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Ante un cadáver

La tumba es el final de la jornada, porque en la tumba es donde queda muerta la llama en nuestro espíritu encerrada.

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Escrito en OPINIÓN el

“Caro data vermibus” es la etimología de la palabra cadáver, que significa literalmente, carne dada a los gusanos. Así es, polvo eres y en polvo te convertirás. O dicho de otra forma, la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma. O mejor aún, “círculo es la existencia, y mal hacemos / cuando al querer medirla le asignamos / la cuna y el sepulcro por extremos”.

 

Y así la existencia en sucesos y acontecimientos desenvueltos en la forma de un poema que nos muestra la infinitud del ser. Al morir, nos convertimos en el trigo que alimenta el corazón de la mujer amada; o en la larva que transmuta en mariposa “que en los ensayos de su vuelo incierto / irá al lecho infeliz de tus amores / a llevarle tus ósculos de muerto”.

 

No son líneas fijas e inmutables, sino laberintos helicoidales y concéntricos; la existencia es un terreno incierto y fértil y el espíritu transmigra en esencia vital, en formas y composiciones multiformes que, por simple y natural, va más allá del entendimiento. Al morir, el cuerpo inerte y las pupilas apagadas, termina el objetivo terrestre, “Pero, ¡no!... tu misión no está acabada, / que ni es la nada el punto en que nacemos / ni el punto en que morimos es la nada”.

 

El eterno femenino que impera en la esencia de las apuestas entre Dios y el Diablo, por el alma y corazón del Doctor universal, de conocimiento infinito, como Goethe, siempre es eterno y permanece siempre. Como el espíritu de Fausto, que aún muerto, es constante, como Mefistófeles en la figura de un perro negro en la noche obscura que se presenta ante el doctor, a ofrecerle la sabiduría sin límites. Esa que trasciende la vida.

 

Ante ese cadáver que tomó cianuro, por el dolor inmenso que le provocó la miseria y el amor por Rosario, ese cuerpo que se daría a los gusanos, es amor constante más allá de la muerte, el cadáver de Acuña, es el cuerpo muerto y pálido del nocturno a Rosario, es el eterno femenino. Ese cuerpo que desafía la ciencia y los confines de la razón, ese cadáver ante quien el poeta vislumbró la eternidad, es su propia biografía ante Rosario.

 

Mientras se despide de su lira de poeta y de su juventud de 24 años, mientras toma su cicuta pasional y muere en el anfiteatro como escenario de su cuerpo, se convierte en el polvo enamorado de Quevedo. Sus dos obras, el nocturno y el cadáver, lo trascienden y se unen en uno, en el cuerpo muerto del poeta, en la obra eterna del Fausto y en el poema de Quevedo. En el centro de todo ello, su madre como un dios.

 

Y como fuego fatuo de la noche de walpurgis, que aparece y se sucede como espíritu errante, así la llama del poeta Acuña, que terminó su vida por la intensidad de la pasión. Reaparece en tiempos, místico “que al fin de esta existencia transitoria /a la que tanto nuestro afán se adhiere, / la materia, inmortal como la gloria, / cambia de formas; pero nunca muere”.

 

El espíritu del poeta se eterniza; Manuel Acuña nació en la ciudad de Saltillo, Coahuila, un 27 de agosto de 1849; y Johann Wolfgnag von Goethe, la inteligencia universal, 100 años antes, nació en Frankfurt el 28 de agosto de 1749. Los dos son el cadáver y son Rosario; son el eterno femenino y son polvo enamorado.

 

@gstagle