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¡Autoengaño de AMLO, prueba de su fracaso!

En política, la mayor prueba del fracaso es el engaño. | Ricardo Alemán

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Escrito en OPINIÓN el

En política, la mayor prueba del fracaso es el engaño.

Pero el autoengaño, el elogio en boca propia y el montaje burdo de las obras inexistentes, no es más que “la prueba reina” de un gobierno fallido.

Y López Obrador ha llegado a tal extremo de autoengaño, montaje y autoelogio que hoy el mandatario parece una copia en sepia de todo aquello que por décadas criticó en el viejo PRI.

Un gobierno que gasta miles de millones de pesos no en obras, no en empleos y medicinas; no en contener la violencia y menos en el bienestar de los mexicanos, sino en groseros montajes.

Montajes como el festejo y el acarreo en el Zócalo; como los cañonazos millonarios a las televisoras y a los medios serviles para que no cuestionen su reiterado discurso mentiroso.

Montajes como el simulador de un inexistente tren que sólo en el imaginario “engañabobos” de López Obrador llegaría al aún inexistente Aeropuerto de Santa Lucía.

Montajes como la inauguración de la Refinería Dos Bocas; una obra que no lleva ni el 30 por ciento de construcción y que será inaugurada por el mentiroso presidente mexicano.

Montajes como el de los brazos abiertos en su visita a la ONU, en donde los mexicanos le mentaban la madre más que aplaudirle… un montaje a mejor estilo de Nicolás Maduro.

Pero ante la multiplicación de los montajes y de las pruebas del fracaso de López Obrador, obligan las preguntas.

¿Por qué el presidente mexicano recurre con tal cinismo al autoelogio, al autoengaño y al montaje burdo; por qué sin pudor alguno prepara un simulador y difunde la simulación con fallas tales que exhiben el tamaño descomunal del engaño?

La respuesta la conocen todos los mexicanos; la saben los fanáticos de AMLO, pero también los críticos de López Obrador.

Y es que el autoengaño, el autoelogio y el montaje burdo son el recurso extremo de un hombre desesperado, de un gobernante que se sabe fracasado y de un político rebasado por todos los flancos de la geometría partidista, en especial de su propio partido, Morena, a punto de estallar en pedazos.

Pero justo ahí radica el mayor peligro de un político en desgracia; del arrinconado “animal político” –en el mejor sentido aristotélico–, que ante el descalabro descomunal de su gobierno hoy es capaz de las peores locuras.

¿Recuerdan cuando en su último informe, otro López, de apellido Portillo, lloró por sus fracasos y lanzó el zarpazo locuaz de estatizar la banca?

En efecto, la realidad empieza a arrinconar a López Obrador, al extremo de que “sus otros datos” ya no hacen más que confirmar que el suyo es el peor gobierno, con los peores resultados y los más grandes fracasos.

Y es que a López Obrador nada le salen bien, ni siquiera los montajes.

Por ejemplo, si presume su lucha contra la corrupción, le estallan los mayores escándalos de corrupción entre sus cercanos; sus hijos y sus fiscales, Alejandro Gertz y Santiago Niego.

Si durante semanas organiza la “feria del acarreo” para justificar el “autoelogio”, el “gran día” arrancó con la espectacular fuga en un penal de Hidalgo, en donde nada pueden hacer ni el Ejército ni la Guardia Nacional.

Si ordena excluir de su fiesta del Zócalo al indeseable senador Monreal –para que no le quite los reflectores a sus “paleros presidenciables”–, la ausencia de Monreal se convierte en “la nota” política que opaca a lacayos y serviles presidenciables.

Sí acude a Zacateca dizque para pacificar una entidad que se consume por la violencia y el crimen, es recibido y despedido–antes y después de su visita–, con cuerpos colgados en puentes y bolsas llenas de cuerpos fragmentados que se tiran en las calles.

Si insiste en rescatar ese cadáver llamado Pemex, el Congreso Norteamericano cancela la venta a México de la refinería texana.

Si presume que sin él en Palacio la crisis en México sería peor, el INEGI revela la peor inflación desde López Portillo, la peor devaluación del peso, la peor deuda externa en décadas y la peor caída del PIB en 10 años.

Es decir, a López Obrador todo le sale mal o nada le sale bien.

Pero acaso la señal más ominosa es que para ocultar el tamaño de sus fracasos, el presidente ha recurrido a dos clásicos de los tiranos en la historia.

Primero, al “divide y vencerás”; sí, apuesta a la polarización entre supuestos mexicanos “buenos” y presuntos mexicanos “malos”.

Y, segundo, lanza la persecución de universidades de excelencia; de catedráticos, científicos e intelectuales en donde iniciará el adoctrinamiento.

Y es que más que en los medios de comunicación, será en las universidades, entre científicos y universitarios en donde se derribará el mito de “los otros datos”, en donde se sepultarán las mentiras de López Obrador y, sobre todo, en donde brillará la luz de la verdad.

Al tiempo.