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Brecha de realidades

La gente sigue apoyando al Gobierno aunque los grandes indicadores no se muevan como se supone que deberían hacerlo. | María Fernanda Salazar

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Escrito en OPINIÓN el

Empezamos el año y la dinámica de filias y fobias parece no ceder. Dependiendo del medio o la persona que opina, parece que vivimos en dos países: un México en el que todo va muy bien o uno en el que todo es un desastre y en el que todos los indicadores contradicen el optimismo del presidente.

Hace unos días, Carlos Bravo hablaba en un artículo sobre lo que para él es una brecha de credulidad, en la que la popularidad del presidente se explica en buena parte por la confianza de la que goza entre la gente, sin que haya bases en la realidad (algunos indicadores) que sustenten esta benevolencia de la sociedad hacia el presidente y su gobierno.

Por otro lado, en un artículo reciente, Jorge Zepeda Patterson habla -y de alguna manera celebra- cómo algunos cambios en política pública responden a criterios distintos que aquellos sólo dictados por el mercado o los principios económicos.

La reacción a ambos artículos evidencia en dónde estamos en términos de las luchas de narrativas para explicar lo que sucede con el gobierno del presidente López Obrador.

El problema que veo con la primera aproximación es que cae en la premisa de que las mayorías que apoyan al presidente no tienen agencia política ni criterios concretos, más allá de su ilusión y esperanza, para valorar el impacto de los cambios en política, lo cual es no sólo un error sino una forma de discriminar en el análisis político, y desestima, por ejemplo, que cuando en el gobierno de Peña Nieto hubo alzas en los combustibles o en el gobierno de Calderón hubo una pérdida de 7% del PIB durante la crisis de 2009, la gente reaccionó con desaprobación, protestas o votos. Porque se sabe que en política, lo que nunca pasa desapercibido es lo económico.

En ese sentido, si bien no hay registro del crecimiento y ese ha sido siempre un criterio de los analistas para evaluar a los gobiernos, lo cierto es que tampoco hay inflación, hay un aumento sin precedentes al salario mínimo que suele empujar el resto de la masa salarial, se está presionando fuertemente para evitar los empleos precarios-sin prestaciones (que fueron los que aumentaron en los pasados gobiernos) y eso tiene un impacto concreto en la vida de las personas, que probablemente parezca menor para quienes nunca hemos sabido lo que es vivir con menos de lo mínimo. La prueba de que no es insignificante, es que la gente sigue apoyando al Gobierno aunque los grandes indicadores no se muevan como se supone que deberían hacerlo.

El problema que veo con la segunda postura es que no reconoce que la dependencia de México respecto a la economía global y las características de nuestra estructura económica, no necesariamente harán sostenibles las políticas públicas que hoy se promueven; que aunque muchos odiemos el Excel, éste tiene un propósito que, como dijo Patricio Solís o como ha comentado Viridiana Ríos, es particularmente importante en las políticas de izquierda. No reconoce que mientras la política fiscal-hacendaria del gobierno no tenga una reforma con carácter progresivo, toda esa idea de justicia social que no podría recriminarse, pende de un hilo. No reconoce tampoco que las “clases medias”- lo que sea que eso signifique en México (tal vez que no se vive al día o con menos de lo mínimo pero hay carencias y precariedad sostenida)- no necesariamente será beneficiaria de estos proyectos e incluso podría verse más afectada con la reducción de desigualdades y la falta de oportunidades en el corto plazo.

Es así que lo que parece estar sucediendo es que la brecha de realidades está llegando al análisis político, en donde cada quien escribe, no para analizar cómo podrían conciliarse políticas públicas (si es que eso es posible) sino para defender la no reducción de estas brechas. Eso, sin duda, constituye un problema si es la misma forma en que estas acciones se están diseñando y es un problema para la construcción de un proyecto de cambio positivo sostenible en el largo plazo.

Coincido plenamente con Zepeda Patterson en que estamos frente a la necesidad de repensar nuestras categorías de evaluación del contexto social y político y reducir nuestros prejuicios. Pero ello también implica entender que la posición que queramos defender no se verá beneficiada si insistimos en no ver el otro lado, que no es el de los grandes millonarios ni el de las élites.