La escritora Christine Angot, llevó el apellido de su madre: Schwartz, hasta su adolescencia. En su “libro de familia” (documento francés de identificación), figuraba la expresión “padre desconocido” que se usaba en esa época cuando un hombre no se presentaba a registrar a su hija/o. Pierre Angot, intelectual de una clase acomodada, abandonó a Rachel Schwartz cuando estaba embarazada. Rachel no tuvo la oportunidad de estudiar, a los 17 años salió a ganarse la vida. Esa diferencia de clases marcó, desde la mirada de madre e hija, el abandono que padecieron. Pierre visitó a su hija algunas raras veces durante su infancia, después desapareció: se había casado. Ella no lo recordaba.
En 1999 Christine Angot publicó su libro “El incesto” que causó un escándalo mayúsculo. No eran ni remotamente los tiempos de “la palabra liberada”. El incesto seguía siendo (aún ahora) el tema más tabú. El más negado y silenciado. Periodistas se burlaron de ella, la insultaron, la trataron de “enferma”, “loca”, “histérica”. En 2012, el jurado del “Premio Sade” quiso ofrecerle el galardón por su obra “Una semana de vacaciones” que recrea el tema. Christine lo rechazó indignada: seguían sin entender, el “juego” erótico sadiano consentido es justo la antítesis de las violaciones incestuosas de las que fue víctima y que comenzaron a los trece años. El padre regresó, sí. Para abusarla.
Con desgarradora lentitud los tiempos cambian: “Un viaje al este” (2021), en el que el incesto surge de nuevo con ese talento y esa rabia escritural de Christine, fue recibido de una manera bastante distinta: acreedor del Premio Médicis, uno de los más importantes de Francia, el libro se convirtió en un éxito de ventas. La sociedad francesa estaba más dispuesta a escuchar, con los años, otras autoras se fueron sumando –con enorme valentía– a esta apertura de las mentalidades que permite abrirse a la denuncia, a la reivindicación de derechos. A la empatía tan largamente negada a las víctimas.
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En 2024 Christine hizo público su primer documental: “Una familia” (está en la plataforma Filmin), en el que confronta a las personas que –según sus palabras– podrían haberla rescatado del horror en que vivía: su madre, la esposa (ya viuda) de su padre, su pareja de la juventud… Cuando tenía 13 años su padre apareció y dijo que deseaba mantener una relación con su hija. No solo, también tuvo sus encuentros amorosos con la madre tan emocionada de que estuviera de regreso. Él seguía casado. Deslumbró a Christine: un hombre atractivo, cultivado, trabajaba en el Consejo de Europa. Por fin tenía un padre y además, lo admiraba muchísimo. En el primer encuentro se despidió de su hija de un beso en los labios. Así comenzó esa escalada que duró tres años y de la que su hija no podía librarse.
¿Cómo perder a ese padre cuando apenas dejaba de ser un fantasma? Cada vez, la adolescente le rogó para que tuvieran una relación “padre-hija”, cada vez, el padre –sin demasiada sutileza– le hizo entender que era eso o nada. Ella se repetía: “va a cambiar. Se va a dar cuenta de que está muy mal. Me va a proteger porque soy su hija”. En una ocasión, cuando se negó a continuar explicándole el daño que le hacía y a seguir suplicando que se detuviera, el padre interrumpió las vacaciones y la llevó a la estación de trenes para que regresara a su casa. La dejó en esta estación sola, aterrada, llena de dolor y sin un centavo. Christine un día se atrevió a confesarle a la madre ese secreto terrible que las alejaba y ocupaba su vida. La madre se derrumbó. En el documental, la confrontación con la viuda de su padre (y madre de su hermana y de su hermano) es rudísima: la señora acepta abrir la puerta y Christine irrumpe con su equipo de grabación y de sonido.
Pasaron muchos años desde su primer libro en 1999, la viuda aceptó haber leído sus libros como “novelas”. Para cuando supo la verdad, que le fue transmitida por el esposo de Christine en una llamada telefónica, Pierre Angot ya padecía un Alzheimer avanzado. “La otra parte que podía testimoniar”, le dice a Christine, “ya no estaba”. Es desgarrador: Christine insiste, la viuda se mantiene: ¿cómo saber la verdad cuando ya solo una versión de los hechos es posible? Muchos años antes, Christine le contó a la otra hija de su padre. La joven la aceptó, no sabemos qué sucedió después. Su hermano en cambio le respondió: “él decía que todo era un invento tuyo”. Desde entonces, la posibilidad de una relación se perdió.
Christine, una escritora ya muy leída y reconocida publicó en distintos medios una carta para su hermano al que busca: “tenemos mucho que hablar”. No lo ha encontrado. El incesto como una herida siempre abierta. La manipulación de una casi niña “de padre desconocido” que vivía solo con su madre y que necesitaba ardientemente una relación con el padre que le fue negada. ¿Cómo lo interpreta ella? Los actos sexuales como condición para que la relación pudiera existir, fue justo la negación de la relación padre-hija. Una manera de gritarle: “tú n o eres hija mía”; “ Tú no perteneces a mi familia”; “Tú no me significas lo que mis otros hijos porque a ti no me importa destruirte”. Y, sí. Pierre destruyó a su hija. Christine solo pudo existir en la vida de Pierre como la amante adolescente del padre.