PINOCHO

Pinocho, o nuestra salvación

Pinocho, de Del Toro, es una película que arrostra poderosas luchas sociales, políticas y, sobre todo, de entendimiento entre seres humanos, a pesar de todo. | Joel Hernández Santiago

Escrito en OPINIÓN el

Está bien. Es sano. Es congruente con aquello de vivir la vida, para que se sepa que es vida. De pronto mirar hacia otro punto, hacia otros horizontes que pueden ser un distinto amanecer, o un atardecer apacible… y si es frente al mar, mejor. Y es que con frecuencia lo cotidiano se vuelve rutina y la rutina se vuelve cansancio y dejadez y fastidio. 

Es como si la noticia indignante o trágica o dolorosa de todos los días, a cada hora, a cada minuto, fueran parte de la vida y no excepción de vida.

La tarde del domingo 12 de marzo se supo, urbis et orbis: Guillermo del Toro, mexicano, de Guadalajara, Jalisco, ganó el Oscar por su película Pinocho” basada en el libro del italiano Carlo Collodi (1881). 

Una obra del Séptimo Arte excepcional, de la que ya hemos escrito antes, cuando se estrenó el 9 de diciembre en su cadena productora y luego de que una cadena de cines en México decidió no proyectar esta película argumentando cuestiones de mercado. 

Pero se proyectó por otras vías gracias al impulso del mismo Del Toro y por tanto los espectadores de México, y en el mundo, encontraron a un muñeco-marioneta que tradicionalmente lo que quiere es ser un niño normal que va a la escuela, hace su tarea, juega, corre, ríe y se acompaña de sus amigos en sus travesuras y en sus alegrías. Si. Pero no.  

Con Del Toro, este muñeco hecho en madera, lo único que quiere es que lo quieran… como todos nosotros. “Escribo para que me quieran mis amigos” escrituró Gabriel García Márquez. Los demás, aunque no escribamos, queremos lo mismo.

En la película ganadora del Oscar a mejor película animada, los avatares de los muñecos hechos en madera demuestran que aquel dulzor de Walt Disney (1940) queda atrás para volverse iconoclasta ahora, y más puesto en el sentimiento, en los pesares, en los dolores y en la acción humana lejos del castigo manipulador del “si mientes te crecerá la nariz”.

Pues no. Pinocho en esta película lo que quiere es decir “¡no!” a lo que no quiere hacer. Pinocho quiere ser respetado tal como es. No es una película complaciente. Es, visto desde la perspectiva del cine, una cinta hermosa, bien hecha, una melodía de esperanza.

Y también es dura, crítica, dolorosa por lo que encierra de deshumanización ideológica y peligro (el Fascismo-la guerra) pero también, al mismo tiempo, y ahí radica su grandeza, es una obra con una nueva dimensión, más oscura y madura, como también cálida, familiar y, sobre todo, conmovedora. Un poema que transita del dolor al alivio. 

La dulzura, el talento y la inteligencia de su director están puestas ahí en un Geppetto que a la pérdida de su hijo en un bombardeo en la Primera Guerra Mundial, cargado de dolor, decide por el alcohol hacer a un muñeco que pudiera ser su hijo revivido. Ese muñeco de madera habrá de transfigurarse en su repudio, primero, en su rechazo y poco a poco en su compañero, en su amigo, en su hijo. 

Y aquel muñeco que cobra vida, al mismo tiempo exige autoridad; exige amor sin distinciones, sin exclusiones; amar al otro tal como es, no marginarlo o repudiarlo si es distinto; quererlo por sí, porque es querible y porque tiene las virtudes propias de la diferencia y eso es: la diferencia es un valor que hace posible el amor.

Y Pinocho, de Del Toro, es una película que arrostra poderosas luchas sociales, políticas y, sobre todo, de entendimiento entre seres humanos, a pesar de todo. 

Pero, bueno, el tema no es el contenido de la película. Para eso hay que verla, si no la han visto. Y sí, es una película para niños, pero sobre todo para los adultos, porque es una cinta hecha para que nos encontremos en ella, para recuperar los ideales perdidos y porque en las artes está la salvación del ser humano

Eso es. Las artes. La expresión humana que reproduce la realidad pero que le otorga poderes insospechados de grandeza, de imaginación, de profundidad, de hondura, de dimensión asombrosa, de intención y de homenaje a la sensibilidad humana. Porque sólo los sensibles son capaces de encontrar en el arte la redención y la enormidad de la que es capaz el ser humano

El día a día es difícil. Hoy en México vivimos días que en lo político y social son aciagos. Muertes sin fin. Crisis económica. Confrontación de unos con otros. Odio innecesario. Pobreza sin solución. Desempleo. Engaño y mentira-mentira-mentira cotidianos. 

Todo esto es el resultado de lo que hemos construido o lo que hemos permitido como sociedad y como resumen de nuestra historia. 

Pero aquí estamos los mexicanos. Y a lo largo de años-siglos, hemos salido adelante. Hemos caído y nos hemos levantado. Nos hemos enfrentado unos con otros, pero también –después de la batalla– hemos conseguido la armonía y la unidad nacional. 

Porque en todo esto hay una cosa excepcionalmente cierta: nuestro amor por México. Nuestra fortaleza radica en ese sentido de pertenencia y de patriotismo; un patriotismo que existe, aunque el término resulte cutre, viejo, demodé e inusual; pero es, y aquí está, entre nosotros.  

El arte-la cultura nos habrán de redimir. Nos habrán de ayudar a solucionar ese espacio oscuro y dañino. 

El arte-la cultura nos otorgan lo mejor de nosotros mismos para todos en lo mejor que tenemos, el espíritu de ensoñación, de grandeza, de ilusión y de amor por lo humano y por su grandeza; por lo que somos en esencia y lo que somos en conciencia y lo que podemos ser muy por encima de estos días que son la otra historia del mexicano del siglo XXI en 2023.