En la mitología romana, sin paralelismo en la griega, Jano es el dios de las puertas, de los principios y de los finales. De ahí que su nombre sea invocado en el primer mes del año y en específico en las calendas.
Jano Patulsio
Para quien desee atravesar, estará un primer rostro antes de una puerta siempre abierta. Como abierta está la autoridad administrativa electoral para recibir a las personas que, habiendo sido sorteadas, deseen capacitarse y, eventualmente, formar parte de una mesa de casilla cuando haya elecciones. El aviso directo corre a cargo de servidores temporales, llamados “capacitadores asistentes electorales” o CAE. Pero su trabajo es cada vez más difícil, pues si bien cuando la democracia se iniciaba la ciudadanía era proclive a participar, poco a poco ese ánimo se ha ido diluyendo. Actualmente estos CAE deben tocar muchas puertas, muchas veces, para ser escuchados y eventualmente atendidos. Y su labor debe incluir no sólo el esfuerzo físico por encontrar a las personas, sino la labor psicológica de persuadirlas para que formen parte del ejercicio que las calificará para poder estar entre quienes conformen la directiva de casilla el día de los comicios. Y después deberán estar al pendiente para poder sustituir a quienes, ya habiendo aceptado en principio, finalmente declinen, lo que obliga a volver a comenzar la búsqueda, la labor de convencimiento y entrenamiento para que se logren instalar las mesas de votación. Eso sí: en cada elección se ha logrado cumplir con la tarea, no siendo excepcional que tenga que cubrirse una vacante con una persona de la fila de concurrentes; pero, en lo fundamental, las directivas de casilla allí están, cuando y donde se ha requerido, para que se celebren elecciones auténticas y confiables para los contendientes y la ciudadanía.
Jano Clusivio
La cara opuesta, el segundo rostro, se encontrará detrás, luego de entrar o salir. Esta cara es la que se está viendo como secuela de la reforma electoral reciente. Y en este punto el daño está hecho, más allá de lo que suceda en el ámbito jurisdiccional. Con la reforma se ha dicho que no se podrán tener elecciones auténticas y confiables, que será imposible. Esta lectura llevará a no pocas personas a considerar inconveniente participar en una farsa y a no aceptar la invitación a concurrir a cursos de capacitación y luego integrarse a la dirección de la casilla en que votarán quienes viven cerca de ella. ¿Para qué hacerlo? Y desde luego esta actitud será más probable entre quienes cuestionen la reforma y sean críticos con el gobierno federal que entre quienes sean seguidores del proyecto que hoy detenta la mayoría, lo que además de disminuir la proporción de quienes acudan al llamado, generará un sesgo a favor de los pro-gobiernista entre quienes respondan positivamente al llamado. Así, la mera divulgación de las peores consecuencias posibles de la reforma en ciernes provocará que se realice, cual profecía autocumplida, la amenaza de que no se instalen las casillas como debe ser. Y dado que es posible, aunque aún incierto, que la reforma no se revierta en su totalidad, será complicado que la ciudadanía se entere exactamente de qué efectos tendrá lo que se cambie finalmente. Los CAE tendrán luego una tarea más complicada, jornadas de trabajo más ingratas, esfuerzos mayores que los requeridos si toda esta confrontación no se hubiera dado. Tal vez sea el momento, con el arribo de nuevos integrantes al Consejo General del Instituto Nacional Electoral, de que se abandone la descalificación a la reforma, por más fundada que esté, para dar paso a la promoción entre la ciudadanía de la capacitación y organización de unas futuras elecciones que, con las normas que se decida, habrán de realizarse y llevarse a cabo con la calidad y eficiencia requeridas para hacerlas auténticas y confiables.