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Abuso sexual infantil: historias de silencio e impunidad

El abuso sexual infantil, una de las expresiones más crudas de las distintas formas de violencia sexual que se realizan con total impunidad. | Juan Martín Pérez

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Escrito en OPINIÓN el

A las #niñaspoderosas de las preparatorias 7 y 9 de la UNAM.

Ella tiene miedo de dormir, y sólo tiene 11 años; teme que su padre regrese por la noche y rompa la frágil puerta de su casa. Sabe que su mamá intentará defenderla, pero él es más fuerte, y volverá a lastimarla como en otras ocasiones cuando llegaba enojado. Dicen que la policía lo está buscando. Tiene miedo de dormir y que la despierten esas manos grandes tocando su cuerpo. Miedo de volver a esa oficina donde le preguntan detalles que ya no quiere recordar, como si dudaran de lo que ha sufrido. Miedo que piensen que está mintiendo, que no le vuelvan a creer y la acusen de destruir a su familia. Ahora piensa que hubiera sido mejor guardar silencio, guardar el secreto, como le insistía su papá al tocarla. Sus ojos no le obedecen, no quieren dormir; su cuerpo tiembla de frío, quizás de miedo.

Cada día niñas y niños en México viven en silencio el abuso sexual de una persona cercana, de quien tiene la responsabilidad de cuidarles, quienes también dicen quererles. Esta contradicción de sentimientos sobre aquella persona significativa y al mismo tiempo agresora, ocasiona severos daños en la personalidad y vínculos de apego emocional en las víctimas infantiles de violencia sexual, los cuales se expresarán de forma negativa a lo largo de toda su vida. Uno de los factores que normaliza el silencio de estas agresiones es considerar a niñas y niños como ‘objetos de protección’ y ‘propiedad familiar’ por lo que sólo hay un paso para convertirles en ‘objeto de deseo y de uso’ de las personas adultas que les rodean.

La cultura machista que nos ha formado a todas y todos tiene las justificaciones perfectas para garantizar impunidad: “se lo imagina”, “está mintiendo”, “quiere llamar la atención”, “le están manipulando”, “va a destruir la familia”, y miles de expresiones similares para enterrar la voz de una víctima infantil que grita por ayuda. Tristemente es más frecuente de lo imaginado el llamado “secreto de familia”, que muchos saben, pero por el código cultural deciden silenciar.

El abuso sexual infantil es una de las expresiones más crudas de las distintas formas de violencia sexual que se realizan con total impunidad. En esta sociedad machista la dominación masculina se ejerce en el cuerpo de las niñas, niños, mujeres adolescentes y mujeres adultas; en ocasiones con un velo de amor romántico y en otras bajo la sombra del silencio impuesto con miedo. La dignidad de la víctima se ve vulnerada, la autoestima se deteriora y la incertidumbre que incuba el miedo impide pensar en el proyecto de futuro.

Esta normalización de la violencia se expresa en el silencio familiar y la complicidad institucional frente al abuso sexual de niñas y mujeres adolescentes. Ocho de cada 10 casos de abuso sexual contra niñas niños y adolescentes ocurren en los lugares de protección, es decir, la casa, escuela, Iglesias y centros deportivos.

Para las autoridades la voz adulta tiene mayor valor que las denuncias de un niño o una niña, se les niega equivalencia humana. Cientos de investigaciones ministeriales y sentencias judiciales dejan libre a los agresores por defender el valor de la voz de una persona adulta frente a las víctimas infantiles, que no logran una ‘denuncia formal de los hechos’ en “tiempo, circunstancia y lugar”.

Con ello las víctimas son revictimizadas, ignoradas y silenciadas por la complicidad machista en las instituciones. Incluso si las operadoras de justicia son mujeres o han recibido cursos de derechos humanos. En el país no hemos logrado el cambio cultural que permita reconocer nuestra deuda histórica con las víctimas de violencia sexual que se ven perseguidas por el estigma y discriminación cuando deciden denunciar y entrar al tortuoso recorrido institucional de buscar justicia.

Mientras tanto se continuará repitiendo el patrón que todas las instituciones usan: dudar del testimonio, cuestionar la conducta de las víctimas, realizar filtraciones de la carpeta de investigación, invalidar evidencias y obstaculizar la coadyuvancia. Y en aquellos casos que alcanzan la indignación pública, se prioriza el "prestigio institucional" sobre el interés superior de la niñez, violentándoles el derecho a la verdad y el acceso a la justicia.

Sin duda la incorporación del enfoque de derechos humanos de niñez y la perspectiva de género, nos permitirán seguir forzando a la sociedad y al Estado mexicano a reorganizar sus instituciones de procuración de justicia que ahora dejan libres a los perpetradores; pero sobre todo nos permitirán que las víctimas se transformen en defensoras de sus derechos humanos “hasta que la dignidad se haga costumbre”.