Recientemente, el CONEVAL publicó los resultados de la medición de pobreza al año 2022. Al respecto es importante resaltar que hubo una reducción de la pobreza en comparación con 2020, pasando de 43.9 % a 36.3 % de la población mexicana en dicha situación. Los resultados son consistentes si se considera a las personas en situación de pobreza moderada y pobreza extrema.
Esto representa un avance importante, el cual sin duda es relevante en un país históricamente marcado por la pobreza, la cual ha sido incluso el detonante de importantes movimientos sociales.
Sin embargo, esta reducción viene acompañada de un incremento en las carencias sociales, lo cual no es poca cosa. Esto implica que de las 8.9 millones personas que dejaron de ser pobres, 7.9 millones pasaron a ser población vulnerable, es decir; sus ingresos mejoraron, pero aún persisten sus carencias sociales, lo cual significa que aún no han logrado salir de un círculo vicioso que fácilmente los puede volver a poner en situación de pobreza, más aún si el incremento en sus ingresos está basado en programas sociales.
Esta mejora no está mal, pero quiere decir que el combate a la pobreza en México se basa en el asistencialismo (el cual no sería ninguna sorpresa que pudiera ser utilizado con fines electorales) y no en mejorar el acceso a derechos sociales o incrementar la productividad basada en educación o en garantizar la formación de competencias que le permitan a la población salir de la pobreza por propia mano. Insisto, el resultado no es malo, pero implica que la población está saliendo de la pobreza “artificialmente” y no se está generando un conjunto sólido de políticas públicas que modifiquen las causas estructurales que originan la pobreza.
Particularmente, hubo una mejora significativa en el acceso a alimentación nutritiva y de calidad, pero el resto de las carencias sociales no logró mejorar prácticamente en nada (con incrementos o decrementos no mayores al +/- 0.2%); por el contrario, las carencias en acceso a la salud se incrementaron abruptamente, pasando de 35.7 a 50.4 millones de personas (+ 10.9% respecto a 2020).
La mala noticia de todo esto es que el acceso a derechos sociales es fundamental para impulsar la movilidad social (el cambio en la condición socioeconómica de las personas). Combatir el rezago educativo es un factor primordial, así como el acceso a servicios de salud y el bienestar económico producto de un trabajo con un ingreso digno, son la tríada perfecta para garantizar a una persona superar sus condiciones de origen.
De acuerdo con el CEEY, hay una serie de situaciones que inciden en que una persona permanezca en situación de pobreza a lo largo de su vida. Entre ellas están: ser mujer, tener tono de piel oscura, nacer y crecer en la región sur del país, crecer en un hogar de bajo nivel socioeconómico y tener padres con bajo nivel educativo son al menos cinco de diez factores que pueden limitar la movilidad social de las personas.
Reitero el reconocimiento a la administración actual por el arduo trabajo en la reducción de la pobreza, pero la celebración debe ser breve y se debe continuar con los esfuerzos. Desde una perspectiva personal, un primer momento del largo camino hacia la reducción consistente de la pobreza debería ser el garantizar a la población sus necesidades inmediatas (como la alimentación), pero el gran objetivo del gobierno debería ser allanar el camino para eliminar estructuralmente las causas de la pobreza, de otro modo, estos esfuerzos serán lo equivalente a suministrar una aspirina para combatir un cáncer.
Salir de la pobreza no es cosa fácil, es cierto que las políticas públicas son fundamentales, pero una variable que queda suelta es el acceso a la igualdad de oportunidades. Y esto tiene que ver más con una cuestión cultural que con una cuestión política; es decir, se requiere que cada persona en México elimine sus propios sesgos sobre el color de piel, nivel socioeconómico, orientación sexual e identidad de género y un largo etcétera.
Para ello, se requiere de un profundo cambio en la narrativa de quiénes somos como país y la multiculturalidad que nos compone. Esto debería traducirse en cambios hasta en las cosas más triviales como el fenotipo de las personas presentadas en comerciales y programas de televisión, películas y publicidad en cualquier tipo de medio que presente como mexicano a una persona con tonos de piel clara que no coincide con la mayoría de los mexicanos que somos de piel morena-oscura.
Hasta no cambiar la historia que nos contamos sobre nosotros mismos y asumir nuestra propia identidad tal cual es, no podremos superar las barreras mentales que terminan por discriminar directa o indirectamente al 36.3% de mexicanos que están en situación de pobreza.
* Octavio Rocha
Licenciado en Economía con Especialidad en Microfinanzas y cuenta con un diplomado en Creación, Desarrollo y Dirección de Empresas Sociales y Maestro en Cooperación Internacional para el Desarrollo por el Instituto Mora. Ha sido docente en la Facultad de Economía y en la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM. Actualmente es asesor de estrategia en Alianza por la Inversión de Impacto México y Líder de Emprendimiento Social y Consciente en la región Ciudad de México en el Tecnológico de Monterrey.