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Al eufemismo, llámelo por su nombre

Hoy día, la expresión de “políticas públicas basadas en la evidencia científica” es sólo un eufemismo y así hay que señalarlo. | Roberto Remes

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Escrito en OPINIÓN el

En el Gobierno de la Ciudad de México hemos visto estos dos años que algunos funcionarios hablan de “políticas públicas basadas en la evidencia”, lo cual corresponde a una tendencia a nivel internacional. El término mismo suena a que tienen razón: hay que romper con las políticas públicas basadas en subjetivismos de los gobernantes. Sin embargo, en la instrumentación de políticas hemos visto todo menos decisiones basadas en la evidencia científica. 

Hace unos días me preocupó escuchar el término en una candidata de un partido distinto al que gobierna la ciudad y sin ninguna posibilidad de ganar la elección. La expresión empieza a ser utilizada con ligereza emulando una supuesta superioridad.

No es que en sí vea mal que las políticas públicas se basen en evidencias científicas, sino que creo que es más un argumento político e incluso un sofisma. En mi experiencia como especialista en políticas públicas, no hay soluciones absolutas. Las políticas tienen éxito o fracaso según modo, tiempo y lugar.

Académicos como el australiano Gary Banks sugieren que no se puede hablar de políticas basadas en la evidencia científica, sino influenciadas por ésta, y que a menudo se generan dudas sobre cómo interpretar las evidencias. Banks señala que un buen proceso de formulación de políticas públicas está basado en tres aspectos: el análisis del problema público, las alternativas para abordarlo y la evaluación a posteriori de la alternativa elegida. En realidad, lo que plantea Banks no es nada del otro mundo: mero sentido común.

Desde la campaña de 2018 hubo cierta tensión sobre la agenda de seguridad vial y particularmente dudas de quienes más han defendido las “políticas públicas basadas en la evidencia científica”, Andrés Lajous y José Merino. Ellos aseguran que las reducciones de muertes alcanzadas gracias a la instrumentación de las fotomultas en la administración pasada no tenían una demostración de la relación causa efecto.

Con dudas teóricas sobre la efectividad de las fotomultas y la base de que la sanción económica no es la única ni la mejor vía para corregir conductas, se instrumentaron las fotocívicas. Sanciones que en vez de ser monetarias, refieren a cursos y actividades de servicio cívico. Hoy tenemos evidencias de que las decisiones de Lajous han causado un incremento en el número de muertes en las calles.

Lo que en otros países debería haber motivado no sólo la remoción del secretario sino su persecución penal por el homicidio culposo que representan sus decisiones, en México es la mejor prueba de que, como Santa Claus, las “políticas públicas basadas en evidencia científica” no existen, salvo en el discurso político.

Me preocupa la charlatanería de aderezar las políticas públicas con discursos seudo disruptivos. En realidad la lógica de que la evidencia, científica o no, influya las políticas tiene más de 30 años en la mesa, y en el caso mexicano tendríamos que mirar a Carlos Salinas de Gortari como uno de sus primeros promotores, con todo y que en sus años de gobierno no se utilizaba esa expresión.

Salinas representó una gran ruptura con las telarañas de los gobiernos revolucionarios. Por ejemplo, desde esos años se reflexionaba sobre cuál política social era más conveniente para combatir la pobreza, o sobre el peso relativo que debían tener en los presupuestos la medicina de alta especialidad o el financiamiento a la educación universitaria, versus los mayores impactos que se podían alcanzar en salud y educación atendiendo los niveles básicos. En muchas materias hubo cambios hacia la objetividad de las políticas públicas.

Volviendo a las discusiones de la ciudad, acciones emprendidas en las administraciones de Marcelo Ebrard y Miguel Ángel Mancera en términos de espacio público, como la peatonalización de calles o la reducción de carriles, enfrentaron ciertos impactos sobre la movilidad en automóvil, pero se alinearon a tendencias internacionales en las que resulta básico ganar espacio al coche para mejorar el espacio público. Estas acciones tuvieron modelaciones de tránsito de respaldo, pero no la premisa de que sólo se instrumentarían si mejoraba el desempeño vial.

Hoy día, todas las modificaciones viales están basadas en una modelación de tránsito, en la que es notoria la preeminencia del automóvil. Nada se instrumenta si se pierde capacidad vial. Esto parecería ser un ejemplo de cómo tomar decisiones con base en la evidencia científica. Sin embargo, estamos partiendo de una mala definición del problema, a partir de la valoración subjetiva del instrumentador al sobreponderar los temas de los automovilistas: esto incluye la forma en que han minimizado la creciente inseguridad vial o el desdén por la Zona Patrimonial de Xochimilco, al imponer un viaducto elevado sobre lo que se niegan a reconocer como un humedal natural.

Hoy día, la expresión de “políticas públicas basadas en la evidencia científica” es sólo un eufemismo y así hay que señalarlo.