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¿A morderse la lengua?

El chisme no es una plaga peor que el covid-19, pero sí puede causar grandes daños. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

La nota le dio la vuelta al mundo. El papa Francisco condenó una vez más a los los chismosos por “pretender dividir a la Iglesia católica”. El chisme, dijo, “es una peste peor que el covid-19” y “el diablo es un mentiroso que siempre anda diciendo las cosas malas de los demás”.  

En ocasiones anteriores, el pontífice pidió a monjas y sacerdotes que no alimentaran el “terrorismo de los chismes”. Y a los católicos les dijo que el chisme mata, “porque la lengua mata, como un cuchillo”. Por lo tanto, agregó, “si sientes la necesidad de decir algo en contra de un hermano o una hermana, de lanzar una bomba de chismes, "¡muerde tu lengua! ¡Duro!"

Está claro que no se trata de simples comentarios. Tampoco de crear noticias de alto impacto internacional. El objetivo de sus declaraciones tiene un fondo político que está en la agenda del Vaticano desde 2016, y que es parte de una estrategia para recuperar la confianza que ha perdido la institución desde hace varios años.

Por si no lo leíste: El chisme, una "peste más fea que el covid": papa Francisco.

El chisme es tan antiguo como la comunicación oral. Al igual que sucede con la mentira o la manipulación, todos hemos chismeado. Unos más, otros menos. Los expertos en psicología, sociología y comunicación saben que el chisme no es exclusivo de ninguna edad o género y que su objetivo principal es dañar la reputación de quien está ausente.

La difusión oral de acontecimientos o noticias verdaderas o inventadas, con el fin de murmurar e “indisponer a unas personas con otras”, es parte de las acciones y técnicas comunicacionales propias de la lucha por el poder. Para propagar un chisme, no importa el nivel ni la magnitud de lo que está en conflicto o se quiere imponer.

Te recomendamos: Aniela Cordero. "Salvando al Godín de Radiopasillo", Opinión La Silla Rota, 13 Octubre 2018.

El chisme podría encuadrarse en una o más de las figuras retóricas. Como falacia lógica, también es una de las expresiones más negativas de la manipulación, sobre todo por la dosis de violencia verbal que le caracteriza. Poner en ridículo, exhibir la debilidad, descubrir los errores, avergonzar o mostrar la desgracia de alguien son tan solo algunas de sus más nefastas expresiones.

La reputación y credibilidad de los chismosos casi siempre termina mal. Por lo tanto, quien decide divulgar un chisme sabe que corre el riesgo de perder la confianza y la credibilidad.

A pesar de lo anterior, la efectividad del chisme suele ser muy alta. Primero, porque atrapa la atención de los interlocutores fácilmente, al tener su origen supuestamente en un secreto que se debe guardar (“No se lo cuentes a nadie”). Segundo, por la gran facilidad que tiene para mover emociones, generalmente a partir de la complicidad con quien lo cuenta. Y tercero, porque casi siempre lleva una dosis de intriga, maledicencia, hostilidad, conflicto y suspenso que hace irresistible su propagación.

Consulta: Ricardo García Damborenea. Figuras retóricas y otros ingredientes del discurso político. Madrid, España, Ediciones Uso de Razón, 2013.

En el chisme se cuenta una o más historias que están entrelazadas. A diferencia de algunas técnicas de manipulación, es muy fácil identificarlo. Y casi siempre es sencillo intuir, saber o detectar que no todo lo que se dice es verdad. También es frecuente que se ponga en duda una o más de las premisas de los argumentos que se exponen con el fin de crear expectativa o facilitar las murmuraciones posteriores.

El chisme vende. Los medios de comunicación identificaron que la industria del espectáculo es una fuente inagotable de historias de este tipo. Tanto así que las audiencias e ingresos que produce lo han convertido en uno de sus negocios más rentables. Con la llegada de los medios digitales y las redes sociales su poder se intensificó como nunca antes en el terreno de la comunicación política.

Lee más: Chismes ayudan a liberar estrés, sumédico.com.

Hablar de las intimidades, detalles de la vida privada o errores de los demás —sobre todo cuando tienen poder o no nos simpatizan— los desidealiza, vulnera su liderazgo o daña su reputación. Y su efectividad es mayor si lleva cierta dosis de burla, traición, descalificación o menosprecio. Sin embargo, en el nuevo ecosistema de comunicación también está sirviendo para llamar la atención cuando el personaje necesita promoción o elevar sus niveles de recordación y reconocimiento.

Si el chisme es promovido por el supuesto afectado, opera el viejo principio de “que se hable de mí, aunque sea bien”. Cuando no es así, los daños que puede provocar son de consecuencias muy negativas —a veces catastróficas— en la vida de algunas personas. Los ejemplos sobran. Más cuando llega a destruir familias, patrimonios o incluso la salud mental de los afectados.

Te recomendamos: Laura Palacios. Teoría y práctica del chisme. "No sé si debería decírtelo...", en Página 12, 23 Agosto 2012.

En el trabajo de consultoría política no debería recomendarse la divulgación de chismes. Sin embargo, es un recurso que algunos personajes siguen utilizando con cierta frecuencia, sin importar los riesgos que se corren, tanto para quien los difunde como para los personajes a los que se pretende afectar. Chismear es algo natural, pero se contrapone con los más elementales principios éticos de la profesión.

Quien recurre al chisme en el espacio público tendría que considerar que hay otros recursos efectivos para cumplir objetivos. En los escenarios de competencia, el debate serio y profesional sigue siendo una de las herramientas legítimas de mayor fuerza y credibilidad. En consecuencia, lo más recomendable es retomar la sugerencia del papa Francisco: “Por favor, hermanos y hermanas, hagamos un esfuerzo por no chismear”. 

Recomendación editorial: Montserrat Bordes Solanas. Las trampas de Circe: falacias lógicas y argumentación informal. España, Editorial Cátedra, 2011.