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Andrés Manuel y el sentido de pertenencia

AMLO es el hombre que se atrevió a hablar de "República amorosa" y de "Revolución moral". | María Teresa Priego

Por
Escrito en OPINIÓN el

"Yo había puesto encima de mi pecho, un pequeño letrero que decía: "cerrado por demolición". Y aquí me tiene usted pintando las paredes y abriendo las ventanas",

Carlos Pellicer.

Ese "prieto" que desafía al melaninómetro, a nuestra manera colonialista de desgarrarnos por los tonos de piel. Ese tabasqueño que eligió conservar la singularidad de su acento a pesar de las andanadas discriminatorias. El chamaco de una familia de la clase media en Macuspana. Esa guayabera suya que a tantos les recuerda una época del PRI y a otros nos hace pensar en el sureste mexicano. En lo grande y diverso que es México. El que viene -con su castellano despostilladito- de esa tierra "que es más agua que tierra". El hombre que se atrevió a hablar de "República amorosa" y de "Revolución moral". "Ganamos la batalla cultural", "ganamos la batalla de los símbolos", escribió Pedro Miguel. Y es más que exacto. La jornada electoral del domingo fue la prueba. MORENA no es un partido, es un movimiento social de dimensiones telúricas. ¿Qué es lo que no entendieron los adversarios de Andrés Manuel a lo largo de tantos años? Que él ofrece un sentido de vida y que sin sentido de vida, la pulsión de muerte gana. Así a como ha ido ganando. Sin "amor" (derechos, justicia, equidad, respeto, nombre propio), la muerte toma las plazas.

Por algún lado tenemos que comenzar

"La República amorosa es una cursilería populista", no lo creo. ¿Imposible de construir? Por algún lado tenemos que comenzar. Si nos detenemos en los significantes, ¿en qué podría consistir? En un sentido de pertenencia, en la posibilidad de imaginar juntos un proyecto de nación, en el derecho a la búsqueda (accidentada) de la felicidad. El bienestar común. Una ética de vida a construir cada día. Un alto al capitalismo salvaje que beneficia a unos cuantos y devasta a las mayorías. Un alto al despojo sistemático. Otra manera de cohabitar, así de diversos a como somos. Mirarnos. Escucharnos. ¿De qué estamos hechas las personas? ¿qué nos construye por dentro, nos llama, nos dignifica? El hombre y la mujer viven de pan y de dignidad, de pan y de esperanzas. El amor no es un invento de la mercadotencia, es el principio básico de la salud emocional.

Sin comunalidad somos seres extraviados

El niño sicario al que nadie amó. El niño sicario al que le fallaron las redes familiares, las redes sociales, el Estado. Nadie estuvo allí para decirle: "tomo tu mano, escucho tu dolor y tu abandono, te acompaño". "Existes. Tienes derecho a existir en el respeto y la suavidad". ¿Qué parte es la que no han entendido los Amos? Los insaciables, los corruptos. Recordé la histórica marcha contra el desafuero. Aquel "los quiero desaforadamente" que hizo latir el corazón de miles de personas de una manera distinta, muy distinta. ¡Cuánto hemos esperado! ¿A qué convocaba Andrés Manuel entonces? ¿Hacia dónde nos sigue convocando doce años después? Vivirnos dignas/os es acceder a esos derechos ciudadanos que en la letra, son los nuestros. Los que han fallado. Los que se le han negado a la mayoría de las/los mexicanas/os. Vivirnos dignos es ser capaces de tejer redes, reconstruir los vínculos de la comunalidad. Sin comunalidad somos seres extraviados.

Un anciano en una camilla en el piso, el corredor de un hospital. Allá en el planeta de los Amos: el dinero malhabido, el despilfarro. Una manita sucia extendida. Esa mirada suplicante. Una cuenta en las Islas Caimán. Esos a quienes les venden la teja y los ladrillos que les correspondían. Una casa hecha de mármol. La cultura del desamparo. La cultura del despojo, de la crueldad. Perdimos el camino. Desilusionados, impotentes. Los cacicazgos que se desdoblan desde el Gran Cacique todopoderoso en los terrtorios más vastos, hasta el cacique todopoderoso de la cuadra. Los que controlan el país. Los que controlan las banquetas de su barrio. Y la marea de los olvidados creció. Desposeídos de sus derechos y de ellos mismos. ¿Y nosotros los que sí comemos todos los días? Nos dio por mirar -cada vez más- hacia otro lado.

¿Qué sería la "revolución moral"? Quizá un país sin chingonómetro. Un México sin "grandes chingones" y decenas de miles de "chingoncitos". ¿A quién se "chinga" el chingón"? Trastocar los valores. Eso. Dejar de considerar que el abuso es virtud.

Que el despotismo es virtud. Que la riqueza a ultranza y la corrupción son virtud. Sin sentido de vida el ansia de consumir nos devora, porque nos llama a apreciarnos, a valorarnos en los objetos equivocados. Porque nos llama a consumirnos los unos a los otros. La frase: "El que no tranza no avanza", es una claudicación brutal. La renuncia a la empatía y a la solidaridad. El triunfo del individualismo ciego. La "República amorosa" sería la del "hoy por ti, mañana por mí". La de la reconciliación a la que llama Andrés Manuel. La que evita el choque de trenes porque hay un principio inteligente y solidario que ordena las vías.

"Amor con amor se paga". Ese "Peje" tan cercano. Nos habla en plena plaza como si nos estuviéramos comiendo un tamalito de chipilín y bebiendo pozol en la sala de su casa. Quizá lo que así nos dice es que México es nuestra casa: es tiempo de pintar las paredes y abrir las ventanas. ¿Lo va a lograr el solito porque ya es presidente y "mesías" y las diosas le dieron yo no sé qué poderes superiores? Que no nos subestimen. Somos millones quienes votamos por él. Por esa fuerza hecha de anhelos de justicia. En el zócalo: "¡No nos falles! ¡No nos falles!" "Yo no les voy a fallar". "¡Más te vale! ¡Más te vale!" Eros. El llamado a la vitalidad. A los horizontes de la esperanza. No nos fallemos a nosotros mismos. Somos millones para ser realistas y exigir/exigirnos "lo imposible". Somos millones para imaginar y construir "los mañanas que cantan".

El fascismo y la chamarra de Melania

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