá ataques, cuestionamientos y críticas.

En lugar de evadirlos o guardar silencio, hay que afrontarlos.

Las reacciones tardías o las justificaciones, en ocasiones, terminan afectando el cumplimiento de objetivos o dañando más la reputación que tanto se quiere defender.

¿Es tan difícil de entender?

 

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