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Armando Manzanero, desde aquella cima

Armando Manzanero escribía con un talento y sentimiento que se quedaba impregnado en cada palabra. | Manuel Fuentes

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Escrito en OPINIÓN el

Empecé a escribir sobre el aumento de los salarios y otros mitos y, la muerte del maestro Armando Manzanero, trastocó todo mi plan. Ya no pude seguir. Escribí: “beneficia a unos cuantos” y, como si las palabras fueran mágicas, cambiaron las letras por: “estando contigo me olvido de todo y de mí”.

No me había pasado antes y, al empezar el análisis de los pagos, de los descuentos, de la renuncia de los derechos que algunos viles patrones hacen, esas letras me decían que esperara y me calmara, que habría tiempo de revisarlo después, que era mi última columna del año. 

Que eran tiempos para detenerse y mirar ese destello del maestro Manzanero que aparecía formando letra por letra: 

“Eres luz que ilumina las noches 

De mi largo camino 

Y es por eso que frente al destino 

No quiero morir.”

“Una rosa en tu pelo parece

Una estrella en el cielo 

Y en el viento parece un acento 

Tu voz musical.”

Armando Manzanero escribía con un talento y sentimiento que se quedaba impregnado en cada palabra. De alguna forma, Elias Canetti lo describía al hablar de los escritores y el manejo de las palabras: 

“…que las acaricia, lije, pule y pinta, y que después de todas esas libertades íntimas es incluso capaz de ocultarse por respeto a ellas”.

Te escucho, maestro Manzanero: 

“Esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú”  

¿De qué se trata? ¿Por qué vienes a mí, maestro, en este instante cuando agoniza este 2020 que nos ha robado tanto, pero que nos deja mucho más? Cada uno de nosotros, los que seguimos en esta tierra sin saber por cuánto tiempo, somos diferentes desde el momento en que empezó la pandemia.

Mirar de otra manera la vida, hasta para contar los días que pasan:

“Aprendí que la semana tiene

Más de siete días 

Hacer mayores mis contadas alegrías 

Y a ser dichoso yo contigo lo aprendí”

Con su legado es posible llegar a lugares inverosímiles, como cuando confiesa que “Contigo aprendí”:

“A ver la luz del otro 

Lado de la luna…”

¿Cómo lograrlo? ¿Qué se requiere para llegar a lugares inalcanzables? ¿Basta quererlo? No. Hay que subirse a una especie de velero que te lleve cuando apenas estás suspirando y en esos instantes llegues a cualquier lugar que imagines. Como si fuera magia, pero más que eso.

Hasta hacerte imaginar que amanece y tienes un apetito distinto que se reparte entre los trozos de los vientos de la mañana, que nadie ve.

Es como hablarle a ella, al oído, y decirle, como escribía el maestro Manzanero:

“Entre tú y yo no hay nada personal

Es sólo el corazón que desayuna

Come y cena de tu amor, 

En el café de la mañana…”

Manzanero escribía con pasión desmedida, hasta para detener el tiempo por medio de palabras que escurrían a cuentagotas, que no sé de dónde surgían, pero que aparecían de pronto:

“Solo te mire y sin decirte nada te abrace

y juntos caminamos todo el día

el mundo a nadie más pertenecía”

“Días como hoy

Hacen que el mundo gire…”

¿Cómo lograrlo en estos días oscuros, en la agonía del 2020 que se ha llevado a tantos amigos? 

Para alcanzarlo existe una condición: ser un poeta, como Manzanero, que escriba fielmente, que dibuje cada letra, que las adorne con girasoles y hasta les ponga estrellas de mil colores, de esas que nunca se apagan.

Las palabras son capaces de trasladarnos a lugares recónditos, hacernos escuchar el sonido en el absoluto silencio o sentir un abrazo a pesar de la distancia, un beso sin prisa, o unas palabras que te abriguen y te digan: estoy contigo. 

Te hacen tararear en voz baja e incluso casi gritar: 

“Cuando estoy contigo no sé qué es más bello

Si el color del cielo o el de tu cabello

No sé de tristezas, todo es alegría 

Sólo sé que eres tú la vida mía”

Después de muchas horas de ir recorriendo cada letra, no se deja de aplaudir la vida de Armando Manzanero, de todo lo que nos deja; llegar hasta aquella cima, la más alta, y desde allí gritarle: 

¡Gracias, querido maestro!

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