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Accidentes

En esta ocasión quiero narrar la experiencia de un accidente en Washington.

Por
Escrito en OPINIÓN el

Durante los últimos meses he tratado de describir las situaciones típicas y normales que se viven todo el tiempo en la capital estadunidense y ahora no es la excepción. En ese sentido, comenzaré por narrar el episodio: durante un trayecto al aeropuerto, mi esposa y yo nos encontrábamos esperando la luz verde en un semáforo de la calle M en el barrio de Georgetown; cuando de pronto sentimos un golpe por atrás, bastante fuerte, que hizo volar una lata de refresco que yo tenía en mis manos y un montón de papeles. Yo venía en el asiento del copiloto y estaba tratando de enviar un mensaje de texto mientras eso sucedió. Tanto ella como yo perdimos la conciencia unos 4 segundos; como esas ocasiones en que no sabes qué fue lo que te pasó y por ende, no sabes bien como reaccionar.

Nuestro primer impulso fue bajarnos del automóvil y observar el golpe. Hasta ese momento comprendí que el conductor de una camioneta de color negro venía conduciendo y “texteando” con su esposa cuando se impactó a toda velocidad contra nosotros. Todavía con las piernas temblorosas decidimos orillarnos a una de las calles laterales para no bloquear la avenida y esperar a que llegaran los servicios de emergencia. El conductor le llamó al 911 para reportar el accidente, y en ese momento nosotros decidimos hablar con el seguro del automóvil. Hicimos esto pensando en lo que uno haría en México de manera típica: hablar al seguro, esperar que llegue un ajustador y tratar de no involucrar a la policía, pues solamente se pueden complicar las cosas. Sin embargo, en Estados Unidos todo funciona diferente.

Los seguros se hacen cargo “a posteriori”, es decir, una vez que sucedió el accidente, con el reporte de la policía se debe dar aviso a la aseguradora para que se cubran todos los gastos relativos a éste. Pues bien, no pasaron unos momentos cuando ya habían llegado varias patrullas de la policía metropolitana de Washington, un enorme camión de bomberos y una ambulancia. Adicionalmente, dado que el conductor que nos pegó era miembro del “Servicio Secreto” se añadieron más autoridades a la causa. Después comentaré de esto. Luego entonces, en cuanto la policía llegó al lugar, preguntó al conductor de la camioneta (el miembro del servicio secreto, pero que estaba fuera de servicio en ese momento) si había sido su culpa, a lo que contestó que sí. Creo que él estaba más asustado que nosotros.

Los paramédicos insistieron en llevarnos al hospital, y como yo tenía dolor en el cuello y la espalda, decidí que iría al servicio médico. Pero el protocolo dicta que lo tienen que encamillar a uno, recostar sobre una tabla durísima y subirlo en la ambulancia para así llevarlo al nosocomio. Y así fue. Llegamos, cual película de acción al Hospital Universitario George Washington (que pertenece a la universidad del mismo nombre). La escena al llegar al hospital fue devastadora: una serie de personas sumamente enfermas, una falta inmensa de espacio, de camillas, de camas, de doctores. Es decir, estaba sobrepoblado. El famoso “Emergency Room” o el lugar de urgencias contenía mucha más gente de la que podía atender. Después de un buen rato llegó un doctor y me revisó. Me hizo varias pruebas y dictaminó que no había un daño mayor y que me dejaría ir a mi casa, pero con una serie de analgésicos y antiinflamatorios para evitar el dolor.

Nos dieron de alta en una silla a mitad de pasillo, porque otro paciente necesitaba mi cuarto y al momento de pagar, nos dijeron que el trámite era de la siguiente manera: enviarían la cuenta por correo a mi casa, y yo tenía que enviársela al seguro del automóvil del tipo que nos chocó, o bien, a mi seguro propio. En cualquier caso yo tendría que pagar la cuenta y esperar a que se me reembolse (o bien, solicitar un pago directo, pero no siempre funciona así). No tengo idea de cuánto nos van a cobrar por estar un rato en el servicio de urgencias del hospital, pero me imagino que no será poco. Trataré además que el seguro cubra el vuelo de avión que perdí y la noche de hotel que me cobraron en la Ciudad de México por no presentarme con mi reservación.

La experiencia fue difícil, traumática y muy diferente. También en estas cosas se aprenden cosas nuevas y ahora, por experiencia propia, puedo hablar cada vez más con conocimiento de causa acerca del sistema y de los servicios de salud en Estados Unidos. Desde mi punto de vista sigo pensando que es más sencillo y es mejor en nuestro país para estas cosas cotidianas. El tiempo nos lo dirá. Ya seguiré contando los desenlaces de esta historia en las próximas ocasiones.

 

@fedeling