8M Y MASCULIDAD

El 8M y la masculinidad

Es fundamental aumentar los espacios para que los hombres se involucren y responsabilicen en esta lucha, en tanto son los principales perpetradores de la violencia contra las mujeres. | Fernanda Salazar

Escrito en OPINIÓN el

Hace décadas, el movimiento feminista comenzó a utilizar la frase “Lo personal es político” para referirse a la importancia de trascender la división que relegaba la participación de las mujeres al ámbito de lo doméstico y, con ello, silenciaba sus voces en el ámbito público; espacio que los hombres dominantes se autoasignaron para su monopolio. Esa frase es también relevante para hablar del machismo y de la masculinidad dominante: el sentido de potestad sobre lo público y la forma en que la construcción hegemónica de la identidad masculina les impide a muchos hombres reflexionar en torno a lo íntimo y personal; sus relaciones e impacto en el mundo y la sostenibilidad de la vida, como condición para mantener su poder. 

Quizás a quien me lee le haga poco sentido hablar de los hombres a propósito del Día internacional de las Mujeres, pero es importante hacerlo si vemos que sin importar la cantidad de mujeres que salimos a marchar en México y muchos otros países en esta fecha y sin importar las múltiples luchas de liberación que ocurren los 365 días del año, la violencia de género no parece reducirse y, por el contrario, en ciertos casos se recrudece. Esto, incluso si las leyes para proteger los derechos de las mujeres aumentan o si las creencias sociales en torno al género y sus roles muestran algunos cambios. No importa cuánto las mujeres –en toda nuestra diversidad– luchemos por abrir espacios, esto sigue sucediendo con altos costos.

Hablar de las cifras de violencia que vivimos las mujeres y las niñas es importante porque es parte de la realidad que nos atraviesa, más aún cuando al género se suman otras experiencias de discriminación y marginación sistémicas; hablar de nuestros derechos es importante porque son un referente y horizonte de lucha para vivir vidas plenas, justas y felices. Desde una perspectiva de cambio social sostenible, para que lo anterior sea posible, es fundamental aumentar los espacios para que los hombres se involucren y responsabilicen en esta lucha, en tanto son los principales perpetradores de la violencia contra las mujeres

De la misma forma en que el racismo y clasismo no pueden ser erradicados solamente por las personas racializadas o las personas económicamente empobrecidas y en marginación porque los dispositivos y recursos de poder están diseñados para lo contrario, la violencia de género, el machismo y el patriarcado no pueden derrumbarlo las mujeres y personas no binarias porque las estructuras están hechas para su subordinación y explotación.

En ese sentido, trabajar en el cambio de normas y comportamientos sociales para transformar las estructuras que nos rigen, pasa por la urgente necesidad de cambiar la visión y las expresiones de la masculinidad dominante, cimentadas en el sistema binario de género que es normativo. 

Esto no es tarea sencilla pues, de acuerdo con las ciencias del comportamiento, la percepción de pérdida tiene una influencia mayor en las acciones de individuos y grupos, que el incentivo de ganancias potenciales. Ahí es donde se refleja la defensa del privilegio: una de las mayores barreras para la construcción de alternativas en todos los ámbitos. Incluso aquellos hombres racializados y/o marginados por clase social, han encontrado en el género un espacio para ejercer poder, igual que sucede cuando las mujeres encuentran poder en sus ventajas de raza o clase. De ahí que las luchas excluyentes no nos estén llevando al cambio deseado.

El riesgo del discurso que saca a los hombres de la ecuación es perder de vista una transformación de largo alcance e ir en una ruta que ya estamos viendo en muchos países: la reacción aún más violenta y la reafirmación de patrones y normas machistas en las generaciones más jóvenes, que incluso están llevando a retrocesos democráticos importantes en regiones enteras, fundamentadas en el anhelo de “volver al pasado”.

El estudio Man Box en Australia, encontró que los hombres jóvenes que más creían en los viejos estereotipos de la masculinidad estaban más dispuestos a usar la violencia, el acoso sexual y en línea y en consumos riesgosos de alcohol, y tienen bajos niveles de salud mental. La efectividad de este estudio en predecir estos comportamientos es 25 veces más alta que otras variables demográficas cuando se trata de violencia física, acoso sexual, verbal y en línea. De acuerdo con este estudio, en Australia 20% de jóvenes entre 18 y 30 años creen que está bien usar la violencia para ganar respeto; 25% creen que deben tener la última decisión en sus relaciones de pareja y 30% consideran que tienen que saber en dónde están sus parejas todo el tiempo. 

De acuerdo con expertos como Michael Flood, involucrar a niños y hombres en conversaciones es fundamental para alejarlos de la masculinidad hostil y la radicalización sexista. Esto no quiere decir “hacerles la tarea”. 

En México, según la ENDIREH, en el último año 42.8% de mujeres han experimentado al menos una situación de violencia física, sexual, económica, patrimonial y/o discriminación; 3 de cada 10 jóvenes sufren violencia en el noviazgo y 73% de las jóvenes entre 15 y 17 años han sufrido violencia psicológica, 17% sexual y 15% física

En Francia, la Alta Autoridad en Igualdad llevó a cabo un estudio entre 2500 personas que identificó el aumento en los comportamientos sexistas, ubicando que, así como los hombres adultos seguían sosteniendo viejos estereotipos, los hombres jóvenes tenían tendencia a expresar actitudes machistas.  De las mujeres entre 18 y 24 años consultadas, 22% han sufrido agresiones sexuales o violaciones. 

El problema es que, si bien en público se llega a rechazar el machismo y la discriminación hacia las mujeres, en la práctica muchos hombres continúan ejerciendo estos comportamientos “en corto”. Al ser señalados, muchas veces recurren al discurso estereotípico de “ser padres de familia, esposos, hijos, amigos y hermanos” con el cual aspiran a usar lo privado para mantener su credibilidad pública.

Desde la perspectiva de las Ciencias del Comportamiento, es fundamental reconocer aquellos grupos de hombres que rompen con el machismo y los roles tradicionales y amplificarlos como una manera de modelar otras formas de masculinidad no violentas. Asimismo, Michael Flood asegura que abrir paso a liderazgos religiosos y políticos que no reproducen comportamientos machistas, es crucial para acelerar cambios culturales. 

Esto lleva a reflexionar sobre la profunda contradicción que de una parte del feminismo que violenta a las personas trans y a la comunidad LGBTQ+ o de mujeres que siguen construyéndose sobre la reproducción de las normas sociales que nos encasillan en roles e identidades “naturales”, pues la lucha contra la violencia hacia las mujeres es la lucha contra esas imposiciones de género que sostienen el patriarcado y el machismo. 

Como afirmó la directora de la Alta Autoridad de la Igualdad en Francia al diario The Guardian, “del sexismo ordinario en la vida cotidiana hasta sus manifestaciones más violentas, hay un continuo en el que cada acción sirve de cimiento para la siguiente… no se trata solo de temas específicos como la igualdad salarial, el acoso o el feminicidio sino toda una mentalidad que tiene que cambiar”

Es importante que los movimientos y organizaciones feministas recurran a estrategias enfocadas al cambio de normas sociales y de comportamientos construidas sobre alianzas amplias –no exentas de tensiones, pero no violentas–, que puedan identificar colectivamente cómo trascender las barreras existentes  y crear soluciones sostenibles para las intolerables e injustas formas de violencia y discriminación que enfrentan niñas, mujeres y muchos otros grupos alrededor del mundo.