En un artículo que daba bienvenida al Cardenal Jorge Mario Bergoglio como el primer papa que adopta el nombre de Francisco. Hans Küng apunta la osadía de este jesuita argentino, al tomar el nombre del Mínimo de Asís quién plantó el mayor desafío al boato del papado y la alta clerecía en toda su historia. Francisco I, rechaza la mitra con oro y piedras preciosas, la muceta púrpura orlada con armiño, el trono y la Tiara, los zapatos Gucci, el Rolex de oro, el sombrero rojo. Usa lenguaje llano, es sencillo en su trato, sensible a los grupos más desprotegidos, de suerte que primeros gestos y decisiones como papa, lo colocan rápidamente en la preferencia de jóvenes católicos y no católicos.
Francisco es un papa más de gestos que de doctrina y diplomacia como sus antecesores. Consciente de las poderosas resistencias internas de la política vaticana, sabedor del poder e influencia de los enclaves conservadores y cauteloso para no provocar sus embates, Francisco se mueve con discreción y sigilo, pero también con claridad y decisión en temas y asuntos, que puedan reconvertir la iglesia hacia un cristianismo más cercano al mensaje evangélico y hacia una presencia eclesiástica más activa, comprometida e innovadora en el concurso de las naciones. Hace un llamado a toda la jerarquía para no ser considerados simplemente como una “ONG compasiva” y a reprobar las guerras, los crímenes contra la vida humana y contra la destrucción de la “Creación”. Francisco clama por la humanidad y la caridad de todas las naciones frente a la indigencia, la desesperación de los pobres migrantes que mueren a racimos en sus intentos por buscar una vida mejor. Actos como sus visitas a Isla de la Pateras, Lampedusa, donde arriban las balsas de migrantes hacia Europa; sus llamadas nocturnas al hospital de Gaza para saber cómo se encuentran y tratar de paliar la extrema necesidad de quienes sabe está rodeados de muerte y abandono, son los gestos solidarios de un ministro de la iglesia realmente comprometido, pero también los gestos solitarios de un papa cercado por los poderes reales del mundo y de la iglesia.
Pero Francisco no solo tuvo estos gestos de compasión y sencillez, también tomó algunas decisiones estratégicas. Develó y encaró asuntos largamente ignorados por la Iglesia Vaticana. Cuestionó y sancionó la pederastia sigilosamente practicada y ocultada por siglos; reblandeció el trato a la homosexualidad demonizada; sancionó y puso candados al enriquecimiento de los funcionarios financieros de la Santa Sede. La reforma a la Curia Romana fue micropolítica, pero con "alfileres" indispensable para modular el poder agigantado de este cuerpo burocrático del gobierno vaticano. Medidas para descentralización y la reestructuración de organismos, dando poder en decisiones a las diócesis locales y creando dos nuevos Dicasterios: el Dicasterio para la Evangelización que preside directamente el papa y el Dicasterio dedicado "al servicio de la Caridad". En tanto el Dicasterio para la Doctrina de la Fe se recompone en dos secciones: una que supervisa la Comisión Pontificia para la Protección de Menores y que tratará casos disciplinares por pederastia y abusos y, otra sección, para consultas sobre la fe. Francisco cambió también estructuras económicas y la comunicación de la Santa Sede, poniendo en primer lugar la tarea de la evangelización, apostando por una Iglesia como “hospital de campaña” imagen de la misericordia divina, en la idea de trastocar la lógica principesca, lejana y ausente de las instituciones vinculadas con la Iglesia Vaticana.
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La sucesión y las opciones de la Iglesia. Francisco usó todo el poder motu proprio que tenía disponible y que era incuestionable por el resto de los órganos de poder eclesiástico, para remover y nombrar a Cardenales y cambiar a partir de esto, el equilibrio de fuerzas en la estructura de poder vaticano. Con ello en el Cónclave para elegir a su sucesor participarán 108 de los 135 cardenales. Esto significa que casi el 80% de los votos, pero aunque esta influencia es significativa, no es garantía de que el próximo papa comparta 100% su visión, aunque sí es una base para esperar razonablemente que, la mayoría de dos tercios necesarios para la elección, se pronuncia por un candidato moderado, que guarde o garantice los equilibrios actuales.
Un resultado de este tipo puede ser consolador para algunos y desconsolador para otros. Desde el punto de vista del Vaticano esta puede ser una solución atractiva, pero desde el punto de vista de la feligresía más joven y activa puede ser decepcionante y, desde el punto de vista de la geopolítica internacional, puede ser desastroso.
Para la feligresía joven y activa, la expectativa es una iglesia más abiertamente comprometida en los temas ecológicos y culturales que mueven las motivaciones más esperanzadoras: el ecologismo, el feminismo, la diversidad sexual, las nuevas tecnologías, las nuevas espiritualidades y místicas ecuménicas de hoy, es fundamental para seguir creciendo y provocando transformaciones de abajo hacia arriba. Dejar atrás los acartonados rituales eclesiásticos, refrescar la liturgia, renovar la doctrina de la fé con nuevas prácticas de oración; reubicar teológica y doctrinariamente a la humanidad ante las máquinas y los animales, pero sobre todo rescatar el papel de la mujer en la teología y en la iglesia, es central para remover el patriarcalismo añejo y anquilosado y darle paso al ministerio femenino en el altar, en el que Francisco fue francamente tímido.
Una opción moderada no sería lo suficientemente innovadora para revitalizar las comunidades católicas que en muchos países se revela podrida y quebradiza. Se requiere retomar el legado del Concilio Vaticano II y abrir a los nuevos temas del mundo cultural y religioso de hoy que ya no son aplazables.
Geopolíticamente hablando se requiere además asumir el corazón humanitario y de fraternidad, sororidad del evangelio, con un papel de defensa de los derechos humanos, la paz y la soberanía de los pueblos, ante el neocolonialismo, el extractivismo, la deshumanización y el abandono de las poblaciones carenciadas. Poner un dique moral ante el genocidio y la guerra de depredación. Reubicar el papel moral de la Iglesia ante el neofascismo y el neofeudalismo económico.
Si el Cónclave no da este paso con un papa que profundice la zaga de Francisco y retome los asuntos pendientes, el grito de "¡indignaos! indignez-vous!" de la feligresía tendría que resonar fuerte, incluso dentro de la Iglesia católica donde muchas comunidades, órdenes y asociaciones están esperando para impulsar reformas desde abajo. De lo contrario el papa Francisco será el papa del fin del mundo, no tanto por provenir de la austral Argentina, sino por prefigurar el decaimiento profundo de la Iglesia católica.