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¿Blindarse con símbolos?

El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene en los símbolos uno de los ac-tivos más importantes de su comunicación. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

Los símbolos en la actividad política son fundamentales. Sin duda, tienen la capacidad de potenciar la imagen de autoridad y liderazgo. Son representaciones icónicas de poder visuales o verbales. Su fin es fortalecer los valores, misiones, visiones y creencias de la sociedad en los personajes, instituciones, gobiernos o grupos. Están presentes en la arquitectura, el arte, la vestimenta, así como en el discurso, los gestos y las señas.

Los símbolos tienen en los ideales su razón de existir. Las imágenes que proyectan se fortalecen a través de emblemas, logotipos, eslogans, composiciones musicales, fotografías o cualquier instrumento capaz de condensar y sintetizar —en un solo impacto— el significado más hondo de una aspiración, de una posibilidad, de una expectativa, una ilusión, una esperanza.

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Los símbolos apelan a la razón. Pero más importante que eso: mientras más fuertes son, mayor es su capacidad para mover emociones, sentimientos y hasta conciencias. Las imágenes que los conforman pueden ser abstractas, materiales o tomadas de la naturaleza misma. Lo que importa realmente es que puedan generar vínculos más fuertes y estrechos entre quienes tienen el poder y sus gobernados, subordinados o seguidores.

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Los símbolos tienen el potencial de integrar en torno a una causa. Su efectividad se incrementa cuando los mensajes que transmiten están relacionados con imágenes, referentes, sucesos o grandes acontecimientos que representen las aspiraciones o expectativas de un grupo, una comunidad, una ciudad, región, o un país. En consecuencia, el símbolo logra mejor su propósito cuando es capaz de convertir la idea en un pensamiento colectivo y la fuerza social en aceptación pasiva o activa de lo que se le pide.

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Los símbolos son más efectivos cuando se apegan a la realidad. Si no corresponden con la percepción de la gente —ya sea por que no tienen sustento o están montados sobre una mentira— se revierten fácilmente. Incluso, pueden llegar a ser contraproducentes. El soporte es más firme cuando los respalda un marco normativo o jurídico, o por la afinidad que se da entre el significado que proyecta y lo que de éste entiende la gente.

Los símbolos son, por lo tanto, los iconos más poderosos de la #ComunicaciónPolítica. Sintetizan, como ningún otro recurso de la retórica, una narrativa, un mensaje, una respuesta frente a una situación de conflicto o crisis. De igual forma, le transfieren una tremenda fuerza a los medios tradicionales y digitales cuando llegan al ecosistema de comunicación. Para los primeros, son un recurso necesario e invaluable. Para los segundos, en donde cobran vida las #RedesSociales, se han convertido en parte de su naturaleza.

Los símbolos han sido, son y serán la expresión más acabada de la imagen pública. El presidente Andrés Manuel López Obrador conoce el gran valor que tienen los símbolos en la comunicación. Lo ha demostrado desde su primera campaña presidencial. Por eso los crea, cambia y usa en forma prolija. En cada aparición pública trata de cuidar los detalles, aún cuando le puedan generar efectos negativos.

Los símbolos están perfilando una imagen diferente de la Presidencia y del Presidente. En unos cuantos meses, el presidente López Obrador renunció a algunos de ellos, marcando una profunda diferencia con sus antecesores. Dijo adiós a Los Pinos, al Estado Mayor, al fuero constitucional, al avión, a los vehículos suntuosos y a la silla presidencial. Pero, en forma paradójica, subordina, minimiza o cuestiona los símbolos de los otros poderes y de un sinnúmero de instituciones.

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Los símbolos se han convertido en su “blindaje” contra las críticas y cuestionamientos. Es un hecho que le están funcionando al Presidente. Tanto así que lo han protegido en las diversas situaciones críticas que ha debido enfrentar desde que asumió el poder. Le siguen atrayendo simpatías y apoyos de una parte importante de la población. De la misma manera, no son pocos los lugares en el extranjero donde se le respeta y reconoce. Para algunos, incluso, se ha convertido en ejemplo de liderazgo y modelo a seguir.

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Sin embargo, los símbolos podrían convertirse en un obstáculo de la Cuarta Transformación. Las lecciones que ha dado la historia advierten de los riesgos cuando los símbolos se sobreestiman, se abusa de ellos o no tienen un soporte firme que les dé sustento en el contexto en que se recurre a ellos. Si los símbolos son integradores, éstos pierden fuerza cuando se confunde liderazgo con protagonismo. Tampoco son tan efectivos en modelos de gobierno centralistas, en los que se promueve la polarización desde las instituciones del Estado o con demostraciones de intolerancia frente a la crítica.

Los símbolos son parte de la #Estrategia política, pero no son su principal soporte.

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Para empezar, no se puede concebir la integración a la que obligan los símbolos en democracia si mantiene a raya y debilitada a la oposición. Tampoco cuando se interfiere en la pluralidad y los equilibrios que necesita un régimen democrático que protege valores tan importantes como la justicia, la equidad y la libertad.

Los símbolos deben ser congruentes con la realidad del sistema político que se promueve.

El apego a los valores de la democracia, el cumplimiento de las expectativas y los resultados que espera y necesita la sociedad los fortalecen. Les dan vida. Son fuente de legitimidad. Tengamos presente que el gran poder que la ciudadanía concedió al Presidente no es permanente. Tampoco es un cheque en blanco. Por esta razón convendría que su equipo de trabajo revise con cuidado el uso de los viejos y nuevos símbolos, porque lo mejor que le puede pasar al país es que su administración logre, en verdad, la Cuarta Transformación.

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