PERSONA NARCISISTA

El narcisista y la no relación

Hay pocas experiencias más pasmosas que mirar de cerca la facilidad con la que un perverso narcisista convierte (para sí mismo) a la otra persona en material de desecho. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Hay pocas experiencias más pasmosas que mirar de cerca la facilidad con la que un perverso narcisista convierte (para sí mismo) a la otra persona en material de desecho. Cuando siente que ya no queda nada que le urja expropiarle, porque, (y esta es una fantasía un tantito delirante, pero muy propia de su personalidad): en su imaginario ya se habrá apropiado de todo lo bueno de la otra persona. Es suyo. Ya él encarna la suma de ambos en todo aquello que sea generoso y admirable. Una irrealidad del tamaño de una catedral, por supuesto, pero él se lo cree. Insisto: lo que es bueno, socialmente gratificante, lo que brilla, lo que atrae, lo que le sirve para –al sumarlo– consolidar su auto imagen. ¿Construida sobre arenas movedizas? Sin duda. De manera paralela, su presa se irá transformando en la depositaria de todo aquello que él rechaza en sí mismo y en su familia. Todo lo que cuestione su grandeza.

Logrado este complicadísimo salto mortal (para la víctima), esa persona que en algún momento le atrajo, ya no le servirá más como prótesis. Sucede como en el retrato de Dorian Gray, él se mira embellecido mientras su pareja (ella cree aún que es su pareja), es la pantalla reflejante de todas las vilezas. No exagero ni un milímetro. Pero la caída brutal de la víctima llegará cuando ante tanta hostilidad, gaslighting, mentiras, distorsiones descaradas de la realidad y violencias diversas, comience a rebelarse. No sucede rápido. Es más que difícil creer que la persona amorosa y empática que conoció, de golpe, sea incapaz de las más elementales consideraciones. No mantener un solo acuerdo. No respetar una sola regla en común. La negación total de la existencia de su pareja

La regla básica que el narcisista (pasado el “idílico” periodo de seducción), va imponiendo: “aquí no hay lugar para dos, soy la suma del todo (hombre/mujer-padre/madre, si hay hijes), para que yo exista, tienes que desaparecer”. No se dice con estas palabras, claro. En semejantes circunstancias, si se limitara a esfumarse de la noche a la mañana, habría que agradecérselo. Pero con frecuencia, su implacable voluntad de dominio no se lo permite. Su víctima (¡por fin!) lo deja, vive su duelo, sueña con que se libró de esa locura que impuso en su vida, pero ¿qué creen? No va a renunciar a su presa. Nada del daño que haya infligido hasta ese momento va a serle suficiente. Va por más. Destructivo, insaciable. Va por más. A él nadie lo deja. Además, adora las venganzas.

Lo suyo es una rivalidad a muerte: para que él (y sus fantasías personales y familiares) vivan, tiene que aniquilar a la otra persona. La conoce. Sabe cómo hacerlo. Cada fragilidad de su expareja la convertirá en una herramienta de aniquilación. Es la depositaria de esa rabia infinita de él, hacia el núcleo de sus orígenes al que no está en posibilidades de cuestionar. Se desmoronaría. Le va a cobrar las facturas que no le tocan para salvarse, salvando a sus figuras tutelares. No se entiende las dimensiones de esa crueldad, esos tentáculos que atrapan a través del dolor que continuará causando por la vía de terceras personas. Familia, amigas/os, hijas/os. Nada ha sido suficiente –piensa– porque al parecer su víctima sigue viviendo y al parecer, hasta muy aliviada. Es muy probable que ante estas reflexiones haga intervenir la ley, que arrastre a su presa a un juicio interminable y desgastante que va a disfrutar muchísimo. La sigue “controlando”. Controlarla lo hace “libre”.

Cualquier pretexto es bueno. No solo se trata de que se la pase lo peor posible, también, se trata de tener “testigos” de la absoluta culpabilidad de la otra persona. Pero esa búsqueda de testigos comenzó antes, mucho antes, cuando el maltrato se dispara, también se dispara su maledicencia en el entorno. Se trata de que cuando a su víctima le suceda lo que él se va a encargar que le suceda, las personas cercanas estén convencidas de que “se lo merece”. “¿Qué se esperaba?” El narcisista miente muchísimo, su relación con la realidad es acomodaticia, utilitaria. No sabe de trámites éticos, serían un estorbo a su voluntad de dominio. ¿Negociar? ¿Abrirse a una conversación honesta? No está en sus planes cuando ya está seguro de tener el poder. Es el experto en el lenguaje contradictorio, en la intimidación. 

Una vez hecho todo lo que está en sus manos por aniquilar a la otra persona, se habrá armado – meticulosamente– el escenario de La Víctima. Sí, lo mejor de todo: él es la víctima. ¿cómo lo logra? ¿por qué lo hace? Como un asunto de sobrevivencia, si se derrumba ese falso yo, ¿qué sigue después? ¿Qué es verdadero en él? ¿Qué le pertenece y qué es de los otros? ¿Existe un “él” más allá de las puestas en escena? Es probable que exista. No es cosa de quedarse a averiguarlo.

 

María Teresa Priego

@Marteresapriego