RELACIÓN MADRE-HIJA

“El corazón del daño” de María Negroni

“El corazón del daño” de María Negroni es un gran libro, está escrito por María con la cuerpa… desde la cuerpa. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

“Voy a crear lo que me sucedió”.

–Clarice Lispector

La relación madre-hija es uno de los temas centrales de la escritura autobiográfica de mujeres. Pensemos en “Un dique contra el Pacífico” de Margarita Duras, “Una mujer” de Annie Ernaux, “Los apegos feroces” de Vivian Gornick, “Nada se opone a la noche” de Delphine de Vigan. Una literatura abundante, dolorosa, inquisitiva. Cuántas preguntas, culpas, desencuentros, dolores y desasosiegos en las tan diversas tonalidades de uno de los vínculos más profundos que existen. Y más complejos. El amor madre-hija, pero también, la relación de espejo. Todo lo que se acumula cuando el vínculo es oscuro: las pasiones, las envidias, las rabias. El odio. El inmenso desamparo que acompaña, como herida abierta, a las hijas de madres crueles, desapegadas e indiferentes a la singularidad de su hija.

“¿Nadie le enseñó nunca qué cosa externa es un otro?”, escribe María (refiriéndose a la posesividad de su madre) en su “novela” publicada en 2021. Me dejó maravillada ésta frase que nombra la más negada de las evidencias: una hija no es ni prolongación, ni repetición forzada, ni anexo de una madre. Tampoco su prótesis. Es “externa”. “Otra”. “De vez en cuando, mira hacia abajo y me ve. Solo de vez en cuando. Mi madre: la ocupación más ferviente y más dañina de mi vida. Nunca amaré a nadie como a ella. Nunca sabré por qué mi vida no es mi vida sino un contrapunto de la suya, por qué nada de lo que hago le alcanza... La muñeca sigue en penitencia, llena diez páginas de un cuaderno sin faltas de ortografía como si fuera Miss Perfect y, a la mamá, el dolor de cabeza no la deja en paz”.

María adulta intenta hablar con su madre. ¿Quizá una conversación de fondo podría ser posible? Para entenderla, para entender, para entenderse. “Mirá bien las fotografías, ¿querés? (Ella siempre se remite a las pruebas). Hay una nena ahí. Una nena bien comida, bañada, peinada que es un primor”, responde la madre. ¿Qué querrá esa hija loca que intenta hablar de abandono o escenas infelices, cuando era un ejemplo de cabellos perfectos y férrea salud física? Si el entorno aprueba cómo se ve, ¿a quién le importaría que su madre no la vea? La madre tiene esa urgencia devoradora. Esa insatisfacción que la ocupa pareciera no sanarse con nada. La hija lo intenta: responder al ideal de la madre para que esté contenta. Para que esté tranquila. Pero nada alcanza. La madre padece asma. Un tiempo se separa del padre y sufre mucho. No hay manera de curarla ni del asma, ni del abandono, ni de las interminables horas de hastío. La madre -en su momento– le pide que ocupe, además, el lugar desertado por el padre.

“Enseguida obedecía. Como antes y después, como la hija modelo y lisiada que era, como la nena más dulce del mundo, obedecía. No sé hacer otra cosa. Nunca supe. Y al final, quedeme no sabiendo. Con lo huérfano, allí abierto. La palabra bigudíes. La expresión humor de perros”. La hija se pliega, se convierte en la niña modelo para sostener a la madre, vive pendiente de su mirada. Nunca lo logra. Ni de niña, ni de adolescente, ni de adulta. “Yo era una chica aplicada, a veces me sacaba un 9. ¿Por qué no un 10?, preguntás. Ese día la caricia no llega. Se cortan con cuchillo tus frases. Con el tiempo, las cosas no mejoraron. (Las cosas nunca mejoran). Siempre faltaba algo”. Cuántas memorias traemos algunas: “el bordado de X es mucho mejor que el tuyo”, “qué mal bailaste en el festival de la escuela”, “te ves ridícula con ese vestido”, “qué tonta te ves cuando te ríes”.

“Tu vida es mía”, decía la madre sin decirlo, actuándolo de todas las maneras posibles. “También de otra cosa estoy segura: una mujer difícil y hermosa ocupa el centro y la circunferencia de esa casa”. Una madre narcisista nunca perdonará los intentos de la hija por escapar del lugar de prótesis que le fue asignado. La hija necesita ser perfecta. Justo lo imposible. Pero al mismo tiempo, si lo hace muy bien, despierta la envidia de la madre que como respuesta no podrá sino disminuirla. Todos los atributos luminosos pertenecen a la madre. Todo lo que es bueno, todo lo que es deseable. “Esa casa que nunca es un hogar. ?Así, yo circulaba por tu casa, sin ningún centro de gravedad, como una refugiada”. La hija escribe muchísimo. Es su manera de salvarse, de encontrarse consigo misma. Ya adulta cumple su anhelo, escribir: “Un pequeño libro de mi puño y cuerpo”.

Es un gran libro “El corazón del daño”. Y si, escrito por María con la cuerpa. Desde la cuerpa. La mendicidad de la hija por el amor de la madre, pero ¿cómo podría esa madre tan totalmente ocupada por sí misma amar a alguien? No hay espacio para nada, para nadie más. “Todo lo que pedía entonces era un poco de generosidad, algo que no exigiera más premio que mi pequeña existencia. Lo pedía a la vez, todas las veces. A sabiendas. Fui la hija mayor. Tuve el privilegio de acaparar toda su atención. Mi madre y sus tablas de la ley” y cita a la poeta rusa que escribe también de su madre: “Marina Tsvietáieva: “¡Inagotable el fondo materno! Con la altiva perseverancia de un mártir, exigía de mí ¡que fuera ella!”. 

La pequeña María se siente una muñeca en las manos de su madre. Un ser inanimado en el sentido de que no tiene el derecho a albergar anhelo, deseo alguno que le sea propio. Porque los deseos de una persona la diferencian de otra persona. La separan. La individualizan. Lo insoportable para la madre. “Pequeño Museo de Cera II: De tanto en tanto, la mamá clasifica fotos de la muñeca. Ahora, por ejemplo, las esparce y ordena sobre la mesa y, a cada una, le pone un título: hija en patines – hija con fiebre – hija encerrada en el baño – hija muerta de celos – hija leyendo. La muñeca, ella, no está. Se fue a la escuela”. Ya en la edad adulta, la hija escucha de la madre cuán extraordinaria fue como madre. No hay manera con ella. Sólo queda entonces, la escritura. El valor de decir una verdad que rompe, por fin, el mandato furioso de la niña obediente. Porque  nadie que no sea obediente, nadie que no se someta, le hace sentir la madre, merece ser amada. Y la hija escribió dos libros que hablan de la madre: “La anunciación” en 2007 y “El corazón del daño”. La hija –por fin- se atrevió a desobedecer.  “Un pequeño libro de mi puño y cuerpo”.