Sumergirse en un mundo otro. La pintora judía alemana Charlotte Salomon narra su vida: con pinturas, con frases llenas de poesía y de nostalgia. La descubrí en una página que le está dedicada. Pintó cerca de 1300 obras en dos años. Entre 1940 y 1942. La amenaza Nazi sitiaba la hasta entonces, “zona libre” en el sur de Francia en la que estaba refugiada. Charlotte sabía que el cerco se cerraba. A los 24 años se aisló del mundo en la pensión “La belle aurore” para contar pintura tras pintura la historia de su familia. Como una ironía feroz, se llamaba “La bella aurora” esa pensión que la ocultó en tiempos de monumental desesperanza. “¿Vida? ¿O teatro?”, así nombró su trabajo. Pintó y escribió frenética, desesperada. Y, sin embargo, hay tanto de luminoso en su obra. La vida, la nostalgia. La infancia. La pérdida de su madre. La llegada de una madrastra que la amaba y la ilusión de recomenzar.
Terminado su trabajo lo entregó a un doctor amigo y le dijo: “Aquí está toda mi vida”. ¿Qué sucedió después? Conoció a Alexander, un judío austriaco. Se casó con él. Estaba embarazada. Ir al registro civil significaba informar a las autoridades que dos judíos (ella alemana, él austriaco) vivían en Niza. Los nazis avanzaron hasta la “zona libre”. Dos semanas después Charlotte y Alexander fueron deportados. La asesinaron en el campo de concentración de Auschwitz en 1943 ¿Por qué les fue tan necesario acudir y registrar sus nombres en ese registro civil? ¿La deportación les parecía -de todas maneras- ya inevitable? ¿Sintió Charlotte que al concluir su trabajo ya no quedaba nada más? En su vida no solo fue la guerra. La destrucción Nazi. No. La historia familiar de Charlotte es una suma de desgracias inimaginable.
Una de las tragedias más grandes de la historia de la humanidad: la segunda guerra mundial, la llegada al poder del Nacional Socialismo, expansionista y meticulosamente sádico, se entrecruza con la historia de una familia acosada por tragedias más íntimas. Indagando encontré el documental “La vida de Charlotte Salomon” (2023) creado por las hermanas Delphine y Muriel Coulin. Una obra bella. Dolorosa. Excepcional. Rara. Una voz en off narra la historia ilustrada con las pinturas de Charlotte. La música es exquisita. ¿Cómo hablar de la tragedia? ¿cómo hablar del espanto? Las Coulin recuperan los archivos de Charlotte y la regresan al mundo que habitó durante apenas 26 años.
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Los secretos familiares. El horror que se guarda en silencio y, sin embargo, se transmite de tantas maneras: atraviesa las generaciones. El suicidio como repetición. Se suicidó el hermano de la abuela de Charlotte, ocho años después, se suicidó la madre de su abuela quien no pudo soportar la pérdida de su hijo. Más tarde, eligieron su muerte la hermana de su abuela y su esposo. Charlotte, la hermana de su madre (la primera en llevar el nombre), se quitó la vida a los 18 años. La mamá de Charlotte ante una vida que le resultaba insoportable saltó por la ventana. A la niña le dijeron que murió de una gripa grave. No fue sino hasta que su abuela materna se suicidó (con quien Charlotte vivía ya en Niza), que la joven supo que su madre no había muerto de gripa. Ella, como su hermanita, se había suicidado.
Charlotte heredó el nombre de esa hermanita añorada y muerta. La historia de una familia marcada por la muerte elegida. Sin embargo, Charlotte quiso vivir: “La vida es bella. Yo creo en la vida. Yo voy a vivir por todos ustedes”. Vivir por los que ya no estaban. Aún en Berlín, su padre se casó de nuevo con una cantante de ópera. Quiso mucho a Charlotte y la niña la adoraba. Charlotte se enamoró. Perdidamente. Pero la terrible “Noche de los cristales” le dejó muy claro a los judíos alemanes que la destrucción estaba en marcha. Imparable. Tuvo que despedirse de ese gran amor al que en su obra llama Amadeus Daberlohn. “Amo la vida y la apruebo profundamente, pero para amar la vida, sin duda, es necesario comprender su otro lado, la muerte. No olvides nunca que creo en ti”. Lo dijo Amadeus, Charlotte lo guardó como un regalo para siempre.
En un punto, las páginas con pinturas se detienen, lo que sigue es un largo texto escrito con letras muy grandes, en estado de urgencia. “Ocurrió en julio de 1940, en una pequeña carretera que llevaba a Niza. Se vio frente a una elección: poner fin ese día o comenzar algo realmente loco y único, fue entonces que le sobrevino frente a un sol ardiente con un aire púrpura y los árboles cargados de flores un recuerdo de su amor pasado. Intentó imaginar su cara, su cuerpo. Con éxito. Entonces vio, como despertando de un sueño, toda la belleza que la rodeaba...comprendió que tenía que aislarse y hacer todos los sacrificios para recrear su propio mundo desde las profundidades de su ser”.
Comenzó su obra. La terminó. Regresó al mundo. ¿Fue un acting out lo que la llevó junto a Alexander a un juzgado a firmar un documento que terminaría delatándolos? Era tan fácil de imaginar ese final. “¿Acaso no es ya la personificación de la melancolía?” decía de ella su abuela materna”. “Sigue habiendo alegría, las flores crecerán y el sol brillará”, escribe Charlotte y pinta a las flores y al sol. Le gustaban los rojos y los amarillos. La intensidad. La música de ópera que fue conociendo por su adorable madrastra. ¿Por qué ya no pudo intentar salvarse? “Aquí está toda mi vida”, le dijo al guardián de sus archivos. El médico entregó la montaña de páginas a una amiga de su abuela, ella a su vez, al padre de Charlotte y a su esposa cuando regresaron a Francia.
Charlotte intentó -con todo- vivir. Pérdida tras pérdida. En sus pinturas lo logra para siempre. No solo vivir ella: recuperar los tiempos de Berlín, a su madre viva. Las noches de cenas y de ópera. Recrear al gran amor de su vida. Regresar a su abuela. A Niza. A la hermana de su madre. Las horas felices, las horas de la catástrofe. Que nadie se quede sin ser nombrado. Fascinante. Inolvidable Charlotte. “Yo creo en la vida. Yo voy a vivir por todos ustedes”. ¿Quizá lo habría logrado? Alrededor suyo Tanatos avanzaba con sus botas altas. Implacable. Pienso en Paul Celan “Fuga de muerte”. Charlotte estaba embarazada de cinco meses. La cámara de gases.