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Anne Dufourmantelle

Anne Dufourmantelle es autora de libros a los que podríamos calificar de “imprescindibles” para quienes se interesen en las relaciones humanas. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

Anne fue una filósofa y psicoanalista francesa autora de libros a los que podríamos calificar de “imprescindibles” para quienes se interesen en las relaciones humanas. Los riesgos de estar vivo. Los posibles sentidos de la vida. Los vínculos de amor y desamor. El amor-odio. Las elecciones que suponemos “libres” y que en tantas ocasiones son dictados de un inconsciente que nos es ajeno y que nos lleva, con frecuencia, a repetir los modos de relaciones muy remotas que nos marcaron. “Es la letanía repetitiva del síntoma que pesa sobre la vida del sujeto lo que le impide salir”. Pero, ¿por qué las personas tendemos a repetir? A pesar del dolor. A pesar del daño. Porque no sabemos, no podemos ver que estamos repitiendo.

Porque en algún lugar que nos es ajeno intentamos reparar las desgarraduras del pasado, pero no sabemos cómo. En su libro “En caso de amor. Psicopatología de la vida amorosa” (2012), Dufourmantelle escribe: “Contrariamente a la idea comúnmente admitida, uno se casa más a menudo con su madre que con su padre…No es la madre real, sus rasgos, sus gestos, su huella, sino la relación que ella tuvo con nosotros”. Y señala cómo una mujer podría elegir como compañero a un hombre “muy ocupado”, egoísta, digamos: desatento y distraído, para recrear así la vivencia junto a una madre fría,“decepcionante”. Ella que huye de aquel primer abandono y quisiera sanarse en una relación amorosa recíproca, se coloca en la exacta circunstancia de los inicios: una demanda de amor que se estrella contra las murallas de una persona poco dispuesta a amar. 

Y escribe del abandono: “El abandono es una zona franca donde ninguna regla tiene curso. Un lugar de deserción, un no man’s land”. Esa manera de decir tan particular a la escritura de la psicoanalista. Esa poesía tejida en las experiencias que a través de los años fue compartiendo-viviendo en su consultorio. Como la historia de la “niñita de diez años que tenía un aire totalmente feliz”. Mientras tanto, sus padres lanzaban bombas en un interminable campo de batalla. Y la niña, al parecer, sonreía igual de dulce y de feliz: “Aunque dos padres se desgarren, no siempre hacen hijos tristes. En efecto, los niños no pueden darse ese lujo, están bastante ocupados sosteniendo a estos padres y en la tentativa de estar a la altura, haciéndoles creer que la vida es posible y que ella vale la pena. Son ejemplares, pequeños soldados bien derechos en sus botas…”

Los padres se separan, se construyen por separado vidas más amables. La hija continúa sonriendo tal y como se vio obligada hacerlo por años. Dufourmantelle escribe que “los padres se felicitan”. Es tan encantadora. Y luego la analista apunta: “El olvido es la cosa mejor compartida del mundo”. Qué conveniente. Qué terrible. Ahogado detrás de la sonrisa está el grito. ¿En qué consiste? En que la hija creció aprendiendo que “el amor es un campo de batalla” y que más allá de esa apariencia suya de “suavidad y confianza” a la que se vio forzada, el amor se le presenta como una imposibilidad. Lleva inscrito en la piel, en la memoria una frase como una condena: “el amor es la guerra”.

Anne Dufourmantelle se ahogó a los 53 años en una playa en la Riviera francesa. Dos niños fueron arrastrados por las olas. Corrió hacia ellos para intentar salvarlos. Los niños sobrevivieron, Anne no. Su cuerpo tendido sobre la arena pareciera lanzarnos hacia esta continua invitación suya, ese llamado hacia la vida del que escribe en su obra: “Elogio del riesgo” (2011). “Tal vez arriesgar la vida sea, para empezar, no morir. Morir en vida, bajo todas las formas de renuncia, de depresión blanca, de sacrificio”… ¿Y si no morir en vida fuera el primero de todos los riesgos?” En 2012 publicó “Inteligencia del sueño” . Con Jacques Derrida trabajó (por una propuesta de Anne después de asisitir al seminario de Derrida) el libro: “La hospitalidad”.  Con esa poesía tan suya, la de la vida y la de la escucha en el diván y la del acompañamiento a tantos dolores por resarcir y tantos sueños por reparar escribe: “¿Cómo hacer hospitalidad en la palabra a un evento que ha fracturado nuestra vida?” ¿Cómo ofrecerle un lugar? ¿cómo entenderlo distinto y transitarlo? Para no repetir más.