ABUSO SEXUAL Y VIOLACIÓN INESTUOSA

Julia Santibáñez: romper el pacto de silencio

Julia Santibáñez escribe su entrañable texto: “Hoy rompo el pacto de silencio” y lo publica, por primera vez escribe el nombre de su violador: su hermano Felipe. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

“Como reparación, esta mujer adulta acompaña a la niña que fui, para que juntas tengan el coraje de gritar en el marco del #8M: hermano, lo que hiciste se llama violación. Te hablo a ti, Felipe Santibáñez Escobar”. Una niña de 8 años. Papá y mamá. Una hermana y dos hermanos mayores. La familia como fuente de seguridad y de amor. Esa es “la realidad” en el principio de los tiempos: ¿acaso podría ser otra? ¿Cómo una pequeñita en la primaria lograría siquiera imaginar que los mundos de certidumbre estallan? ¿que está condenada a no confiar más? Por años. Nunca más. La violencia irrumpe, la que revienta las paredes, el techo, la que convierte el “hogar” en un naufragio interior. Una suele admirar tanto al hermano mayor. La violación incestuosa. 

La más brutal de las traiciones. El silencio impuesto. El hermano tiene 18 años. Pronuncia esas dos frases que se repiten en los –aún– escasos testimonios/denuncias públicas, cuando la violación sucedió hacia adentro del núcleo familiar: “No digas nada, nadie te va a creer”. “Nadie te va a creer porque soy tu hermano, tu padre, tu abuelo, tu primo… porque mi palabra vale más que la tuya. Porque el poder es mío”. Julia escribe: “Cargué sola con esa plancha de cemento sobre el tórax”. ¿Cómo sería aquella vida cotidiana que dio un vuelco? El horror de los días y de las noches. Cohabitar con el violador. Él vive como si nada hubiera pasado. La realidad se convierte en una experiencia peligrosamente relativa para ella. Julia es una sobreviviente.

La niña se disocia, intenta negar, se calla, se refugia en los libros y en la escritura. Él vive 50 años impune. Cincuenta años. Desde entonces, a sus 18 años, hasta el 4 de marzo del 2025 en el que Julia Santibáñez escribe su entrañable texto: “Hoy rompo el pacto de silencio” y lo publica en el periódico “La razón”. Por primera vez escribe el nombre de su violador: su hermano Felipe. La entrevista Julio Astillero y escuchamos sus palabras en voz alta. Su testimonio circula. Julia pudo hablar por primera vez en terapia a los 24 años. Pudo hablarlo con sus hermanos Fernando y Lucy. Su padre murió sin saberlo. Su madre también, mucho después. Julia eligió no inflingirle un dolor de esas dimensiones. Julia los cuidó a todos. Hasta un día. 

Transitar la herida toma una vida. En sus poemarios, la verdad ya estaba. Lo indispensable de la escritura: “Cómo podías tú desconfiar/ del flamante joven, encantador/ que te pasaba el plato de cereal/ cada mañana en el desayuno”. El movimiento “#MeToo”, los testimonios ante la convocatoria de “Mi primer acoso”, las marchas feministas cada vez más multitudinarias, fueron liberando el derecho a las palabras. Cada libro que testimonia. “Que la verguënza cambie de bando”. Para las marchas llevo mi cuaderno y anoto las consignas y las pancartas: en las manifestaciones más recientes tuve la oportunidad de constatar que las pancartas que denuncian los “secretos” familliares”, el abuso sexual y la violación inestuosa, son cada vez más abundantes. Es rotundo. El espanto hacia adentro del umbral. 

“Mi silencio no me protegió. Tu silencio no te protegerá”, como escribió Audre Lorde. La palabra más silenciada está tomando las calles. Por fin. La valentía de Julia. Su admirable estar para sí misma y para las otras. Hemos callado tanto. Esperando ese “arrepentimiento” del verdugo, esperando que alguna vez reconozca a qué punto sembró la destrucción. ¿Sentirá culpa ese violador incestuoso? Ante esa pregunta solo nos quedaría el agujero negro: especular acerca de la construcción interior del verdugo. He conocido a alguno muy de cerca: editan, reacomodan, niegan, olvidan. Te colocan en el lugar de “la loca”. Con frecuencia se encarnan en el papel del “salvador-de-la-humanidad”. 

Nada podría compararse a sus impecables éticas de vida. Les creen. Sí. Vaya que duele hondísimo mirarlos habitar la impunidad, mientras la víctima atraviesa los escombros. Una los conoce. Una sabe del puñal y del despojo. Irse sanando, irse reconstruyendo de a poquitos. Entender que la hipotética culpa de un verdugo no es nuestro problema, no es una espera que corresponda a las víctimas. Pasar al acto. A la denuncia. Julia lo dice muy bien, a la manera de las maestras: “Felipe: hay consecuencias”. La hora precisa llega. Gracias, Julia.

María Teresa Priego

@Marteresapriego