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Arnaldo, el maestro

Se fue una de las mentes más brillantes de México. Hasta siempre Arnaldo.

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Escrito en OPINIÓN el

Conocí a Arnaldo Córdova gracias a una polémica en la sección de cartas del lector del periódico Unomásuno. Él ya había escrito buena parte de las obras que lo harían trascender. Yo tenía apenas 15 años. Ambos militábamos en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Como miembro de un organismo de base mis compañeros me encargaron enviar una carta al diario para establecer nuestra postura crítica sobre el discurso apologético que Arnaldo había dedicado a la política exterior de José López Portillo en la glosa del último informe presidencial de éste.

La sorpresa fue que uno de los intelectuales más destacados de México me contestó al día siguiente. Se refirió a mí como “el señor Batres”. La polémica siguió por unos días y, en buena medida, gracias a ese intercambio epistolar, tiempo después, me invitaron a colaborar como articulista en ese diario que por aquellas fechas, mediados de los 80, era un referente de tendencias progresistas en el periodismo del país.

Pasados algunos meses, asistí a un festival del PSUM que año con año se celebraba en el Palacio de los Deportes. Una amiga en común, Salomé, me tomó del brazo y me presentó con él:

-Arnaldo, te presento al “señor Batres”.

Volteó y clavó su mirada en mi rostro de adolescente y dijo:

-¡Pero eres un niño! ¡Yo pensé que eras un señor!

Inició así una relación amistosa que perduraría a lo largo de más de treinta años. Ya como estudiante de la Facultad de Derecho de la UNAM decidí inscribirme en la clase que Arnaldo impartía sobre derecho constitucional. En la primera clase quedó claro que el profesor era un tipo rudo. Estableció sus reglas: cero faltas si queríamos aprobar el curso y, en mi caso particular, sería más duro aún: “y tú Batres, un retardo y estás reprobado”.

La disciplina que establecía Arnaldo con sus alumnos no conocía excepciones e incluía a su hijo Lorenzo con quien era igual de riguroso que con el resto de los estudiantes, y hasta más. A cambio de la disciplina, el maestro ofrecía compartir su pasión por el conocimiento y el análisis que siempre lo caracterizó. Su clase era fascinante. Era una conferencia magistral cada día. Literalmente nos llenaba de conocimiento, de historia, de derecho, de filosofía de ciencia política. Un año después me inscribí a su curso de Teoría del Estado. Por eso, considero a Arnaldo como el mejor de mis maestros en toda mi vida.

Aún antes de conocer personalmente a Arnaldo Córdova, yo había leído ya dos magníficos de sus libros: “La formación del poder político en México” y “La política de masas y “el futuro de la izquierda en México”. Después de conocerlo leí “Sociedad y Estado en el mundo moderno” y “La política de masas y el cardenismo”. Y más tarde leí otras obras de su autoría.

Arnaldo fue un hombre sabio, casi un enciclopedista que además dominaba varios idiomas, el primer intelectual en desentrañar al sistema político mexicano y comprender fenómenos como el corporativismo, el reformismo social del Estado y el nacionalismo revolucionario que surgieron con la Revolución Mexicana. Como académico, sindicalista, legislador y dirigente político, toda la vida fue un hombre preocupado y ocupado en que la izquierda mexicana se alejara del sectarismo y comprendiera las realidades históricas de nuestra patria.

Arnaldo formó parte de un grupo de intelectuales que llegó a ser muy prestigiado en los años ochenta, con Rolando Cordera, Antonio Gershenson, Adolfo Sánchez Rebolledo, José Blanco, Carlos Pereyra, Eleazar Morales, José Woldenberg y otros.

Entre las aportaciones más importantes de Arnaldo se encuentra su revaloración del cardenismo, una nueva visión de la Revolución Mexicana alejada de la historia de bronce, la orientación política en el sentido de impulsar una política de masas para vencer a un sistema político basado en el corporativismo.

Se fue una de las mentes más brillantes de México. Hasta siempre.

 

@martibatres