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Asomo sobre los precios de garantía y la economía-ficción

La estructura de incentivos que conlleva la política de precios de garantía genera efectos perversos. | Leonardo Martínez

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Escrito en OPINIÓN el

Siempre es interesante reconocer la naturaleza propia y la de nuestros semejantes como un mosaico de claroscuros. Nadie es bondadoso o malévolo, honesto o corrupto, inteligente o bruto en un estado químicamente puro. Esto se cumple para todos, aunque ciertamente hay de mosaicos a mosaicos: así como hay unos con muchos grises y blancos, otros muestran una oscuridad macabra.

Esa imagen del mosaico me surge cada que leo sobre personajes que han dejado huella en la historia de muchos países, desde políticos, clérigos y militares, hasta empresarios, científicos, artistas y deportistas.

En esta ocasión me referiré a una de esas lecturas que he revisitado esporádicamente, porque me divierte y porque ofrece un punto de vista muy ilustrativo del México de las últimas décadas, y que es la biografía de José López Portillo que lleva por título Mis tiempos.

Espejismos de alto costo y dudosa efectividad

Si bien el hombre ha sido denostado por su responsabilidad en la crisis económica de 1982, lo cual pinta su mosaico con algunas manchas oscuras, hay que reconocer que tenía una personalidad menos acartonada y mucho más jovial y auténtica que los demás políticos de la época, lo cual se transparenta y se transmite sin ambages a lo largo de los dos tomos que componen su autobiografía.

En uno de sus pasajes, López Portillo se explaya sobre un tema abordado por López Obrador en una de sus conferencias de madrugada, el de los precios de garantía, lo cual me pareció suficientemente interesante y oportuno como para comentarlo en esta entrega, sobre todo porque muchas de las propuestas de política pública del gobierno actual se basan en una visión romántica de lo hecho en tiempos pasados.

Así, el 13 de marzo de 1980, José López Portillo anotó en su diario que el lunes 10 anterior tuvo una reunión con los factores de la producción para el programa de productividad, en donde mencionó a la letra que “…la productividad no es un sinónimo embozado de explotación por el camino de la plusvalía, sino un sistema que genera más riqueza con el fin de que se reparta mejor; de que aumente la competitividad del país y por estas vías se auxilia a trabajadores, a empresarios y a consumidores. No explotación sino eficiencia”.

Y un párrafo más adelante el mismo diario dice a la letra: “Hoy reunión del Gabinete Agropecuario para ver precios de garantía del maíz. Lo aprovecho para hacer una análisis de lo que significa ahora el precio de garantía y sus diferencias y contradicciones con el precio real comercial, de venta de los campesinos, de especulación de los acaparadores, el de importación y el subsidio al consumo, con el precio de venta del maíz como religión, costumbre, moneda, alimento, seguridad, que está deformado ante la ley de la oferta y la demanda, vista la disparidad del país y sus sistemas de producción. Fue muy aleccionadora la reunión, porque quise que analizáramos lo elemental para que todos entendieran de qué se trataba: el precio de garantía lo es para los campesinos marginados improductivos; es un precio para revalorar mínimamente salarios y activos de campesinos; es un piso de referencia para los precios indexados a la improductividad del maíz; es un precio que garantizaba la especulación sin riesgos. En suma, es una de las aberraciones de nuestra economía-ficción. Un horror. Acordé el alza; analizamos la oportunidad y resolví fijar como techo la capacidad de subsidio de CONASUPO a una suma dada, y en función de ello ajustar precio y subsidio y planear la economía agrícola para salirnos del entrampe y el contrapelo. Que lío. Y a pesar de ello, allí va el país.”

Interesante por varias razones, lo es también porque la visión romántica del actual gobierno incluye asimismo como referencia el período en el que López Portillo reconoce abiertamente en una sesión del gabinete agropecuario las razones y las inconveniencias por las que no es bueno aplicar precios de garantía, todo lo cual ha sido demostrado reiteradamente en los hechos, con datos y experiencias duras, aquí y en otras muchas latitudes.

En efecto, la estructura de incentivos que conlleva la política de precios de garantía genera efectos perversos, aplaza las soluciones estructurales para erradicar la pobreza y la baja productividad y las sustituye por paliativos temporales, espejismos de alto costo y dudosa efectividad.

Queda claro que somos muchos los que coincidimos con los buenos propósitos de este gobierno, pero sigue urgiendo la discusión de fondo sobre las estrategias de cómo alcanzar mejor esos propósitos. Hay que decir que este afán romántico de reciclar estrategias fracasadas resulta desconcertante y oprobioso porque esas experiencias pasadas nos demuestran que ese no ha sido el camino correcto para resolver los problemas de fondo.

Esperamos señor que los encantos perversos de la economía-ficción y de la economía del perdón no sigan seduciendo a tantos funcionarios, porque las consecuencias y los costos del hechizo nos perseguirán por los lustros de los lustros, amén.

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