No podrían empezar peor las campañas electorales del 2017, entre la judicialización de lo electoral y la electorización de la justicia, periodistas asesinados, cortinas de humo embozadas en combate a la corrupción, la Cámara de Diputados reducida en sala de espera-santuario de amparos y el mercadeo de cuotas en nombramientos institucionales por parte del Congreso.
El Senado, como tantas veces lo ha hecho, corre a la velocidad del caracol a parir un fiscal anticorrupción que nazca muerto y apestado. Los nuevos Consejeros del INE, sin importar sus méritos y deméritos, tendrán la misma suerte.
Todos los partidos festejan la quiebra del PRD en la exacerbación de su vida tribal, pero no ven el desprestigio, desafecto y hasta rabia que causan en la sociedad, incluido el partido llavero que carga en el bolsillo el rayito de sol.
Todo hace ver que el talante de las campañas será desprestigiar, si acaso aún se pudiera, política, políticos, partidos y democracia. Una feria de denuncias y persecución por corruptelas en la que no hay nadie que se salve.
Mientras ello pasa, la inseguridad recrudece, la economía sólo se recupera en el papel, no en la mesa de los mexicanos, las instituciones se deslavan y la desesperanza cunde.
Pero qué importa, si ya empezaron las campañas políticas.
Campañas que ofenden al ciudadano empezando por los personajes en juego, siguiendo por el nivel de su contienda y terminando por su afrentosa feria de millones ante un pueblo sin opciones económicas.
Los partidos no se dan cuenta, pero el ciudadano sabe que la democracia que practican no es participativa, es de despensas, tinacos, láminas y dinero; no es de ciudadanos, para los ciudadanos y por los ciudadanos; es negocio de unos cuantos en agravio a los más; no es de proyectos de nación, sino por espacios de poder depredador.
Olvidan que lo que hace al mandato es la obediencia y que la Nación es un plebiscito diario.