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Alarma!!!

La prensa de nota roja en realidad no debería existir, independientemente de lo bien o mal que lo hayan hecho durante décadas. | Ulises Castellanos

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Escrito en OPINIÓN el

Vi mi primer muerto, a los 11 años. Sucedió en las páginas de la revista “Alarma”. Era el arranque de los 80s, en casa de alguna tía, alguien abandonó un ejemplar en la sala durante una comida familiar. La tomé por curiosidad y enseguida me atrapó el terror.

Ese muerto, era un albañil que había caído de una obra en construcción. Quedó ensartado en las puntas de una barda de metal. Me impresioné.

Aquella imagen se me grabó en la cabeza. No dormí bien en días. Ese cadáver me daba vueltas y aparecía con regularidad en pensamientos recurrentes sin invitación.

Así era México, cualquier niño de primaria podía llegar a ver sus primeros muertos en una revista de terror que a nadie le parecía anormal. Aquella publicación nació en 1963 y cerró temporalmente en 1986 para renacer en 1991 y morir finalmente en 2016.

Durante décadas el público mexicano ha coexistido con ese tipo de prensa, ahí siguen “El Gráfico”, “Pásala”, “Metro” y “La Prensa”. Lo que aquí se configura como un género periodístico, rentable y popular, en otros países está prohibido.

Sin embargo, en medio de la crisis general de la industria periodística, y además, en un país sumido en la violencia generalizada, ¿Cómo es posible que estos medios aún subsistan? ¿Ellos normalizan la violencia? ¿Ofrecen un servicio a la comunidad? ¿Tiene futuro la nota roja como género periodístico?

Apenas el pasado 14 de febrero, los colectivos de mujeres feministas protagonizaron tremendas protestas frente a las instalaciones de estos medios, derivado de la publicación de imágenes del caso de Ingrid Escamilla, asesinada por su pareja en el norte de la Ciudad de México.

Este tipo de publicaciones ¿Revictimiza a las víctimas? o ¿Normaliza la violencia?, ¿Es ético o no, la publicación de esas imágenes en dichos medios? ¿Debe configurarse un nuevo reglamento más estricto para estos medios? ¿Usted qué piensa?

Lo cierto es que esas publicaciones que antes pasaban desapercibidas por el círculo rojo y su clase política, ahora provocaron enormes protestas del movimiento feminista, que terminaron con las pintas que se hicieron en Palacio Nacional más la quema de un camión de voceadores frente al edificio de La Prensa.

En lo personal, creo que la prensa de nota roja en realidad no debería existir, independientemente de lo bien o mal que lo hayan hecho durante décadas. El caso de Ingrid Escamilla por fin visibiliza, lo absurdo, ofensivo y surrealista que significa que exista un periodismo sin controles éticos y al alcance de cualquiera.

En 2018 con motivo de los 90 años del diario La Prensa, escribí en sus páginas sobre lo que pensaba de la nota roja: “Se trata del “gusto por la autodestrucción” como lo apuntó alguna vez Octavio Paz”.

Más adelante hago referencia a la médula de la nota roja: “por lo general polariza a la sociedad, provoca morbo, rechazo, angustia, ansiedad e incluso tristeza. Este diario nos acerca a las postales del infierno. Sabe a muerte y huele a tragedia”.

Un aspecto central de la fuerza de comunicación de estos diarios radica precisamente en sus fotógrafos, en aquel texto de aniversario, al cumplir La Prensa 90 años, subrayé lo siguiente: “La nota roja es un género dominado hoy en día por la imagen fija, sus fotógrafos son auténticos héroes de la imagen, imposible olvidar al maestro Enrique Metinides y la escuela que forjó” y sigo pensando lo mismo.

Sin embargo, los tiempos cambian y sostener hoy en día, ese tipo de periodismo, es francamente atrevido. De hecho, lo más seguro, es que independientemente del movimiento feminista, ese tipo de periodismo tienda a esfumarse o reinventarse sin imágenes de terror. Empieza a verse claramente fuera de lugar, en una sociedad que aspira a la equidad, la democracia, los derechos humanos y una convivencia pacífica.

Hoy el mundo es otro, las escalofriantes imágenes de Ingrid Escamilla ni siquiera las registraron fotógrafos de nota roja, fueron presuntamente, los primeros “respondientes” quienes las registraron y difundieron. Antes, eso era tarea exclusiva de fotoperiodistas especializados, hoy con un celular comprado en el Oxxo, es suficiente para que un paramédico o policía de la ciudad, se gane un dinerito extra.

Ahora bien, ya no se necesita Alarma, el cáncer de la nota roja ha contaminado las redes sociales y Twitter es un ejemplo de ello, y es obvio que así será, porque en la redes sociales no existen códigos de ética ni responsables de su publicación. Es el caos y la anarquía en el terreno de la comunicación masiva.

Así que, aunque desaparecieran los tabloides de nota roja, Twitter o WhatsApp mantendrían vivo dicho mercado entre la sociedad. Porque finalmente el morbo, es el motor principal.

Por ello, finalmente para entender mejor la dimensión de la cultura de la violencia que se vive en nuestro país, todos deberíamos preguntarnos si queremos que este tipo de periodismo exista o siga entre nosotros. Y créanme. Nos vamos a sorprender con la respuesta.

Por cierto, con este texto nos arrancamos aquí en La Silla Rota; agradezco la confianza del periodista Roberto Rock, director de este medio nativo de internet, para abrir este espacio semanal de reflexión sobre la imagen.