El éxodo masivo de usuarios, intelectuales, periodistas y celebridades de la red social X, otrora Twitter, es una muestra de la creciente animadversión que genera el magnate de la tecnología Elon Musk desde que se hizo de la compañía en 2022. Se trata de usuarios que resienten los efectos de la creciente influencia de Musk en la esfera pública global, especialmente ante su desempeño en la pasada elección presidencial en Estados Unidos y sus conflictos legales con gobiernos con los que no simpatiza. Antes de su llegada, podíamos recriminarle al algoritmo de Twitter muchas cosas, pero al menos aún se percibía y entendía como un espacio relativamente plural donde, amén de la virulencia e incivilidad promovida por actores externos a la plataforma, los usuarios todavía podíamos sentir cierto grado de libertad para expresar nuestras ideas sin sentirnos constantemente importunados por el dueño de la casa y sus opiniones.
Un comentario suyo en el viejo Twitter podía tener un efecto inmediato en el mercado de valores y causar que las acciones de alguna firma subieran como espuma o cayeran estrepitosamente. Pero tras la adquisición de la compañía y en particular desde la campaña presidencial en Estados Unidos, una opinión suya no sólo impacta en el mercado de productos, sino también en el de las ideas, con consecuencias potencialmente devastadoras para la democracia.
Elon Musk no es un usuario cualquiera de X, ni otro librepensador que ejerce democráticamente su derecho a la expresión política a favor de Donald Trump. Con más de 205 millones de seguidores, cada uno de sus pronunciamientos, por triviales que parezcan, resuenan con una fuerza desproporcionada, incluso para los estándares de figuras como él. Esta capacidad de amplificar genera una distorsión en la conversación pública, donde las opiniones del magnate, a menudo cargadas de sesgos ideológicos y elementos de desinformación, adquieren una relevancia que no se corresponde necesariamente con su validez o rigor. Musk utiliza su plataforma para promover agendas políticas específicas que, amplificadas tanto por la maquinaria mediática como por sus propios seguidores y los algoritmos que él mismo establece, tiende a distorsionar la realidad y confundir al electorado. Goza de una tribuna privilegiada con la que puede negociar a su antojo.
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¿Pero cómo llegamos ahí? Las sociedades de consumo tienden a idolatrar a los millonarios y a buscar en sus biografías y trayectorias cualidades y características a emular. En las listas anuales de multimillonarios que publican los medios, los magnates de las plataformas digitales aparecen como los superhéroes modernos de las sociedades capitalistas, ejemplos de líderes innovadores, visionarios, revolucionarios que no sólo redefinen continuamente sus respectivas industrias, sino las formas de convivencia y socialización de la humanidad. Una y otra vez se nos recuerda no sólo que Elon, sino Jeff, Mark o Bill –así, sin apellido– crearon sus imperios y empezaron desde abajo, como cualquiera de nosotros.
Tanto en el imaginario colectivo como en el discurso mediático se alentó la idea de un célebre Elon Musk que, gracias a su temeridad, creatividad, talento, liderazgo y coeficiente intelectual, revolucionó para siempre las industrias y sectores en los que participa: sea el automotriz, el energético, el aeroespacial, el comercio electrónico. Los medios nos lo pintaron como un genio incomprendido, un ser marginalmente extravagante y políticamente incorrecto al que de todas formas había que escuchar, pues un cierto talante rebelde e inconforme es inherente a cualquier líder visionario. Ante la contundencia de su palmarés, parecía como si a Musk hubiera que perdonarle sus ocasionales controversias públicas porque, al final del día, los billonarios como él crean empleos y generan incalculable valor a la economía de mercado.
Hasta que, por fin, cayó de la gracia de la opinión pública. Quede claro que, como Trump, magnates como Musk han llegado a donde están no por levantarse a las cinco de la mañana, tener una dieta saludable o ejercer un liderazgo empático y asertivo, como sugieren los libros de autoayuda, sino por apoderarse agresiva y cuestionablemente de sectores estratégicos para movilizarlos a favor de sus intereses, hacerse de influencia política y aumentar su fortuna, a costa del interés público, las instituciones… y la democracia. No es lo mismo ser líder de una industria y mercado, como cualquier otro empresario, que hacerse de una plataforma o red social de alcance global para usos personales.
Recientemente, el concepto de “captura de medios” ha adquirido relevancia en los círculos académicos y de think-tanks para explicar la forma en que diversos actores, ya sea el Estado, los políticos, los agentes de poder, o los mismos propietarios, adquieren un medio de comunicación o, en este caso, una red social, no para el fin natural de brindar servicio o producto de calidad en esa industria y sector, sino como herramienta para conseguir beneficios políticos y económicos en otros ámbitos. Nunca más apto el concepto para explicar la enorme influencia política adquirida por Elon Musk, quien, como nadie, ha alcanzado el poder de de modificar y manipular los algoritmos que determinan qué tipo de contenido se muestra a los usuarios de X, con el riesgo de que se introduzcan sesgos que pueden reforzar los prejuicios existentes y polarizar aún más el debate político. La falta de moderación de contenidos en X, defendida por Musk como una forma de promover la libertad de expresión, ha tenido como consecuencia la proliferación de desinformación y propaganda en la plataforma, que normalmente es instrumental a los grupos en el poder. Este problema se magnifica cuando el propio Musk comparte o interactúa con contenido falso o engañoso, para otorgarle una legitimidad que no merece. Esta dinámica erosiona la confianza en las instituciones y dificulta la construcción de consensos en temas cruciales para la sociedad.
El caso de Musk y su paso de héroe global del capitalismo a villano de los bienpensantes nos muestran los riegos de encumbrar a los millonarios, los constantes conflictos de interés en los que se involucran en detrimento del bien público, y los efectos nocivos para la democracia que supone el uso personal y político de las plataformas digitales. Así, Elon construye su imperio y se erige en un emperador de nuestro tiempo, cuya herramienta de conquista es el control del mercado de ideas.
*Universidad Iberoamericana