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Ciudad efervescente

La capital del país es un epicentro social y político.

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Escrito en OPINIÓN el

Conversábamos en medio de una noche cualquiera. Éramos un puñado de buenos amigos que nos reunimos para festejar un cumpleaños. No quería sonar inoportuno, pero interrumpí la plática para preguntarles sobre qué podría escribir para un importante sitio que recién me abrió sus puertas. La intención era escuchar algunas preocupaciones sobre la Ciudad de México.

 

Comentamos lo mismo inquietudes respecto del mal servicio del Metro y el tiempo libre de las familias de la Ciudad de cara al nuevo programa Hoy No Circula, que sobre la complejidad de proveer servicios públicos en la metrópoli o los programas que permiten la apropiación del espacio público, como el Ciclotón. Hablamos de cine, de fotografía, de crónicas urbanas; sobre nuevas leyes, gobernantes, y hasta sobre la restauración de antigüedades. Los puntos de vista eran diversos. A favor y en contra del Metrobús, o de las nuevas restricciones a la circulación automotriz. Una escena común en la ciudad más educada y politizada del país.

 

Mientras hablábamos recordé un libro de Carlos Monsiváis que me parece de sus mejores obras, Entrada libre: crónicas de la sociedad que se organiza (Ediciones Era, México, 1987). Como parte de los nacidos después del terremoto del 85, no entiendo de lleno la profunda conmoción que se vivió en aquel septiembre, pero ese libro, en lo personal, es de los que me han hecho sentir más cerca de la tragedia. “El sonido de los desplomes, las imágenes de los derrumbes, las poses fantásticas de los edificios al reducirse abruptamente escombros”, comienza la crónica.

 

El relato de la catástrofe que ofreció Monsiváis es aterrador, menos seguramente que lo fue el desastre en sí. Pero a esa historia pavorosa le acompaña otra de igual magnitud: “Convocada por su propio impulso, la ciudadanía decide existir a través de la solidaridad, del ir y venir frenético, del agolpamiento presuroso y valeroso, de la preocupación por otros, en el que la prueba límite, es ajena al riesgo y al cansancio”.

 

Monsiváis retrata el surgimiento de las organizaciones en las colonias populares desde los años setenta, el movimiento estudiantil del 68 es causa de la catarsis. Lo que el autor llama “desesperación urbana” lleva a un alzamiento de la voz, en la que la ciudadanía “…se siente por fin dueña de su palabra, dueña de sus puntos de vista”, a Eva –personaje metafórico del despertar social– “le da gusto que las demás también sean como ella, más vehementes o menos vehementes, más informadas o menos informadas, pero seguras de algo: su participación en los asuntos de la colonia las ha hecho distintas, ya no se dejan tan fácilmente, ya no quieren dejarse”.

 

Es la historia, como bien lo anuncia su título, de una sociedad vigilante, involucrada en los asuntos públicos, informada y con capacidad de organización. Un mosaico de intereses que se contraponen, que poco a poco generan contrapesos al poder autoritario que se impone desde el Estado. A veces los líderes fallan, también escribe incisivamente Monsiváis, negocian a espaldas de sus representados, se vuelven caciques. Ya hemos visto como –por cuenta de esos cabecillas– los movimientos son capturados y convertidos al corporativismo.

 

Más adelante en la semana acudí a un desayuno convocado por algunas organizaciones civiles preocupadas por la depredación de los árboles en la Ciudad de México. Participaron activistas que se dedican al medio ambiente. Se circularon informes, propuestas y proyectos de comunicados a la opinión pública. Después hubo un airado debate. Cada quien expresó sus puntos de vista. Al final se abrió la reunión y platicamos con periodistas. Había adultos mayores, jóvenes en los diez y tantos años, otros que rondábamos los veintes y otros los treintas. Se narraron historias de participación, de oposición al gobierno y a los poderes económicos.

 

Volví a recordar el texto de Monsiváis, fundamental para entender nuestra megalópolis y que está tan vivo hoy como hace 27 años. Ahí delineó con increíble lucidez lo que hasta la fecha está en el centro de los movimientos sociales que son el eje de nuestra urbe: “En 1987, ganar la calle no significa, como en 1968 o en 1971, el forcejeo literal con la policía y sus cercos intimidadores, sino la victoria posible sobre la abulia de millones, sobre las ofertas del infinito tianguis en las aceras, sobre el dejar de hacer que es la táctica actual de persuasión…”.

 

La capital del país no es solamente eso, es también un epicentro social y político. Ciudad donde sin temor los jóvenes se enfrentan al candidato favorito a la Presidencia de la República o increpan sin pena al Jefe de Gobierno en medio de un evento oficial. Ciudad efervescente, de marchas  y de una muy difícil gobernanza, que requiere de sensibilidad, de profundidad y de liderazgos que además de administrar, sean capaces de entusiasmar a una sociedad que –afortunadamente– se organiza,y vive en batalla permanente.

 

@r_velascoa