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Chavorruco intelectual

Hace algunos años una persona me dijo: “nadie sabe lo que gana cuando pierde la vergüenza” y tenía razón, pero habrá que perderla de verdad para hacer que esta columna viva.

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Escrito en OPINIÓN el

Somos la Generación X, la más pálida generación en la historia, la más insulsa, la menos abrasiva, la que no supo cómo llamarse porque no había nada trascendente que destacar y se puso una equis, como quien carece de firma, analfabetas de la historia incapaces de hacer otra cosa más que convertirnos en nexo, transición o eslabón perdido entre una generación y otra.

 

Eso somos y eso hemos sido.

 

Hasta ahora…

 

Nosotros, los hijos de la transición, los que crecimos con impresora de matriz y teléfonos de disco estamos viviendo una profunda crisis de (en este momento es cuando hago una pausa para seguir comiéndome unos cheetos con salsa) la media edad o middle age crisis, el hecho es que nos sentimos del nabo, queremos salir corriendo, nos ejercitamos más que nunca para seguir siendo jóvenes, creamos a un monstruo social llamado “chavorruco” cuya especialidad es hacer el ridículo tratando de vivir en un tiempo que ya no existe, vistiendo y hablando como una persona que no se es, estacionado en el 2000 tratando de revivir glorias pasadas, como si eso fuera el fuego del fénix que los reviviera de sus cenizas.

 

El deseo de gritar, el “pinche insomnio” que todos publican en sus redes, la ansiedad dominical, todo esto lo inventamos nosotros porque nos educaron pensando que debíamos cumplir con un esquema para poder vivir en sociedad y es precisamente aquí que algunos individuos han decidido no atenerse a dichas reglas.

 

Como respuesta muestral del universo de estudio, algunos hombres y algunas mujeres han decidido pasados sus 30 años ser libres y buscar su felicidad, hacer lo que les apasiona y romper cadenas, quemar las naves pues, hacer lo que se les, maldita sea, antoje.

 

La Generación X está encontrando de manera tardía su voz en donde aparentemente nunca la hubo, en aquellos individuos que se hartaron del maldito trabajo que odiaban, del esposo infiel, de la mujer florero, del fuckin´ comedor igual al de todos, del mismo arte, las mismas bolsas, el mismo alcohol y las mismas prostitutas.

 

Es una respuesta delirante, no furiosa sino fulgurante, un oasis egoísta de algunas y algunos que han decidido vivir su vida día a día haciendo lo que más les gusta, es como bien lo dijo mi amigo Andrés Jaquez en nuestros intercambios sociológicos, una suerte de “functional beat", en donde de manera atípica los integrantes de esta generación encuentran de manera tardía la interpretación del mundo que les rodea y su desdoblaje en expresiones puramente lúdicas.

 

Nuestra Generación dará a la historia a los mejores artistas, las voces más claras de su ideología, espera y verás.

 

Es querer hacer las cosas bien.

 

Y hacerlas.

 

Mientras muevo velozmente los dedos (el tic me ha quedado como respuesta a una desvelada) me pongo a pensar en los miles y miles de hombres y mujeres que tienen el mismo comedor, las mismas blusas, el mismo coche, la misma esposa, el mismo empleado y el mismo jefe, la misma maldita rutina todos los días.

 

Los mismos viernes, los mismos sábados y los mismos domingos. El mismo corte de pelo y el mismo bigote y la misma jodida crítica a lo que se salga del guión orwelliano que se ha instalado en su existencia.

 

Hace tiempo, andando en la moto, me preguntaron que a qué grupo de motociclistas pertenecía, la pregunta me hizo reflexionar en por qué nunca he pertenecido a alguno: me gusta rodar solo. Y en este mundo sin prismas pareciera que todos vivimos en Pleasantville.

 

A algunos ya les ha besado en la boca la tragedia del despertar, el parto duele pero lo mejor está por llegar.

 

Para seguir es necesario renunciar (por alguna razón recuerdo a Arjona, mi archienemigo, cuya lírica insultante se entromete en mi vida como un bandido kitsch).

 

Romper las ataduras (argh! Coehlo) quemar las naves (Carlos Cuauhtémoc) y perderle el miedo a la vida.

 

Hace algunos años una persona me dijo: “nadie sabe lo que gana cuando pierde la vergüenza” y tenía razón, pero habrá que perderla de verdad para hacer que esta columna viva.

 

Y que vivir valga la pena.

 

Celebremos a las ovejas negras de nuestras familias, todas las familias tienen una…

 

…y un Gallo Negro también.

 

Charlemos sin vergüenza en @_TORRESBERNAL