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Behavioral science

Tal vez una o 50 multas no cambien la actitud del 5% más rico pero sí lo cambiará para el resto de las personas. | Roberto Remes

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Escrito en OPINIÓN el

En las manifestaciones ciclistas contra la inseguridad vial hay dos demandas de las que me ocuparé en esta colaboración, siendo más amplio el pliego ciudadano. La cancelación de las fotocívicas para que regresen las fotomultas, por un lado; y por otro, la renuncia de algunos funcionarios a los que se les acusa, entre otras cosas, de un trato déspota e incapacidad para hacer frente a los problemas que tienen a su cargo.

Respecto a las fotomultas, es decir, las infracciones monetarias en materia de tránsito, que son generadas por un proceso automatizado a vehículos infractores, la Jefa de Gobierno dijo dos cosas contundentes hace una semana: no volverán y “son inequitativas”.

Respecto a las renuncias, los ciclistas han demandado la salida de una funcionaria que se autodefine y presenta como “behavioral scientist”. No sé si ella en particular, pero lo que puedo decir es que sí necesitamos especialistas en conductas para cambiar las de la inmensa mayoría de conductores, más allá del respeto a las normas de tránsito: en las calles urge pasar de un modo de conducción egoísta hacia una conducción cooperativa y defensiva.

El argumento de que las fotomultas son inequitativas se basa en un hecho. Si un rico excede en 30 ocasiones los límites de velocidad permitidos pagará miles de pesos en multas que no son nada respecto al valor de su auto o sus ingresos mensuales. En cambio, si un “pobre” (ojo, tiene coche) recibe cinco infracciones, probablemente esto afecte de forma considerable su ingreso familiar. Bajo esta simplificación las fotomultas son inequitativas, como señala Claudia Sheinbaum. Por favor, no le recuerden que la mayoría de las personas no se desplaza en auto particular, porque se le cae el argumento.

Lo que no se dice respecto a las fotomultas es que éstas podrían mejorar sustantivamente. Por ejemplo, en vez de que las opere una empresa privada, que sólo se subcontrate la licencia tecnológica. En vez de que el valor de la multa sea fijo, que crezca conforme a la velocidad excedida o la reincidencia. En vez de que sea forzoso pagarlas con dinero, que las multas que representen menor riesgo puedan conmutarse por cursos o trabajo comunitario.

Nuestras autoridades de movilidad han imaginado que a base de métodos no monetarios se dará un aprendizaje social que iguale el peso de la sanción para el rico y el “pobre”. Esto parece una buena idea, en teoría, pero claramente es un planteamiento incompleto. Utilizaré un ejemplo que no se basa en la conducción.

La semana pasada circuló en redes sociales el video de unos “juniors” un poco tontos. Cuatro chicos descendieron de un Audi con placas de Morelos, RBK-625-C, para lanzar piedras desde un paso elevado hacia los autos que circulan en la Supervía. En el video se ve la expresión de éxito en su misión, es decir, deben haber golpeado algún vehículo, sin darse cuenta de que el evento sorpresivo podría haber terminado en un incidente mortal. Estos chicos necesitan una sanción ejemplar y podría ser no monetaria. Lo que yo imaginé, si fuera esto posible en México, es que tuvieran prohibido subirse a un automóvil durante cinco años. Al volverse iguales, los mirreyes recuperarán su inteligencia y al cabo de años de viajar en transporte público, bicicleta o caminando, podrían volverse personas de bien.

Con este ejemplo, en el fondo, puedo estar admitiendo que, si bien las fotocívicas instrumentadas por esta administración han sido un fracaso, pueden llegar a funcionar. Insisto en buscar mecanismos mixtos: monetarios y sociales, sobre todo porque tenemos un problema de escala. Tal vez una o 50 multas no cambien la actitud del 5% más rico pero sí lo cambiará para el resto de las personas. Claro, en muchos casos la sanción cívica puede tener mayor aprendizaje. El problema es que con cientos de miles de infractores, como pasa con el auto, las dificultades de instrumentación son mucho mayores que si aplicamos sanciones cívicas a sólo cuatro imberbes lanzando piedras desde un paso a desnivel.

Para que las fotocívicas funcionen necesitamos multiplicar lo instrumentado hasta el momento. Eso implica más cámaras, en puntos aleatorios y no sólo en cruces peligrosos seleccionados; mayor capacidad para la ejecución de las sanciones cívicas, que llevan un año suspendidas por la pandemia, lo que ha roto la relación causa-efecto; y en general, que se perciba su impacto y no sólo el discurso político. El costo de instrumentar bien las sanciones cívicas es exorbitante frente a las sanciones monetarias.

Por el momento, las fotocívicas son sólo una respuesta política a las fotomultas, asociadas a una administración gubernamental que ya fue castigada en las urnas. No son un éxito técnico. Si las autoridades de movilidad se aferran a un instrumento que aún no tiene beneficios pero sí perjuicios mortales, y a su vez se aferran a una funcionaria que se ha burlado de ideas, cuestionamientos y personas críticas a la presente administración, lo menos que podríamos pedir es que ya escuchen a la “Científica de Conductas”.

Si la “Behavioral Scientist” es tan buena como ella se ve a sí misma, es evidente que no la han escuchado. Pero si lo instrumentado hasta el momento lleva sus conocimientos, está claro que debe repasar sus teorías en otro lado. Creo más bien en lo primero, ojalá ella misma se dé cuenta, renuncie y se dedique a la “Behavioral Science” en un lugar donde sí le hagan caso, antes de que las necedades que privan en la Secretaría de Movilidad afecten su trayectoria científica.