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Cleptócratas

¿Cuándo y cómo fue que pasamos de la meritocracia a la cleptocracia?

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Escrito en OPINIÓN el

La primera es un sistema de gobierno en el que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales; la segunda es uno en que prima el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos.


Por muchos años en México, salvo algunas vergonzosas excepciones, se exigía a quien quisiera dedicarse al sector público empezar desde abajo e ir subiendo a golpe de méritos. Todos sabían que aquella era una carrera de resistencia, disciplina y resultados, que sus actos estaban siendo observados y calificados, y que eran ellos los que sostenían e impulsaban.


En la carrera, además, no se corría solo; un grupo nutrido, férreo y fiero de corredores competían cada paso del camino.


Por supuesto que aún en la meritocracia hubo muchos que echaron el gato a retozar, porque la corrupción es un mal que no se evita con capacidad y experiencia, sino con valores y principios, y por supuesto una muy buena dosis de cultura de la legalidad y combate a la impunidad.


Bien, el hecho es que aquel que quisiera hacer carrera política estaba obligado al gran aliento, esfuerzo y paciencia.


Esto se perdió, empezaron a llegar personas sin carrera. Mejor dicho, se empezaron a inventar carreras y personajes. En un sexenio se forjaron currículas de cargos para una vida entera. Los puestos caían en cascada sin mayor mérito. No requerían de largo tiempo, esfuerzo y sacrificio; bastaba sacarse la tómbola para ascender al cenit de la pirámide del poder catapultado, sin escalas, sin dolor, sin escrutinio, sin competencia. Por descontado queda que sin capacidad, experiencia y aptitud políticas cualesquiera.


En el fuero interno de estos sujetos debió privar la sospecha de que un golpe de suerte de esta laya es ones in a lifetime (irrepetible), de allí que anidaran la certeza de que tras ese puestote no habría nada igual o superior y, lo más seguro, es que todo fuera hacía abajo y con mal fario, de suerte que en ellos nunca anido la necesidad de esforzarse en cumplir el cometido de gobierno, lo suyo fue sólo golpe un suerte sin mañana.


Si nunca tuvieron con qué llegar, menos tenían con qué seguir adelante.


¿Qué había entonces para estos sujetos que llegaban sin pasado y estaban condenados al sin futuro? El enriquecimiento.


Más no cualquier enriquecimiento, sino uno vil, ostentoso, sin medida, impúdico, depredador y a todas luces suicida.


Se requeriría todo un doctorado psiquiátrico para desentrañar cómo pudo pensar Duarte que tras su desastroso gobierno y latrocinios en Veracruz podría vivir en paz y feliz en sus casas, ranchos y condominios disfrutando de su mal habida fortuna.


Realmente es necesaria una dosis de irrealidad suprema para suponer que sus tropelías jamás lo iban a alcanzar. Y sin embargo, todo hace pensar que el sujeto estaba seguro de un retiro sin altercados y desprecios.


¿Y cómo no lo iba a estar, si eso es algo que se aprende cuando se asciende hacia la meta? Cuando la vida premia y castiga por las acciones realizadas, aprendemos que todo tiene un costo, que todo implica un riesgo y, como dicen los gringos, there’s not a free lunch.


El hecho es que hoy el paradigma es de riqueza desmedida y mal habida por sobre el trabajo fecundo y creador, para usar la frase de Ruiz Cortínez; la satisfacción instantánea y desmandada, por sobre el cultivo sabio y paciente del futuro; el hoy y el aquí sin mayor sentido del mañana y de las consecuencias que con él tocarán a nuestra puerta; aprovechar cuando hay, aunque ello signifique condenar al hambre y desesperación a millones de familias mexicanas y a su futuro.


Éste no es un problema sólo de los políticos, pero en ellos el daño es más visible porque se multiplica al sustentar su búsqueda personal de riqueza a costa de los bienes y el bienestar públicos.


Hay además en este paradigma cleptocrático una ausencia adicional, la ausencia del otro, principalmente del desprotegido, del necesitado, del que espera y debe ser salvaguardado por la sociedad a través de sus representantes y autoridades.


Existe en estos sujetos un faltante de conciencia social. Para ellos el pueblo no es ni mandante ni objeto de políticas públicas, sino que forma parte de la tramoya y escenario de su coronación y boato. Personajes al fin de una opereta barata y demencial; para ellos todo es escenario, así la carga de gobernar es jauja y oropel, no responsabilidad política, jurídica, ética e histórica, hasta que ésta los despierta a la realidad.


Sabrá Dios cómo y en qué momento la política se redujo al medro simple, llano y ofensivo. Lo que nos corresponde es ver cómo recuperamos la política y la función pública como algo de todos, por todos, para todos y bajo el control de todos.


@LUISFARIASM

@OpinionLSR