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Vicente Leñero, 10 años de ausencia

El legado de Vicente Leñero continúa vivo en cada palabra escrita y en los corazones que tocó a lo largo de su carrera, diez años sin su presencia y se le recuerda siempre. | Ulises Castellanos

Vicente Leñero en la redacción de Excélsior en 1972.
Vicente Leñero en la redacción de Excélsior en 1972.Créditos: Rogelio Cuéllar
Escrito en OPINIÓN el

Vicente Leñero murió a los 81 años de edad, un 3 de diciembre de 2014, hace ya una década. Fue mi maestro, mi subdirector y un entrañable amigo durante los 12 años que trabajé con él en la revista Proceso. Aún recuerdo las “clases” de dominó que me daba durante los cierres de portada del semanario en la calle de Fresas #13.

Vicente Leñero, fue un talentoso escritor y periodista nacido en Guadalajara en 1933, tuvo una vida llena de giros interesantes. En algún momento, decidió mudarse a la vibrante Ciudad de México, donde se inscribió en la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad Nacional Autónoma de México. Heberto Castillo fue uno de sus maestros. Sin embargo, lo que comenzó como un camino hacia las estructuras y planos se transformó cuando Vicente se dio cuenta de que su verdadera pasión estaba en las palabras.

A medida que fue adentrándose en el mundo literario, su desinterés por la ingeniería creció; el amor por la lectura y la escritura lo atrapó por completo. Vicente no sólo se convirtió en un escritor prolífico, sino que también cultivó amistades duraderas con otros intelectuales de su tiempo. Su brillante inteligencia le permitió explorar temas profundos y complejos a través de sus obras. Así es como este gran amigo del lenguaje encontró su voz y dejó una huella imborrable en la literatura mexicana y el periodismo de su época.

Leñero, un verdadero ícono del periodismo y la literatura en México, tuvo una formación sólida en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Desde el principio, su pasión por contar historias lo llevó a refugiarse en la escritura como medio para ganarse la vida. Su primera novela, "La polvareda", publicada por Editorial Jus, marcó el inicio de una prolífica carrera.

Con "La voz adolorida" (1961), Leñero nos ofrece un vistazo al realismo psicológico que caracterizó sus primeros escritos. En esta obra, Vicente demuestra no solo su talento como escritor, sino también su aguda inteligencia para captar las complejidades de las emociones humanas. Fue más que un amigo y compañero para muchos; su legado perdura en cada línea escrita y en cada corazón tocado por sus historias. Su trayectoria es un recordatorio de cómo la escritura puede ser una poderosa herramienta para explorar y entender nuestra realidad.

Vicente Leñero, obtuvo su título en 1956 en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Desde ese momento, su inteligencia, sentido del humor y talento lo convirtieron en una figura respetada y querida en el medio. A lo largo de su carrera, Vicente compartió su vasta experiencia y sabiduría con sus alumnos, inspirándolos a pensar críticamente y a nunca dejar de explorar el poder de las palabras. Su enfoque accesible y amigable hizo que muchos se sintieran motivados a seguir sus pasos. Sin duda, su legado perdura hoy en día en cada periodista que tuvo la fortuna de aprender con él.

Fue a partir de 1972, en su paso por Excélsior, cuando conoció al entonces director Julio Scherer, a Ignacio Solares, a Luis González de Alba y a Jorge Ibargüengoitia. Tras el golpe a Excélsior y la salida de Scherer, se fundó la revista semanal Proceso en 1976, en donde trabajó como subdirector por 20 años. Es coautor del célebre “Manual de Periodismo”.

Cada viernes de cierre, en la casona de la Del Valle, el resumía en la portada de Proceso, los hallazgos de los periodistas de aquella generación. El sintetizaba con tres palabras la nota más relevante de la revista. Era un genio. Cada semana de los primeros 20 años de la revista, su capacidad de síntesis cimbraba al país con la portada del semanario.

Lo conocí de niño en alguna de las reuniones que formalizarían la fundación de Proceso (1976), a donde mi padre (el Monero Magú) me llevaba, quizá por no saber dónde dejar a sus hijos, mientras ponían los cimientos del nuevo semanario. Yo rondaba los 8 años de edad.

Pero fue en Madrid en 1992 que coincidimos en algún bar de tapas cuando pudimos platicar toda la noche -junto a otros colegas-, ese día, realmente uno supo del otro. Sería en 1993 cuando Leñero llamó a casa de mi madre y me invitó a integrarme a la revista. Lo demás es historia.

En febrero de 1994, Vicente Leñero, publicó una entrevista con el Subcomandante Marcos, que no solo capturó la atención del país, sino que también resonó en todo el mundo, convirtiéndose en un punto de referencia para quienes buscaban comprender la complejidad del movimiento zapatista en el origen de su levantamiento.

Ese mismo año de 1994, cubrimos juntos el mundial de Estados Unidos, en Nueva York armamos la última portada cuando la derrota de México frente a Bulgaria, la tituló: “Defraudaron, como siempre” con una imagen mía de aquel partido.

Leñero no era solo un talentoso narrador; su personal estilo le permitía desmenuzar temas difíciles y presentarlos con claridad a sus lectores. Por su destacada trayectoria, ese mismo año fue galardonado con el premio Manuel Buendía, reconocimiento a su dedicación y esfuerzo en el campo del periodismo. Pero eso no sería todo; cuatro años más tarde, recibió el premio Fernando Benítez al Periodismo Cultural, otra prueba de su compromiso por enriquecer la cultura a través de sus palabras.

El legado de Vicente Leñero continúa vivo en cada historia que cuenta y cada verdad que se revela. Su talento innato lo convirtió en una figura clave del periodismo de fin de siglo, y siempre recordaremos cómo utilizó su pluma para iluminar realidades muchas veces ignoradas. Trabajar a su lado durante años fue la mejor Universidad de Periodismo que pude cursar.

Vicente fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua el 11 de marzo de 2010. Su ingreso a esta prestigiosa institución no fue solo un reconocimiento a su trayectoria, sino también un homenaje a su inteligencia y talento. El 12 de mayo de 2011, tomó posesión de la silla XXVIII con un discurso titulado "En defensa de la dramaturgia", donde compartió sus pensamientos sobre el papel fundamental del teatro en nuestra cultura. Para muchos, Vicente no solo era un colega admirable; también era un amigo entrañable cuyo amor por las letras y las historias siempre inspiró a todos los que lo rodeaban. Su legado continúa vivo en cada palabra escrita y en los corazones que tocó a lo largo de su carrera.

Diez años sin su presencia y se le recuerda siempre.

PD. La foto de Leñero que hoy aquí les comparto es del maestro Rogelio Cuéllar y fue tomada en 1972.

Ulises Castellanos

@MxUlysses