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Cómo aprender a ser feminista y no morir en el intento

Es necesario que la lucha feminista se expanda y lo haga rápidamente.

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Escrito en OPINIÓN el

Este año me he propuesto, entre otras cosas, aprender más sobre el feminismo para luego -espero- hacerme feminista. Razones abundan y calan más en estos días de “tocamientos sin intención lasciva o de “mujeres que sólo han sentido un orgasmo al ser violadas”. No escribiré la trillada "tengo esposa, hermana, amigas...", aunque sería deshonesto no reconocer el importante rol que tiene en todo esto el nacimiento de mi hija Camila. Algo que, por cierto, no tiene nada de malo. Tildarlo de convenenciero o pancista sería presuponer que todas las mujeres feministas hacen lo mismo al luchar egoístamente por los derechos de la mujer por ser mujeres y no por la opresión milenaria que han sufrido millones de personas sin importar su género.

Empecé entonces hace unos meses a documentarme con notas periodísticas, videos en Youtube (bien millennial) y artículos de opinión. Hasta compré un par de libros recomendados por una de mis guías feministas; María Santos. Debo reconocer que durante este tiempo abrí los ojos a cosas que antes no veía. Y no porque antes haya sido un machista recalcitrante sino por haber ejercido un micromachismo silencioso e indiferente a muchos de los problemas que la mujer tiene que sortear en el mundo del hombre, como lo apodaría James Brown.

Así, empecé a ver que la cosificación de la mujer no se reduce a las estrepitosas campañas publicitarias que dan la nota, sino también a sutiles objetivaciones diarias que no hacen tanto ruido. Por citar un ejemplo, en el Día Internacional de la Mujer, el Cruz Azul optó por felicitar vía sus redes sociales a las mujeres. Su community manager lo hizo, no con un equipo de futbol femenil (que tiene), ni con aficionadas al equipo (que todavía tiene), ni tampoco con sus oficinistas (que abundan) sino con un grupo de porristas objetivizadas. La falta de sensibilidad social de este aparentemente inofensivo ejemplo es representativa de cómo la sociedad mexicana tiene enraizada la cosificación de la mujer a la que asume primero como objeto sexual y luego como futbolista, aficionada, oficinista o lo que quiera jugar a ser.

Qué decir de los estereotipos de género y cómo los repetimos sin darnos cuenta. No hablo de los burdos y enfermizos “el lugar de las mujeres es la cocina” o “la mujer es menos inteligente que el hombre” (esta última repetida por un euro-diputado para que se deje de pensar que el problema no es global). Me refiero a otros aparentemente inocuos pero que en realidad obstaculizan la equidad de género. Dentro de esta categoría destacan: “los hombrecitos no lloran”, “avientas como niña” y “la niña tiene que ser una princesita delicada y el niño un caballero fuerte y valiente”.

Además, hay que agregar que la marcada brecha salarial mundial entre el hombre y la mujer sigue siendo un problema global. Para ponerlo en perspectiva, el Foro Económico Mundial acaba de pronosticar que tardará 169 años cerrar dicha brecha salarial.  Aunado a ello, y de acuerdo a cifras del IMCO, el año pasado y a nivel mundial las mujeres ganaban 77 centavos por cada dólar que ganaban los hombres por un trabajo de igual valor. 

Por si no fuera suficiente, la violencia de género continúa siendo una dolorosa e innegable realidad particularmente en América Latina. Violencia psicológica, sexual o física a la mujer por el simple hecho de ser mujer. De acuerdo a cifras obtenidas por el Observatorio Nacional Ciudadano, en el año 2015 fueron asesinadas en México 6.5 mujeres por día en promedio, es decir, 2,383 feminicidios por año.

Por lo anterior y muchas otras razones, es necesario que la lucha feminista se expanda y lo haga rápidamente. Ahora bien, lo que diré a continuación seguramente enfadará a algunas de las personas feministas más extremistas, aunque mi intención no es encolerizar a nadie ni mucho menos hacer mansplaining (cuando el hombre explica condescendientemente a la mujer algo que no le ha preguntado). Me atreví a escribir acerca del tema tal y como lo he hecho anteriormente en favor del matrimonio igualitario sin ser homosexual o en contra del racismo en México sin ser moreno o afromexicano. 

Durante este periodo, he visto que el feminismo –como movimiento extraordinariamente plural que es- tiene muchas corrientes entre las que destacan el de la igualdad, el de la diferencia, los periféricos, por mencionar algunos. Y para mi tristeza me he topado con un grupo feminista que sostiene que ningún hombre puede ser feminista por su posición de privilegio. Una especie de segregación de género tan absurda como lo sería el que la comunidad LGBT se pronunciara en contra de los heterosexuales que se quisieran sumar a su lucha bajo el argumento de que forman parte del grupo que los discrimina.

No me referiré a dichas personas como "hembristas", porque como me dijeron hace poco, puede ser ofensivo y es la forma políticamente correcta de llamarles "feminazis". Lo que sí diré, a riesgo de que me encasillen como "machitroll", es que esas personas ejercen su feminismo antagonizando a todos los hombres por igual. Y sé que al ser uno se me puede descalificar de facto por no sufrir en carne propia dicha opresión. Sin embargo, considero que lo que sí podemos sentir los no afectados en cualquier situación de injusticia social, es empatía. Y empáticamente no concibo qué bien le puede hacer a la sociedad que aquellas personas pregonen una especie de venganza al género causante de su opresión.

Aunado a lo anterior, la historia ha demostrado que los movimientos de admisión exclusiva y cuyo propósito es vengar en lugar de enmendar nunca han sido la vía para un movimiento reivindicatorio. Eso lo probó Nelson Mandela cuando –en contracorriente con sus millones de seguidores anti apartheidistas- optó por salir en televisión nacional y pronunciarse en contra del sentimiento nacional de vendetta, clamando en cambio por la unión con los mismos blancos que los habían oprimido cruel e inhumanamente.

Lo anterior no significa que todas las bases del feminismo deban poner la otra mejilla y tomar de la mano a los machistas que han oprimido a la mujer, sino abrir el movimiento a quienes deseen sumarse a su lucha sin importar su género. Existen movimientos enclaustrados para los que se necesita una membresía y existen movimientos incluyentes que invitan a que toda persona interesada se pueda sumar. Aquellas personas feministas que asumen al hombre como el enemigo y que al leer este texto escrito por uno se ofenderán, se acercan más al primero que al segundo. Me conforta saber que la mayoría de las personas feministas se acercan más al feminismo de plaza pública que al de caparazón, al de convencer en lugar de antagonizar, al de tender puentes en lugar de destruirlos y sobre todo al de luchar por la igualdad en lugar del dominio.

De hecho, una de las muchas causas que abandera el feminismo al que yo admiro, es el que incluye dentro de su agenda el cambio a las legislaciones laborales respecto al permiso de paternidad. Si el permiso de maternidad es un efecto del machismo, se debe combatir equilibrándolo en tiempos en los que el padre se involucra (o debiera involucrarse) en casa igual que la madre.

Por mi parte, trataré de inculcarle a mi hija que –independientemente de que el hombre y la mujer sean iguales- deberá luchar contra la disparidad de género con la que le tocó nacer. Ejemplos para hacerlo tendrá y muchos. Ahí está el de la senadora Elizabeth Warren y su viral frase “fight like a girl” (pelea como mujer) con la que combate los estereotipos de género. La campaña contra la cosificación de la mujer #WomenNotObjects (#MujeresNoObjetos) de Madonna Badger. La incansable lucha de Ruth Ginsburg por erradicar la brecha salarial de género. El mapa de feminicidios de Google Maps que creó María Salguero para crear conciencia de la violencia de género en México. Y la lista sigue.

@alejandrobasave