El Palacio de Lecumberri fue el escenario de la última ceremonia oficial por el Día de la Libertad de Expresión, el 7 de junio de 2001. En un giro irónico, esa antigua prisión que simbolizó la represión estatal, se convirtió en el escenario para terminar con una tradición iniciada en 1952. El secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, en representación del presidente Vicente Fox, anunció el fin de la celebración y entregó por última vez, a nombre del gobierno, los premios nacionales de periodismo.
En aquella ocasión, a nombre de los periodistas habló Carmen Aristegui quien definió las ambigüedades de la relación de la prensa con el Estado mexicano, que se expresaba claramente en el hecho de que el Premio Nacional de Periodismo, lo habían recibido periodistas de indudable calidad y ética, pero “también personajes cuya trayectoria y vínculo con el poder les permitió colarse a la distinción por las rendijas de un premio concebido por y para conveniencia del poder”.
El premio, recordó Aristegui, fue instituido en 1976 por el presidente Luis Echeverría, el mandatario que asestó el golpe al Excélsior de Julio Scherer. México era el único país donde el órgano encargado del control político era el que premiaba a los periodistas.
Te podría interesar
La periodista recordó los orígenes de la ceremonia del 7 de junio: en 1951, en medio de una escasez de papel que amenazaba la existencia de los diarios, el presidente Miguel Alemán dispuso que los trenes de pasajeros se convirtieran en furgones para transportar la materia prima necesaria para los periódicos. El coronel José García Valseca, dueño de una importante cadena de diarios, estimó el hecho tan significativo que requería un reconocimiento oficial, por lo que se convocó a una reunión de directores de periódicos con el presidente, el 7 de junio, donde se entregó un pergamino firmado por todos.
El banquete de “agradecimiento” al presidente Alemán fue un éxito. El lugar escogido fue el Restaurante Grillón en la Ciudad de México, propiedad del español Manuel del Valle. Al evento, además del presidente Alemán, fueron invitadas 150 personas más, entre funcionarios, periodistas y editores de diarios. El menú escogido consistió en hígados de ganso con jalea de champaña, huevos rellenos de caviar ruso, langosta a la americana, arroz a la criolla, patos en salsa, crepas con cajeta y vino, según relató Rafael Rodríguez Castañeda en el primer capítulo de su libro “Prensa vendida” (1993).
A partir de esa fecha, la ceremonia se repitió todos los años. En 1954, el presidente Adolfo Ruiz Cortines anunció la inauguración de la nueva planta de PIPSA, empresa paraestatal creada en 1936 por el gobierno Cardenista, que permitiría la producción de más de 27 mil toneladas anuales de papel, lo que garantizaba el abasto y el control de los periódicos.
Esto fue evidente en la celebración de 1969, realizada pocos meses después de haber ocurrido la matanza de estudiantes en Tlatelolco, donde Martín Luis Guzmán fue el encargado de elogiar al presidente Díaz Ordaz, afirmando en su discurso que “el gobierno, en ningún momento, coartó la libertad de prensa”. Su sucesor, Luis Echeverría se encargaría de instaurar el premio nacional de periodismo. Y así continuó la ceremonia hasta ser cancelada en 2001.
Para esas fechas, la masificación del acceso a las redes sociales estaba terminando con el llamado “cuarto poder” de la prensa escrita en México. Algunos medios, previsores, iniciaron las primeras publicaciones digitales: La Jornada en 1995, Reforma y El Universal en 1996. México en 2001 ya contaba con 7.1 millones de usuarios conectados a Internet, cifra que en 2005 llegó a 16.4 millones.
Sin embargo, la mayoría de los diarios históricos no resistieron: Novedades cerró su edición impresa en 2002; El Heraldo de México, que dejó de publicarse en 2003 y regresó años después bajo otra administración; y El Nacional, que fue liquidado en 2000 tras décadas como medio oficial. Los demás iniciaron una penosa agonía, sobreviviendo con fusiones, recortes o mudanzas forzadas el formato digital.
En aquellos años, el principal oponente político del presidente Fox era Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, quien tenía la costumbre de ofrecer una conferencia muy temprano a los periodistas, descubriendo que la mejor manera de enfrentar al poder mediático presidencial y ganar la batalla por la agenda política del día era madrugando.