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La ciudad que quebramos

Somos presas de la naturaleza, pero no olvidemos que hemos sido nosotros quienes primero violentamos nuestro entorno

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Escrito en OPINIÓN el

El sismo del martes pasado, nos hizo mirar el presente como si estuviéramos viviendo el pasado; quienes vivimos los eventos de 1985, pasamos 32 años tratando de curar una cicatriz que difícilmente se había cerrado. Para ser honestos, en lo personal, la verdad es que siempre pensé nunca volvería a vivir un evento como este.

Y quizás ese pensamiento era más un anhelo personal, que estoy seguro muchos habitantes de la Ciudad de México compartíamos en secreto, pues como todos los habitantes de esta gran urbe, sabíamos que tarde o temprano volvería a suceder. Y no se trata de que fuéramos adivinos, pues en repetidas ocasiones, científicos y sismólogos, advirtieron la posibilidad de que se repitiera un evento de esta naturaleza bajo la salvaguarda de que nadie podría prever el día y la hora. 

Por eso quizá nuestra devoción y plegarias para que no se repitiera una catástrofe de esa magnitud, la tradujimos en momentos de luto y duelo cada 19 de septiembre durante 32 ocasiones exactas. Pero la tierra y la naturaleza cumplen ciclos y estos llegan cuando menos lo esperamos.

Pese a todo y aunque se han vuelto a perder vidas humanas, la catástrofe de este 19 de septiembre, parece no ser ni de cerca igual a la de hace 32 años en cuanto decesos y pérdidas materiales se refiere, esto para fortuna de todos los que no sufrimos ningún daño.

Sin embargo, en nuestra vorágine del día a día, los habitantes de esta ciudad, nos olvidamos e ignoramos el deterioro que estamos ocasionándole a la tierra y a nuestro entorno. Estamos tan ensimismados todo el tiempo, que lo único que nos mueve es el ego individual y colectivo, que dicho sea de paso también ha fracturado nuestra convivencia ciudadana.

Por supuesto que somos presas de la naturaleza

No olvidemos que hemos sido nosotros quienes primero violentamos nuestro entorno. Tampoco omitamos que muchos de los derrumbes tienen o pudieron tener su origen en la corrupción y desdén con que actúan autoridades, políticos y gobiernos que autorizan construcciones y emiten normas, muchas de ellas apócrifas, inaplicables y obsoletas.

Pero la responsabilidad de los desastres como el que volvemos a vivir, no solo es de la naturaleza y de nuestros gobernantes. También la ciudadanía contribuye y continuará contribuyendo a promover y provocar la corrupción de la que tanto nos quejamos, pero que cuando se trata de un beneficio personal o particular, está dispuesta a torcer, quebrar y manipular las leyes con tal de obtener lo que se desea.

Denuncias de construcciones ilegales; apoderamiento de espacios no aptos para construcción; ampliaciones que generan sobrecargas a los inmuebles; clausura de calles, de vialidades o espacios públicos en la ciudad, se han encargado los medios de comunicación de dar a conocer por cientos; los hemos visto lo mismo en las Lomas de Chapultepec que Iztapalapa, en LaCondesa o en Iztacalco, San Ángel, Del Valle, Tláhuac o Xochimilco. Es decir, estamos inmersos en la responsabilidad de nuestra propia desgracia y pocos o nadie, se atreverán a reconocerlo para generar una introspección que nos lleve a reflexionar y a cambiar nuestra rapaz actividad que nos consume junto con la ciudad que habitamos.

La capacidad de carga de la Ciudad de México (y por carga me refiero a la extensión de terrenos edificables y deterioro ecológico), ha sido rebasada desde hace muchos años y lo que los habitantes de esta gran urbe seguimos buscando y ambicionando, son más espacios y más derechos para seguir devorando la otrora capital más transparente de mundo.

Una ciudad con menor número de habitantes, con menor densidad poblacional y con un crecimiento urbano más planificado y ordenado, habría tenido sin duda derrumbes y pérdidas humanas, pero habrían sido menos los efectos comparados con los que ahora vemos y lloramos. 

Habitamos la Ciudad de México y la zona conurbada más de 20 millones de seres humanos, más que la suma de estados como Nuevo León, Jalisco, Querétaro, Puebla, Aguascalientes y Yucatán. Es decir que la pobre y nula visión que tenemos de nosotros mismos y de nuestro futuro, está secuestrada por la miopía de gobierno y particulares de seguir haciendo crecer una ciudad que podría funcionar mucho mejor, si tuviera ciudades satelitales alrededor del valle de México, en donde bien se podrían repartir secretarías y actividades de gobierno y de empresas y empresarios.

La decisión está en nosotros, pero gobiernos, políticos y empresarios, no deben, ni pueden seguir omitiendo su responsabilidad con solo mostrar “solidaridad” en momentos como este.

Sin planeación y sin programas verdaderos de movilidad urbana que conecten a la capital en lapsos no mayores a una hora y media (que es lo que requiere esta gran urbe), seguiremos construyendo hacia arriba, demandando más espacios viales y lamentando nuestras catástrofes.

@ijm14 | @OpinionLSR | @lasillarota