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Amos Oz, un prodigio de la literatura hebrea

Los libros de Amos Oz, nos hablan de personajes melancólicos, abatidos, que rememoran el pasado y terminan tristes, pero vivos. | Jorge Iván Garduño

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Escrito en OPINIÓN el

Hombre inteligente, sensible y deseoso de encontrar la paz entre los pueblos de Israel y Palestina, Amos Oz (Jerusalén, 1939-2018), fue uno de los escritores israelíes más importantes “de la narrativa de nuestros días”, quien

Su literatura –suave, envolvente– parte del principio de meterse en la piel del otro, esa que implica ver el punto de vista del hermano o del adversario, y la razón que pueden tener sus acciones. Un ejercicio que nos permite precisamente entrar en la mirada de “lo que no soy” y desde ahí entender a ese “otro”, de desdoblarnos en diferentes personajes, comprender el universo de las perspectivas; una composición notable en la obra de este escritor, combatiendo así el fanatismo de grupos extremistas.

Descendiente de una familia de emigrantes rusos y polacos, se destacó, hasta el último día de su vida, por ser un autor políticamente correcto al analizar las circunstancias en las que se encuentran Israel, Palestina y toda la región de Oriente Próximo con un gran sentido de justicia a favor de la paz, de la coexistencia pacífica al permitir una apertura a la dimensión trágica de la existencia; la cual consideraba él, ha perdido la humanidad.

Los libros de Oz, nos hablan de personajes melancólicos, abatidos, que rememoran el pasado y terminan tristes, pero vivos; en palabras del escritor José Gordon diremos que “busca soluciones chejovianas” a las tragedias que se viven en su país, donde prefieren las soluciones shakespearianas (personajes bañados de sangre sobre el escenario con la justicia “poética”[1] levitando por encima de ellos).

Amos Oz utilizó la lengua hebrea como un brillante instrumento para el arte literario, y para la revelación certera de las realidades más acuciantes y universales de nuestro tiempo, así como también fue, una “voz que clamó en el desierto” por la coexistencia en paz y respeto mutuo de los pueblos judío y árabe, mediante un acuerdo histórico basado en la fórmula de dos estados nacionales para una solución justa a través del diálogo entre hermanos.

Las obras de este escritor suman múltiples novelas y numerosos artículos y ensayos; mismas que se han traducido a diversas lenguas.

Considerado uno de los maestros de la prosa hebrea moderna, estudió Filosofía y Letras en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Desde entonces compaginó la escritura con la docencia, además de ser ensayista y periodista, y participó como profesor visitante en la Universidad de Oxford y fue titular de Literatura en la Universidad Ben Gurión en Beer Sheva, Israel, donde se desempeñó como catedrático de Literatura Hebrea Moderna.[2]

En México, Editorial Siruela ha publicado de este autor su ensayo Contra el fanatismo, y las novelas: Una pantera en el sótano, Un descanso verdadero, El mismo mar, Una historia de amor y oscuridad, De repente en lo profundo del bosque (publicada también por el Fondo de Cultura Económica), y No digas Noche.

Esta última, escrita con magistral hondura, nos relata una misma historia contada desde dos puntos de vista distintos, como dije desde un principio, Amos Oz nos hace situarnos con sus novelas en los ojos de Él, Ella y del Otro; Teo, un hombre inteligente, maduro y vital, conoce durante su estancia en América Latina a Noa, una mujer lista, quince años más joven que él, sensual y apasionada. Ellos dos son los encargados de platicarnos su vida, un mismo acontecimiento, temas seculares quizás, sin embargo, dejan huella en lo más profundo de la vida por cómo está contada y estructurada la narración, en eso radica la importancia de la obra de Oz, ya que lo que percibe y siente Teo no es lo mismo que siente y percibe Noa; porque de eso se trata la vida.

No digas Noche nos lleva de la mano a conocer el modo de vida de un Israel envuelto en conflictos, guerras, inmerso en una sociedad acelerada y en un sistema globalizado. Tanto desastre en tierras tan nobles, ha producido olvido en las tradiciones bíblicas de sus habitantes, es así como Amos Oz nos habla del Sabbath,[3] de una fiesta llamada de los Tabernáculos,[4] de los paisajes hebreos y de un pueblo que por tradición es judío y por costumbre ignora sus raíces.

Un libro que te comunica emociones; Teo nos narra sus vivencias; Noa sus sueños y frustraciones; él nos cuenta su vida en Perú, Centroamérica y el inolvidable México hasta toparse a Noa en Caracas, Venezuela. La mágica Noa pierde su brillo con los años junto a Teo; él se vuelve monótono y triste como el desierto que contempla día a día; y un tercer narrador omnisciente les hará compañía en su historia que al final sigue igual: triste, pero con vida, con esperanza, en medio de un desierto, dejando al lector como un personaje más en esta avasallante novela.

Amos Oz, más que escritor, fue un intelectual que abogó por la paz entre israelitas y palestinos y denunció el fatalismo; galardonado en junio del 2007 con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, su repentina muerte durante los últimos días del 2018, deja un vacío en las letras universales imposible de llenar, elevando su literatura a una portentosa obra de arte universal.

Sobre su trabajo él mismo dijo que “si tuviera que decir en una sola palabra de qué trata su obra literaria, ésta sería ‘familias’. Si fuera en dos, diría: ‘familias infelices’. Si fuera en más de dos palabras, tendrían que leer mis libros”, añadió Amos Oz.

Sin duda alguna, cualquier libro de Amos Oz los sorprenderá gratamente amigo lector, porque fue de esos poquísimos escritores que poseyó el talento narrativo de una “voz que clama” en nuestro desierto interno, y que llenó como ninguno tantas hojas y hojas con sus obras, relatos y ensayos.

[1] En este caso el sentido poético lo coloco entre comillas, porque los extremistas lo confunden con fanatismo y en eso no hallamos nada de poesía.

[2] Párrafo con información de la redacción de El Universal.

[3] Día séptimo de la semana, que en el relato bíblico Dios ordena para descansar del trabajo. La tradición hebrea nos habla del sábado.

[4] Una de las siete fiestas anuales que Dios dio a su pueblo y que vienen consignadas en Levítico 23.

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