El 1 de julio el secretario de defensa norteamericano, Pete Hegseth, ordenó hacer una pausa en el envío de misiles y municiones a Ucrania. La declaración de la Casa Blanca es que se hizo para poner en primer lugar los intereses de Estados Unidos. Un lenguaje que parece responder a algunas críticas en el sentido de que su gobierno prioriza los intereses de países lejanos en conflictos que no atañen al país. Pero la medida no se origina en responder a esa crítica y sus motivos son hasta cierto punto sorprendentes. No se trata de abandonar a Ucrania; lo que ocurre es que no se cuenta con suficiente armamento.
Tras una revisión de las existencias de municiones y antimisiles ordenada por Hegseth la conclusión fue que las reservas eran insuficientes. Esto ocurre tras años de enviar armamentos a Ucrania, de bombardear y defender la flota naval de Estados Unidos de los drones yemenitas y, de abastecer a Israel para repeler los contraataques iraníes del año pasado y de las últimas semanas, además de sus ataques a Gaza, Líbano, Siria e Irak.
En los últimos tres años Estados Unidos envió a Ucrania más de 60 mil millones de dólares en ayuda militar. La asistencia militar a Israel fue durante décadas de alrededor de 3.4 miles de millones de dólares anuales, pero de octubre de 2023 al de 2024 subió a 17.9 miles de millones de dólares.
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Una de varias señales de alerta sobre la caída de las reservas la dio el almirante Samuel Paparo, comandante militar de la región Indo Pacífico. Dijo que la venta de miles de millones de dólares de defensas antiaéreas a Ucrania e Israel deterioraba la capacidad para responder a una amenaza en su región; por ejemplo, dijo, si China invade Taiwán.
La noticia del desabasto de armamento ha sorprendido a muchos; entre ellos a congresistas norteamericanos a los que ya se les había advertido y no prestaron atención. Ahora se mostraron incrédulos porque se saben la mayor potencia militar del mundo y porque sospechan que Trump simplemente decidió abandonar a Ucrania. No sería impensable porque Trump es hombre de victorias; se suma a las causas triunfantes y evade lo más posible toda asociación con las derrotas. Y el hecho es que Ucrania será derrotada.
Pero el motivo es real; Estados Unidos enfrenta un desabasto en su arsenal lo que lleva a la conclusión de que puede entrar como lo ha hecho en el pasado en guerras sucesivas y contra enemigos notablemente inferiores. Apoyar guerras simultáneas contra Rusia, una potencia militar de primer nivel, e Irán que ha demostrado una inesperada capacidad para defenderse y contraatacar, ha rebasado el ritmo de producción de la industria militar norteamericana.
Estados Unidos se ha especializado en armamento muy sofisticado y militarmente efectivo; pero en aras de la calidad ha sacrificado la cantidad. En 1943, en plena guerra, Estados Unidos armaba un avión de combate en un par de días; eran más sencillos. Ahora, los aviones que lanzaron las muy pesadas bombas anti-bunker en Irán cuestan 734 millones de dólares cada uno y desde la orden de fabricación a la entrega transcurren más de dos años. Los antimisiles Patriot cuestan, según el modelo, de 2 a 5 millones de dólares cada uno y se producen menos de 600 al año. La batería de lanzamiento cuesta alrededor de mil millones de dólares.
Conforme la tecnología llega a países de menor desarrollo estos producen armamento mucho menos sofisticado, barato y en cantidades importantes. El resultado es que se tenga que emplear armamento sofisticado y caro para repeler drones y misiles más sencillos, baratos y fabricados en instalaciones simples. Y si el adversario lanza oleadas de numerosos drones y misiles algunos de ellos pueden rebasar las defensas antiaéreas y causar fuertes daños. Como le acaba de ocurrir a Israel donde al parecer ganó la cantidad sobre la calidad.
La suspensión del flujo de armamento a Ucrania tomó a Zelensky por sorpresa y de inmediato viajó a Washington donde Trump le ofreció promover que otros países le transfieran misiles Patriot que le han comprado a Estados Unidos anteriormente. La posibilidad es baja; en parte porque las nuevas prioridades son en primerísimo lugar Israel, y en segundo sitio, viendo a futuro, el viraje anunciado de enfocarse en el fortalecimiento militar para contener a China.
Otra reacción internacional es que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, le llamó al presidente ruso Putin, tras tres años de silencio entre ambos. Respondiendo a su política de diálogo en cualquier circunstancia el ruso le tomó la llamada. Macron planteó dos asuntos, uno que Rusia presionará para que Irán permitiera el reingreso de los inspectores de la agencia atómica de la ONU a revisar sus instalaciones nucleares. Algo difícil porque Irán considera que tal agencia actuó en connivencia con Israel para justificar mediáticamente (porque no legalmente) su ataque sorpresivo.
Lo segundo que trató Macron fue una tregua inmediata al mismo tiempo que renovó su apoyo a la integridad territorial de Ucrania. Putin culpó a occidente del conflicto en Ucrania por ignorar durante años los intereses de seguridad de Rusia y crear en ese país una base antirrusa; cualquier acuerdo de paz sería a largo plazo. Algunos dicen que la llamada de Macron fue para suavizar en lo posible la posición de Putin ante la llamada que poco después le hizo Trump.
En efecto, tras anunciar la suspensión del flujo de armas a Ucrania, el 3 de julio, Trump llamó al presidente ruso para insistir en un rápido cese al fuego; algo que desde la perspectiva rusa serviría para rearmar a Ucrania y fortalecer sus posiciones. Más que un alto al fuego Rusia exige garantías para una paz duradera.
En un reciente intercambio de demandas Ucrania le exigió a Rusia prácticamente su rendición: Completo e incondicional cese al fuego; abandonar los territorios ocupados después de febrero de 2024; pagar una compensación por los daños causados; Ucrania no será neutral y podrá adherirse a la alianza militar occidental.
Rusia reiteró a Ucrania, Macron y Trump lo que ha dicho durante años: el reconocimiento internacional de Crimea y las cuatro regiones ocupadas como parte de Rusia; neutralidad militar de Ucrania y ausencia de fuerzas extranjeras en el país; prohibición total de armas nucleares; eliminar las sanciones de Ucrania en contra de Rusia; abandonar la ley marcial; abandono de reclamos económicos mutuos; plenos derechos a los hablantes de ruso en Ucrania; prohibir la glorificación del nazismo; eliminar restricciones a la iglesia ortodoxa rusa; restauración gradual de relaciones diplomáticas y económicas, incluyendo el tránsito del gas ruso y llevar a cabo elecciones para elegir nuevas autoridades con las que se podrá firmar un tratado de paz.
Las diferencias son irreconciliables y todo indica que la guerra continuará hasta lo que se ve como una inevitable victoria para Rusia.