MUJERES MENONITAS VIOLADAS

¿Y qué dicen ellas cuando hablan?

“Ellas hablan” es la reconstrucción de hechos reales que les sucedieron a las mujeres y niñas de 2005 a 2009 en una comunidad menonita en Bolivia. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Llegó a los cines la película ”Ellas hablan”  de la directora Sarah Polley (“Alias Grace”), inspirada en el libro “Mujeres hablando” (“Women Talking”) de Miriam Toews (2018). La escritora nació en Manitoba, Canadá, actuó en el papel de Esther (una esposa en una comunidad menonita del norte de México) en la película “Luz silenciosa” (2007) de Carlos Reygadas. “Ellas hablan” es la reconstrucción de hechos reales que sucedieron de 2005 a 2009 en una comunidad menonita en Bolivia. Durante varios años, niñas, adolescentes y mujeres fueron violadas mientras dormían, drogadas con una anestesia que se usaba para los animales y que los agresores esparcían con un atomizador en sus habitaciones. Los culpables fueron ocho hombres de la misma comunidad

Quise leer la  novela antes de ver la película, Toews es hija de madre y padre menonitas, conoce muy de cerca las reglas, la vida cotidiana, las prohibiciones, las estrictas jerarquías, las maneras de relacionarse y sobre todo: el lugar de las mujeres en una comunidad muy religiosa, aislada y aferrada a protegerse tras los mandatos del pasado. Las menonitas no hablan castellano. No es necesario, basta con que algunos hombres lo hablen para solucionar los problemas prácticos. Integrarse al país al que migraron nunca ha sido parte del plan: demasiado riesgoso. Su lengua es el bajo alemán que al parecer ya solo se habla entre ellos. Se desplazan en carretas. Los tractores tienen llantas de hierro para que nadie pueda ir demasiado lejos. Las mujeres se casan en general a los 15 años. 

Nos deslizamos hacia el territorio de lo inimaginable: las víctimas amanecían sin su ropa, manchadas, lastimadas en muchos casos. La cama revuelta. Hubo embarazos. Entre cien y ciento cincuenta mujeres y niñas fueron violadas. Nadie veía. Nadie escuchaba. Nadie sabía. “?Las mujeres empezaron a describir los sueños que habían estado teniendo, hasta que, con el tiempo, a ?medida que las piezas fueron encajando, llegaron a comprender que estaban todas teniendo un mismo sueño colectivo, y que no era ningún sueño”. Comenzaron a hablar entre ellas. A hablar. La respuesta de los hombres fue que padecían alucinaciones. O  llegaba el diablo a visitarlas por las noches. O todo era producto de su imaginación. Unas locas. Locura, sí, la de esa ceguera colectiva impuesta por los guías de la comunidad más dispuestos a aceptar las irrupciones del diablo que el quiebre y la violencia de su comunidad “perfecta”. 

La novela comienza cuando August Epp es convocado para llevar el registro de las asambleas que reunirán a las mujeres en el granero, ellas son “iletradas”. “Extrañas agresiones que llevan ya varios años atormentando a las mujeres de Molotschna. Prácticamente todas las mujeres y niñas han sido violadas desde 2005, y en su momento muchos de la colonia creyeron que era obra de fantasmas o de Satán... los ocho demonios responsables de las agresiones han resultado ser hombres de carne y hueso de Molotschna, la mayoría de ellos parientes cercanos –hermanos, primos, tíos, sobrinos– de las mujeres en cuestión”. Pienso en “El castillo de la pureza” de Arturo Ripstein. En los abusos sexuales y violaciones denunciados en sectas y comunidades cerradas y volcadas sobre sí mismas. En el encierro, la violencia contra las mujeres azota sin freno. Incesto incluido. Como en un pacto siniestro entre ellos.

Los detenidos fueron entregados a la policía y trasladados a la ciudad, sobre todo, para protegerlos de una venganza por parte de las víctimas. Inmediatamente otros hombres de la comunidad acudieron a pagar sus fianzas para intentar liberarlos. Hasta hicieron colectas. El Obispo (autoridad máxima) decretó: Ellos (los violadores) piden perdón, las mujeres (las víctimas de violación de los 3 a los 60 años) los perdonan, “lo que garantizaría un lugar en el cielo para todos”.  Y aquí no ha pasado nada. Ese era el plan. El perdón que las mujeres otorgarían no era opcional: o perdonaban o abandonaban la comunidad para irse a vivir a un allá afuera totalmente amenazante y ajeno. Expulsadas por haber sido violadas mientras dormían tras inhalar una anestesia que ponía a dormir a todas las personas de la casa. Reunidas en el granero, las mujeres deciden votar. Las posibilidades ante la orden del Obispo son: “No hacer nada”, “quedarse y luchar”, “irse”. Votaron, por ejemplo, tres generaciones de mujeres de dos familias distintas: todas fueron violadas.

Algunas furiosas, otras no saben si tienen el derecho a sentir furia. Otras no se explican qué les pasó. Una muchachita embarazada. La violó su hermano. El bebé murió. ?“Salomé está murmurando: ‘Pero si somos animales, o parecidas a animales, quizá de todas formas ni siquiera haya posibilidad de entrar por las puertas del Cielo’... ?Varias mujeres toman entonces la palabra para decir que son incapaces de perdonar a los hombres”. La ingenuidad de las reflexiones. La violencia que no logra reconocerse como tal en toda su dimensión: “Cuando Greta gritó pidiendo ayuda, el agresor le tapó la boca con tal fuerza que casi todos los dientes, que tenía ya viejos y frágiles, se le pulverizaron”. Quedarse y “hacer la revolución”: “Hombres y mujeres tomarán las decisiones de la colonia colectivamente. Las mujeres tendrán derecho a pensar. Las niñas aprenderán a leer y escribir”.

La madre del escribano tuvo una escuela secreta en la comunidad, no era un espacio físico, sino un espacio de acceso a la palabra, de debate oculto a los hombres. Como sucede en el granero que se nos revela. “Ellas hablan” es el recorrido de esos debates, los juegos entre las mujeres, el dolor, las esperanzas. La rebelión. La paulatina aceptación de lo que apenas se puede entender y articular: antes que ellas, las víctimas, ser novias, esposas, hijas, madres de esos hombres, ellos eran hombres. Es decir, el pacto de las masculinidades era más poderoso y urgente que cualquier otra forma de lealtad. El obispo lo dijo: en el perdón que esas mujeres otorgaran a los violadores para que pudieran regresar a la comunidad, se jugaba cada una/o su cacho de cielo. ¿Qué hombre preferiría a su hija que a la vida eterna?

Los diálogos son muy conmovedores. ¿Las mujeres somos animales? No tienen idea de dónde viven, que les queda cerca o lejos, cómo se vive allá afuera. Al ¿quiénes somos y quiénes queremos ser? Se suma el ¿dónde estamos? No solo como metáfora, sino geográficamente, ¿dónde estamos? “Explico que, desde nuestra reunión de ayer, he conseguido la caja fuerte de la cooperativa, un cartucho de dinamita y un mapamundi. ?Y un sextante, añado, aunque no estoy seguro de que vaya a servir de algo”. Un mapamundi para las que saben que no pueden perdonar. Para las que no creen que negar la violencia las conduzca al cielo. Para las que se miran a los ojos y se toman de la mano y escapan. Un mapamundi para saber que el mundo es ancho y no olvidarlo. Un sextante para medir la línea del horizonte. El derecho a la integridad. La libertad.