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¿A gritos y sombrerazos?

El respeto a la investidura presidencial es necesario, pero no se puede eludir el diálogo o la confrontación civilizada entre los poderes. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

La decisión del presidente Andrés Manuel López Obrador de no acudir hoy a la entrega de la medalla Belisario Domínguez en el Senado demuestra, una vez más, que nuestra cultura política debe evolucionar pronto hacia un modelo en el que el debate esté en el centro del diálogo y la lucha por el poder. Es incomprensible que aún no se cumpla tan importante objetivo cuando todos los días se habla de una de las transformaciones más importantes de nuestra historia.

Más allá de si el presidente decide asistir al evento —o si está eludiendo una responsabilidad con la persona galardonada o con otro poder— no deberían existir limitaciones para una confrontación civilizada en el marco de la pluralidad que caracteriza a nuestro sistema político. Cierto es que no se debe faltar el respeto al titular del Poder Ejecutivo. Pero también lo es que el contraste de visiones y opiniones tiene que ser de frente, como sucede en otros sistemas democráticos.

Cuando el diálogo público entre los líderes y lideresas se da en espacios y tiempos distintos, es muy difícil para la población seguir el hilo de la conversación. Es obvio y comprensible que el diálogo frente a frente no se lleva a cabo todos los días, pero eso no justifica que tenga que ser ríspido, irrespetuoso o violento cuando se den los encuentros. La confrontación directa con argumentos ha evolucionado tanto que resulta increíble que aún se siga evadiendo en los diversos espacios que hoy están disponibles.

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La coexistencia pacífica entre los contrarios no tiene porqué estar dominada por la armonía y el consenso. La lucha por el poder es la esencia de la política. Y esto significa que la diferencia, el conflicto, la simulación, el doble lenguaje y sobre todo el sometimiento del otro son situaciones inevitables. Por fortuna, en la democracia existen diversas vías, procedimientos y formas para avanzar como sociedad y acceder al poder de manera legal y legítima.

Aún más. Gracias a la contraposición y la discrepancia, la sociedad tiene la oportunidad de elegir a quienes identifique como sus mejores representantes. Para lograr sus objetivos, los líderes cuentan con las herramientas de la retórica y la persuasión. En otras palabras, tienen a su disposición la comunicación política moderna. También cuenta con los poderosos medios que hoy les ofrece el nuevo ecosistema de comunicación, pero que no se están aprovechando en todo su potencial.  

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Las batallas que se daban en el Congreso hace más de un siglo, literalmente “a gritos y sombrerazos", no son muy diferentes a las de ahora. La diferencia más sobresaliente es que hoy no se desenfundan las pistolas ni se mata a nadie. Sin embargo, no existen razones para asustarse o preocuparse si en las discusiones surgen los gritos, se utilizan algunos adjetivos, se recurre a la ironía, se trata de interrumpir al adversario o se muestran pancartas con provocaciones o cuestionamientos.

El límite es bien claro: quien recurre a la violencia verbal o física no solo actúa en forma ilegal, sino que representa un serio retroceso en el proceso de consolidación de la democracia en el que estamos inmersos desde hace más de veinte años. La difamación, la calumnia y la mentira son recursos que también se deben evitar. Un buen debate se puede dar sin utilizar recursos tan bajos que solo demuestran la falta de capacidad para argumentar con datos duros, hechos concretos y evidencias.  

Consulta: Luis Antonio Espino. "Gobernar en democracia es comunicar, es persuadir, es convencer", en Letras Libres, 8 Septiembre 2016.

El diálogo político funciona mejor cuando existe un sistema de equilibrios y contrapesos. Quien ve a los adversarios siempre como enemigos o prefiere los monólogos para no confrontarse, se acerca más a un régimen autoritario o populista. Hasta ahora, esta no es ni debería ser una de las características de nuestro sistema político. Representaría un retroceso preocupante que solo complicaría la difícil situación que hoy estamos viviendo en el país.

La experiencia de los últimos años ha mostrado el enorme valor que tiene el diálogo civilizado. También existe sobrada evidencia de las aportaciones que éste brinda a la sociedad, sobre todo cuando existe la voluntad política para avanzar sin dejar al lado los legítimos intereses para mantenerse en el poder o desplazar al adversario. Pero, a pesar de todo, aún estamos muy lejos de consolidar una auténtica cultura de debate. Los diversos esfuerzos que se han realizado recientemente no han fructificado.

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El debate no se puede limitar solo a los periodos electorales. Tampoco hay que participar en ellos con miedo o preocupación por los riesgos que implica. El debate civilizado está relacionado con conceptos tan profundos como la tolerancia y la crítica. Y ambos obligan a controlar las emociones. El buen líder sabe que a un debate no se llega inseguro. Mucho menos enojado. La adecuada preparación es la base para ganarlo y convencer a la gente. 

Los líderes y lideresas siempre están a prueba y sometidos al escrutinio público. Pero más cuando acuden a los eventos o interactúan en los medios de comunicación. Rehuir el diálogo, el debate o incluso la confrontación no abona a su liderazgo. El conflicto es parte de la vida cotidiana y también del “espectáculo” político al que a diario están sometidos. Por eso, hay que afrontarlo y prepararse para salir bien librado. La sobreprotección no tiene cabida cuando se aspira a ser un gran estadista.

Recomendación editorial: Laura Baca Olamendi. Diálogo y democracia. Nueva edición con nota introductoria. México: Instituto Nacional Electoral (INE), Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática 17, 2020.