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¿Cambio o continuidad?

Ofrecer el cambio en una campaña electoral es fácil; concretarlo, muy complicado. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

La oferta política en las campañas electorales tiene dos tendencias básicas: pedir el voto por la continuidad o el cambio. En la mayoría de los sistemas democráticos el dilema a resolver parece muy sencillo, pues el refrendo que buscan quienes forman parte del grupo en el poder dependerá del éxito en los resultados alcanzados. También de la confianza que tiene la ciudadanía en sus liderazgos más importantes.

Sin embargo, el reto comunicacional es mucho más complejo. Primero, porque el cambio es permanente. Segundo, porque es muy difícil demostrar a la población que todo se ha hecho mal o que se requiere dar un viraje de 180 grados. Y tercero, porque las propuestas que apuntan a un giro drástico son muy difíciles de cumplir. 

El cambio y la continuidad están en una lucha permanente: entre quienes se aferran a la pertinencia, permanencia y conveniencia de sus proyectos y aquéllos que descalifican, cuestionan o rechazan prácticamente todo lo que hacen sus adversarios. La dinámica comunicacional que surge de esta polarización incrementa los riesgos, sobre todo por los compromisos inalcanzables que se llegan a hacer.

Por si no lo leíste: Piden a "destapados" por la Presidencia no descuidar cargos por hacer campaña.

En el siglo XXI, la continuidad es una de las características principales de los gobiernos autoritarios y populistas. Algunas sociedades la llegan a aceptar por la aparente estabilidad, seguridad y certidumbre que ofrecen. Incluso se han llegado a construir narrativas y símbolos que logran la aceptación por parte de la mayoría. El problema surge cuando las verdaderas intenciones y vulnerabilidades de la clase gobernante quedan al descubierto.

El nuevo ecosistema de comunicación es quizá el obstáculo principal para quienes se oponen al cambio. Si bien es cierto que hoy las audiencias están más fragmentadas y diversificadas,—hecho que favorece algunos esquemas de control— también lo es que el acceso sin límite a la información fortaleció la mirada crítica de la sociedad, en forma notable. Desde esta perspectiva, entonces, el cambio se posiciona como la mejor oferta del futuro inmediato. Aún más: quienes se reeligen en las democracias modernas pueden ofrecer un cambio o, por lo menos, un punto de inflexión.

Consulta: Antonio Luis García Ruiz y José Antonio Jiménez López. "Los principios de cambio-continuidad: base para la comprensión de los hechos históricos y sociales. Su aplicación en el aula". Revista Educación y Futuro Digital, Número 8, Enero de 2014, pp. 16-30.

Durante las siete décadas que tuvimos un régimen de partido dominante, muchos creyeron que este periodo estuvo sustentado en un proyecto de continuidad. El “tapadismo” y el llamado “dedazo” permitían el control casi absoluto de la sucesión, o de las sucesiones si lo vemos desde la forma en que se renovaban los tres poderes y en los estados. Pero eso no significaba que todo se mantendría igual, ya que el cambio es una característica de todos los sistemas políticos, aún de los que parecen estables.

La propaganda se convirtió en uno de los recursos más notables que se utilizaban para frenar el descontento y mantener a raya a los partidos de oposición. Más cuando se le sumaban los medios privados. La habilidad que tuvieron consistía en la capacidad del elegido para anunciar la “resurrección” del proyecto, misma que comprometía los cambios en los temas que más afectaban el humor social. Pero todo por servir, se acaba.

Te recomendamos: Roberto Rock L. Edomex: cambio de baraja. El Universal, 17 Mayo 2018.

La llegada de la alternancia abrió la puerta a una oferta distinta del cambio: más auténtica, más creíble y más influyente. Con éstas creció el voto oculto, se reblandeció el voto duro e hizo acto de presencia el voto de castigo. Con la consolidación de un sistema prácticamente tripartita (PRI, PAN, PRD), el modelo de competencia tenía que mover conciencias y emociones. Y qué mejor manera de hacerlo que con una promesa de cambio.

Sin embargo, en términos de percepción, el cambio no se dio en la misma medida que se construyeron las expectativas. Las promesas y compromisos apuntaron desde las elecciones presidenciales del 2000 a una transformación radical del sistema político. Se ofrecía acabar, entre otras cosas, con el autoritarismo, la corrupción, la pobreza, la inseguridad, la desigualdad y la inequidad. Por otra parte, también era más fácil generar enojo y provocar miedo para que el mensaje se posicionara con mayor facilidad.

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Con semejante oferta, la mayoría tenía que estar de acuerdo. Pero las resistencias, incumplimientos, fracasos e inercias del propio sistema político, económico y social fueron alimentando la percepción de que el cambio anunciado no llegaría. Que la alternancia simplemente significaba un cambio de forma y no de fondo. Así, el desgaste de tres sexenios (dos del PAN y uno en el que regresó el PRI a Los Pinos) generó las condiciones para que el anuncio de una llamativa cuarta transformación colocara al dirigente de un nuevo movimiento-partido en la Presidencia.

A casi cuatro años desde que se realizaron las Elecciones 2018, crece la percepción de que la transformación no llega, por lo menos en sus grandes ejes. Cierto es que ha habido reformas profundas y sucesivas, pero que vienen desde finales del siglo pasado. ¿Quién puede dudar que nuestro sistema electoral se ha transformado a fondo, que la presencia de instituciones autónomas reducen los riesgos del autoritarismo y que algunos programas sociales han mitigado en parte la pobreza?

Lee: Francesc Relea. Fox, seis años de expectativas frustradas. El País, 17 Junio 2006.

No obstante, la problemática compleja que vive el país impide superar los rezagos y conflictos más delicados. Por si fuera poco, en algunos aspectos parece que se han agudizado, a pesar de los grandes esfuerzos que sin duda se han realizado. A la inseguridad, corrupción y pequeño crecimiento económico se le sumó la pandemia. Por lo tanto, el compromiso de acabar con la pobreza todavía se ve muy distante.

La imagen personal del Jefe del Ejecutivo cuenta. Pero no es suficiente. El discurso de polarización —que se ha convertido en pilar de su estrategia de comunicación— explica en parte el sostenimiento de sus niveles de popularidad y aprobación. Lo malo es que estos indicadores no serán suficientes para sustentar una campaña que ofrezca la continuidad de su proyecto. Tampoco debemos olvidar que el país aún no está preparado para la reelección presidencial.

Lee más: Guillermo Antonio Celorio Cueto. La reelección presidencial en México; argumentos a favor y en contra de su legislación. México: PRI Edomex, 2018.

Si se mantienen las inercias de las estrategias del gobierno federal y los partidos, lo más probable es que estemos en la antesala de una elección en la que se volverán a confrontar las opciones de continuidad y cambio. Por supuesto que el cambio será más fácil de prometer y que la continuidad tendrá frente así enormes obstáculos. Más en un contexto en el que surgen con rapidez nuevas problemáticas y tragedias. Sin duda, está demostrado que el cambio no significa siempre ir hacia adelante.

La desventaja para quienes ofrecerán el cambio desde la oposición es que no tienen aún los liderazgos carismáticos que necesitan. Quien asuma el compromiso con la continuidad, tiene, desafortunadamente, el peso de la realidad en contra. Lo mejor sería adaptar el mensaje con el propósito de evitar o reducir el voto de castigo, ante lo inalcanzable de algunas propuestas, y construirlo sobre la base de que el cambio también puede ser el resultado de muchos pequeños cambios.

Recomendación editorial: Jean-François Prud'homme. Coyunturas y cambio político. México: El Colegio de México, 2014.