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Armando Manzanero y una infancia

"Nos hizo falta tiempo". | María Teresa Priego

Por
Escrito en OPINIÓN el

Le digo a mi papá que se murió Manzanero y me dice que no puede ser verdad. Tampoco es verdad que él, mi padre, se murió hace un año con tres meses. Quiero decir: es verdad a veces, pero no todo el tiempo. La voz de Manzanero como un túnel hacia el pasado. Tanto de infancia y adolescencia. Algo muy suave, como caricia. Algo doloroso como de planetas extraviados. Podría escribir "perdidos", pero no. Extraviados, nada más. La memoria puede ser una inmensa lagarta generosa. A veces. "Aquel señor" con la voz de Manzanero y regresa el Tabasco de los años sesenta. Mi papá me abraza. Es el lugar más seguro del mundo. Nunca hubo, nunca habrá nada parecido. Porque después una crece y se ve obligada a enterarse que el Absoluto no existe. Que el único espacio Absoluto fue el abrazo del padre. En la infancia.

Ni siquiera después. Para las alturas de la adolescencia comenzamos a entender que hay un mundo allá fuera. Una inmensa munda y que para acceder es indispensable soltarse de la mano del padre. Soltarse. Ya les he dicho muchas veces que allá estamos hechos de agua. Creo que no paro de decirlo. Es como un instinto de lluvia. Eso debe ser lo que me pasa. Hoy. Me tomo un segundo café con "Esperaré" a todo volumen, como sucedía en la casa de la calle Madero. Y con un lloradero que no para. El tocadiscos en un rincón en la sala. Vivimos casi frente al Palacio Municipal y casi esquina con el parque de Don Benito Juárez. Es domingo y salimos a encumbrar papagayos (acá en la ciudad se llaman "papalotes"). Es un arte complejo que alcancen las nubes sin enredarse en los cables de la electricidad o en un árbol. Mi papá es un experto. Como ahora es un experto en regresar. En darme citas intempestivas.

"Contigo aprendí", un hombre joven que es mi padre toma por la cintura a una mujer joven que es mi madre y se murmuran palabras misteriosas al oído. Es algo parecido a la complicidad y siento celos. Vaya que si una hija siente esas cosas. Unos celos incendiarios. Tremebundos. Inconfesables. Me parece que él es el más guapo del pueblo y ella la más suertuda. Giran despacio y miro el movimiento de sus aretes largos. Su collar de perlas. Su vestido con los hombros descubiertos. Así como alguna vez existió la infancia, alguna vez ellos fueron felices juntos. No sé después. Tabasco es un irrumpidero de tormentas que, en ocasiones, rozan los excesos. Dejan de ser tormentas buenas. Alguna vez los cuatro hermanos vivimos bajo el mismo techo y nos amamos. No sé después. Por eso mismo que les digo: las tormentas. Las aguas que se desbordan. Allí donde el agua deja de lado su poesía y se hace desgracia. Lodazales. Charcos estancados. Pero hubo un "antes". Vaya que lo hubo.

"Somos novios" y los fulgores del edipo. Que veinte años de diván no son nada. Vamos al mar los fines de semana. Vamos a la quinta Chacuiba en Teapa. A la zona sagrada de Palenque. A un lugar que se llama Paraíso. Amo las carreteras porque mi papá es el mago de la rima y los juegos de palabras. "A ver, lagartija, ¿con qué rima nube?" Regresamos cada vez de noche. Los demás hacen como que duermen o miran por las ventanas. Somos nosotros dos y las palabras. Solos en el mundo. El duelo comienza y se sube de tonos hasta que uno de los dos se queda sin rima. Remas en tu cabeza y no se te ocurre nada más. "¡Me acepto derrotada!" "¡El ganador recibe tu derrota con humildad!" El 29 de septiembre del 2019 se murió mi papá. Como les dije: no es que esté muerto todo el tiempo. Esa noche nos aceptamos derrotados. De todas maneras, no nos quedaba de otra. Fue un final muy suavecito. La muerte aceptó su triunfo con humildad.

Nos quedamos solos en la penumbra. Después. Cuando ya no podía apretarme la mano. Por horas. Solo él y yo en el mundo. Con la voz de Armando Manzanero. "Escucha, papá". Era como la última escena de "Melancolía" de Lars Von Trier: un estallido de planetas. Y en ese final del mundo hasta entonces conocido Manzanero desde mi celular cantaba: "Esta tarde vi llover". Me dejaste sin ti con todas las lluvias por venir. No fue tu intención. Eso de estar a punto de morirte no te gustaba nada. "Papá, ¿con qué rima muerte?" Fue una serenata muy larga. "Aunque con otro, contemples la noche/ y de alegría, hagas un derroche...". Llegaron por ti y fui a tu armario por una camisa blanca. Un traje. Una corbata. Me dijeron que así había que vestirte. Aún con ese calorón.

Después ya no sé bien qué pasó. Éramos muchos. La tierra se traga a las personas. Las realidades inenarrables. Eso. Habrá sido raro, pero yo seguía escuchando a la trova yucateca. Y a Manzanero. Y tenía hojitas para hacer barquitos de papel. Me senté en esa tierra que te tragaba. Las palas hacen un ruido rítmico. Horrible. Pero mi hijo me armó toda una lista de canciones en el celular. Para nosotros. Hice barquitos de papel. Y avioncitos. En ese lugar inmenso el cielo estaba como para volar papagayos. "Siento mucho tu pérdida", me dicen. "Esperaré.../ a que sientas nostalgia por mí/ a que me pidas, que no me separe de ti". "Lagartija, tienes que perfeccionar ese barquito". "El pirata Lorencillo llega a las costas de Campeche". Nada detiene a nuestra flota que surca las aguas del Grijalva y llega al mar. No es pérdida, es extravío.

Me subo sobre los zapatos de mi papá y bailamos. "Cuando estoy contigo, yo cambio, la gloria/ por la dicha enorme, de estar en tu historia". Bailamos al borde de un cenote. Bailamos en la plaza de don Benito. En Palenque. En el rancho Cantarranas a la orilla del mar. En las ciudades que estuvimos juntos y en las que viví lejos de él. Y lo encuentro en todas sus edades y en las mías. Aún en aquellas edades que fueron suyas, mucho antes de conocerme. Allá hacia donde voy para intentar saber de él, lo que nunca voy a saber. Lo encuentro en mis tres lagarthijos. A mi papá.

Armando Manzanero va de regreso a Yucatán. Con todo y su piano. Va hacia su infancia como sucede con los muertos. Allá mi papá y él - hijos de la "Ciudad blanca"- se van a encontrar. Les cuento: alguna vez existió el Absoluto. Incluía la voz de Armando Manzanero. No hay manera de olvidarlo. Ni puedo, ni quiero. Mi papá vivió una vida muy larga. Y, sin embargo, "nos hizo falta tiempo".