Carlos Navarrete, dirigente nacional del PRD, reconoció que su partido cometió un error al no evitar que José Luis Abarca, el alcalde de Iguala, prófugo y con licencia, "fuese candidato y que permitiera, o incluso dirigiera, la cooptación de la policía municipal por parte de la delincuencia organizada".
En política, pocos personajes aceptan sus errores públicamente.
Pero en esta ocasión, Navarrete fue más allá al expresar su solidaridad con las víctimas, sobre todo cuando pidió perdón al pueblo de Guerrero porque "no fuimos lo suficientemente cuidadosos" en la selección de dicho personaje.
Sus palabras se percibieron sentidas y sinceras.
Por la gravedad de los acontecimientos, no existen motivos de duda sobre lo que el líder perredista dijo. El problema surgió porque sus declaraciones han generado ataques y cuestionamientos por parte de algunos políticos y líderes de opinión, quienes aseguran que sus prioridades son otras de tipo político y que no están en los estudiantes muertos y desaparecidos.
Navarrete ha estado muy activo, lo cual es comprensible.
Y al declarar tantas cosas en tan poco tiempo, se ha puesto en una zona de vulnerabilidad. Es el caso de la defensa que hizo del gobernador Ángel Aguirre al afirmar que si caía el mandatario de Guerrero por la matanza de los normalistas, también debía caer Eruviel Ávila en el Estado de México por el caso Tlatlaya.
Su postura pareció contradictoria.
Por un lado, porque con tal pronunciamiento ha acentuado las divisiones dentro y fuera del partido. Por el otro, porque no quedan claras, en efecto, cuáles son las prioridades. El líder del PRD debe tener sus razones para haber declarado una cosa y otra. Aunque es obvio que la solución de fondo no está en la renuncia del gobernador, la comparación que hizo resultó innecesaria.
Tal vez no hizo un cálculo político adecuado.
Primero de los argumentos, para lograr mantener la coherencia, solidez y consistencia que exigen los acontecimientos. Segundo, del manejo de los tiempos. Las noticias que genera no pueden competir entre ellas y tiene que dosificarlas. Y tercero, de las reacciones que causan sus palabras para no complicar o alargar el debate en forma innecesaria.
¿Tenía otras opciones Carlos Navarrete?
Tal vez no, más aún si se considera que está iniciando su gestión. El cuidado en el manejo de su imagen pública es una prioridad y recurrir a la figura del perdón lo puede mostrar como una persona sensible y con la capacidad de corregir las fallas cometidas por sus compañeros en el pasado.
Sin embargo, para avanzar debe evitar la confrontación y confusión.
Ante la complejidad del escenario, no resulta tan fácil tener el control de todas las variables. Por la velocidad y gravedad con la que han avanzado los hechos de la agenda nacional, es evidente que no ha tenido tiempo de consolidar y operar una estrategia de comunicación política consistente y efectiva.
En su favor han operado la experiencia y capacidad política.
Pero no puede seguir subordinado a las presiones diversas de las que son objeto él y su partido y a la necesidad que se le percibe de reafirmar con acciones contundentes la legitimidad y el liderazgo que logró durante el proceso electoral interno.
Hay poco espacio para corregir.
Cuando se trata del tema de la seguridad pública, lo más importante son las acciones y soluciones. El reconocimiento de errores, el ofrecimiento de disculpas e incluso el pedir perdón son puntos importantes, pero no suficientes.
En el caso de Iguala se rompieron muchos límites.
La solución no vendrá por la vía de la demagogia. La mejor estrategia de comunicación política para las autoridades responsables será la que esté basada en hechos, no en las promesas de siempre o los compromisos abstractos.
La gente exige resultados y justicia.
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