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Argumento Ad Televisum

Es frecuente que el mexicano se pase horas enteras de su día y de su noche viendo la televisión

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Escrito en OPINIÓN el

Quizás no sea algo exclusivo y propio de los habitantes de esta tierra, pero sin lugar a dudas es algo que caracteriza a la media nacional: destinar buena parte de su vida frente a la programación televisiva, sin hacer más que disponer de los canales visuales y auditivos, ejerciendo la autoridad certera del dedo índice sobre el control a distancia.

Acerca del tema existe infinidad de comentarios relacionados con la generación de la opinión pública, la educación de la gente, el letargo que produce la excesiva dosis del canal de las estrellas, las infladas ilusiones que ocasionan telenovelas, como aquéllas donde la colaboradora doméstica logra enamorar al flamante y potentado protagonista.

En fin, la televisión se ha convertido en un referente cultural inmediato y fuente de argumentos incontrovertibles, como si todo fuese cierto dentro del contexto de la señal audiovisual, sólo por el simple hecho de haberse dicho en un espacio público. Algo así como un argumento ad televissum.

Más allá de los sueños que las telenovelas ocasionen y de las verdades implacables que sostienen los comunicadores, es sorprendente la forma en como algunos productos son ofertados en la televisión, y el consecuente convencimiento que se genera alrededor de los mismos y de sus efectos.

Veamos por ejemplo el caso del “Té japonés del Doctor Yang”. Empieza el corte comercial, de excesiva duración, hablando de las virtudes de los productos milenarios y más de aquéllos que provienen del lejano oriente. De nuevo, como si por el hecho de ser milenarios y de distantes latitudes, éste fuera argumento suficiente para mencionar los beneficios de artículo.

Aparece un individuo con rasgos mesoamericanos, muy mesoamericanos, con una especie de bigote y piocha, con el rabo de los ojos pintados para aparentar antecedentes orientales, vestido con una especie de túnica, acompañado de melodías que simulan antigüedad y sabiduría.

De forma súbita un brusco acercamiento al rostro del personaje y con letras llamativas aparece: el “Té japonés del Doctor Yang”. Suponemos que el aludido personaje emula al precitado Doctor, para después caer en la cuenta de que es precisamente así, pues una voz oculta comienza hablar -en un escenario hecho a la medida de la cultura oriental- de las propiedades de las hierbas medicinales del lejano oriente; en este escenario emerge precisamente el alter del Doctor Yang dando explicaciones a un compacto grupo de personas, que parecen ser sus alumnos, sobre la forma de mezclar y formular sus pócimas.

La imagen cambia de época hasta llegar a la modernidad y mostrarnos a una mujer pasada de kilos, cabizbaja y melancólica, para posteriormente encontrarnos con que esa mujer, por arte de magia (la magia del Doctor Yang), ahora es delgada, esbelta y feliz. Sólo que si se mira detalladamente, es poco probable que se trate de la misma persona.

Así sucesivamente con hombres y mujeres que de estar al borde del suicidio en las imágenes, aparecen rejuvenecidos y con un aspecto físico por demás apetecible.

Aparece después una mujer con cuerpo escultural que funge como entrevistadora y receptora de los testimonios milagrosos del té japonés, al que la gente en pasmo contenido, da parte de su experiencia y la manera como el Dr. Yang les ha cambiado la vida. Aparecen imágenes de cómo se puede reducir el tamaño de la cintura de entre 20 y 30 centímetros, en tan sólo diez días.

Es algo verdaderamente asombroso, las personas del corte comercial parecen no creerlo. Pero eso no parece ser todo, el “Té japonés del Doctor Yang”, además de ser un líquido que propende al adelgazamiento corporal de forma mágica, súbita y casi religiosa, sirve también para curar otros malestares y padecimientos como: los males de próstata, del hígado, de la presión arterial elevada, el cansancio, la falta de lívido, la falta de energía a lo largo del día y el insomnio. Es decir, este producto revolucionará la medicina moderna y las más altas técnicas curativas del siglo XXI.

Después viene la lamentable realidad, el costo del té japonés es excesivo, algo así como ochocientos pesos. Pero para nuestra sorpresa, si llamamos en ese exacto momento y dentro de la siguiente hora, el costo del té será de doscientos noventa y nueve pesos.

Para ese momento, el televidente tiene forzosamente que estar en éxtasis. Todo lo que deseó en las últimas fiestas de año nuevo, gracias al Doctor Yang y sólo por esa irrisoria cantidad - considerando el espléndido descuento que nos profirió la televisión- se pude hacer realidad.

Y eso no es todo, después de repetir las imágenes, los testimonios y las propiedades curativas del producto, siempre haciendo alusión a la excéntrica imagen del Doctor Yang y de sus alumnos, hay un regalo adicional: “Si llama ahora, dentro de los próximos cinco minutos, por oferta de lanzamiento, no le daremos ni uno, ni dos, sino, tres veces el producto”.

Ya para entonces, el ama de casa estará llorando y rompiendo el cochinito para comprar el producto, no lo puede creer, es algo mejor que el advenimiento del Señor.

Tiempo después, la señora se da cuenta que no ha mejorado, e incluso, ha empeorado. Esta más rechoncha y con peor salud, pues ha destinado toda su actividad física a la preparación puntal y religiosa del “Té japonés del Doctor Yang”.

El argumento ad televissum hace que los mexicanos creamos todo lo que se dice en la televisión, sólo porque se dice en la televisión.

@gstagle