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Abogacía con valores

La buena formación de las nuevas generaciones de abogadas y abogados involucra principios y valores bien cimentados. | Javier Tapia*

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Escrito en OPINIÓN el

En tiempos tan convulsionados por crisis de salud, crisis económicas, crisis políticas y otras, la crisis de valores en una sociedad quizá sea una de las más lacerantes. Es un hecho que las sociedades modernas requieren de seres humanos capaces, preparados, con las habilidades o destrezas suficientes para aportar, no solo a su sostenimiento y desarrollo individual, sino colectivo, es un asunto que algunos llaman de responsabilidad social. 

Hace un tiempo, leía una nota periodística publicada en la página web del medio CNN politics (agosto-2020), relacionada con la extinta juez de la Corte Suprema de Justicia estadounidense Ruth Bader Ginsburg (RBG), un referente en la defensa de los derechos de las mujeres y reconocida por sus opiniones legales, sus discursos y posturas dentro del ala liberal de la propia Corte.

En el referido medio se incluyó el fragmento de una entrevista a la juez Ruth Bader, en la que se le cuestionó ¿cuáles eran las características que comparten los jueces exitosos?, respondiendo con gran sabiduría: paciencia, disposición para escuchar y aprender, y compasión. Precisó que la ley existe para gobernar y servir a la sociedad, no es una especie de ejercicio abstracto que afecta a personas reales, los jueces deben ser conscientes de cómo la ley afecta a las personas.

Lo anterior trajo a nuestra memoria un pasaje de la magnífica obra de Miguel de Cervantes, cuando Don Quijote de la Mancha le da algunos consejos a Sancho Panza antes de que fuese a gobernar su ínsula. Precisamente algunos de ellos redondeando la cualidad de la compasión, le aconseja: “Hallen en ti más compasión la lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico”, “Si a caso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”.

Han pasado más de cuatro siglos desde que saliera a la luz la obra de Cervantes y las palabras de la jueza Ruth son un auténtico recordatorio de la incuestionable importancia que tiene la buena formación de las nuevas generaciones de abogadas y abogados, puesto que se trata de cualidades que se enfatizan en la actividad juzgadora, pero que atañen a una labor fundamental para todo este gremio: La protección de las personas y sus derechos. 

De ahí la importancia de dicha formación bajo principios y valores bien cimentados, con bases de conocimiento teórico pero encajados en una filosofía humanista, dotados con la suficiente dosis de humildad para ser pacientes, receptivos y comprensivos ante los infortunios de las personas y la sociedad misma. El ejercicio de la abogacía, descansa en estas virtudes cuyo resultado se hará patente con el producto de una conciliación o una sentencia justa, y no sólo eso, hay que recordar que los abogados no solo están para encargarse de una labor reactiva ante un hecho o acto ilegal, sino también, para evitar llegar a los tribunales, sean estos administrativos o judiciales, es ahí donde puede verse y valorarse su labor como instrumentos de cambio hacia una cultura de prevención de conflictos.

En la actualidad se viven tiempos de oleadas discursivas, donde cada persona sea profesionista o técnico, político o apolítico, economista o ingeniero, médico o abogado, carpintero o electricista, etcétera, todos asumen su propio entendimiento y su propia verdad. Conciliar todas las realidades individuales y colectivas, así como la infinidad de discursos que nacen de éstas, es tan sólo una de las virtudes de abogadas y abogados para la conservación de la paz y el desarrollo. 

La compasión en la actividad de jueces y abogados en general, no es una simple práctica de la lamentación ante la adversidad sufrida por otros, sino un ejercicio de razonamiento y deliberación coherente entre la realidad de las personas y la realidad jurídica imperfecta. 

De ahí la necesidad de abogadas y abogados con valores, que hagan frente con valentía y creatividad, pero siempre con humildad, a los retos que el cambio en el estilo de vida ha traído consigo la actual pandemia por la covid-19. Un estilo que ha obligado a realizar trabajo remoto o a distancia, que ha alejado a las personas, pero al mismo tiempo, ha acercado a millones que en otros tiempos era impensable, un estilo de vida que ha orillado –o al menos tratado de encauzar– a muchos, a entrar en el mundo de las relaciones tecnologizadas de suyo complejas, cuando lo que más necesita el mundo son relaciones humanas –literalmente hablando-–, sensibles, empática, honestas, etcétera.

Nuestra sociedad altamente participativa dentro del discurso de la protección de los Derechos Humanos en nuestros tiempos, requiere del fortalecimiento de estas cualidades y virtudes, no sólo en las y los jueces sino en el ejercicio de la abogacía en general, con valores, a fin de reorientar el rumbo hacia una sociedad donde la equidad y la justicia sean los factores reales del cambio. 

¿Cómo lograrlo? Parece sencillo –sin embargo, asumo que no lo es–, educación es la primera palabra, inversión es la segunda, ambos componentes del desarrollo en toda sociedad, ambos que atañen a los Estados o naciones, pero también a las personas. El equilibrio entre estos factores no solo tiene que ver con causas de orden económico, sino de aspiración, disposición y sentido humanista, tarea entonces que descansa –en gran medida– en abogadas y abogados, de ahí la relevancia de la preparación las nuevas generaciones de estos, con principios y valores.

* Docente de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México.