FEMINISMO

Las mujeres trans no me borran; la violencia institucional, sí

Haríamos bien en mirar con recelo a quienes desde las plazas del poder se nombran feministas mientras replican discursos de odio y desinformación contra la comunidad trans. | Graciela Rock Mora

Escrito en OPINIÓN el

En años recientes, ha surgido un falso debate al interior de los feminismos en México y otros países occidentales, entre las mal llamadas feministas radicales, y las feministas interseccionales o transincluyentes. Es falso porque su base es cuestionar si las mujeres trans son mujeres, que lo son; y falso también porque no es una división en el feminismo, sino una nueva vuelta de tuerca a la forma en que el sistema busca capturar la rabia y la organización social para neutralizarla, tragarla y digerirla como rédito político.

Las supuestas feministas radicales transexcluyentes, las TERF (por las siglas en inglés de Trans Exclusionary Radical Feminist, un término autoelegido y que ahora tanto les molesta que se use) enarbolan la pregunta que ha guiado gran parte del debate del feminismo ¿quién es el sujeto político del feminismo? Y defienden tener la respuesta única y verdadera. Envalentonadas en esta posición, recogen, replican y reproducen un discurso violento que de forma cíclica ha servido para dejar fuera de la lucha a las voces marginadas, las no hegemónicas, las disidentes, las subalternas. 

Sojourner Truth cuestionaba a las abuelas de las TERF actuales: ¿acaso no soy yo una mujer? cuando aquellas señoras blancas y burguesas intentaban definir en 1851 qué experiencia, qué cuerpo y qué derechos eran por los que peleaban en la Conferencia en Ohio. Cuando las señoras que ostentan tener las llaves del verdadero feminismo reconocieron que las mujeres negras, esclavizadas, pobres, sí podían ser incluidas en el movimiento, cuando aceptaron que los derechos no son el metafórico pastel que por compartir se acaba; llegó el debate sobre las mujeres lesbianas. Monique Wittig y Ochy Curiel nos ayudaron a entender que la heterosexualidad no es únicamente una práctica sexual sino un régimen político, y que el feminismo que deja fuera las disidencias sexuales no sólo no transgrede el sistema, sino que lo fortalece. Hoy, no por sorpresa, voces con foro y plaza, cercanas al poder y el capital, insisten en defender sus privilegios a costa de los derechos de otras. 

Este 8M en México, en una muestra de fuerza y resistencia, pudimos ver por todo el país contingentas de mujeres con discapacidad, neurodivergentes, de cuerpas no hegemónicas, de pacientes oncológicas, poderosos bloques antirracistas, transincluyentes, de mujeres lesbianas y bisexuales. Vimos también expresiones de odio y de violencia, no contra las fuerzas represivas de un Estado militarista y feminicida, sino contra compañeras trans, compañeras migrantes, compañeras trabajadoras sexuales.

Si esto no fuera poco, días después fuimos testigos de una vergonzosa manifestación que instrumentalizó a madres de mujeres víctimas de feminicidio y desaparecidas, y que, en su absoluta falta de empatía, llamaron “contra el borrado de mujeres”, un dogwhistle transodiante y mezquino. En 2007, Jasbir Puar acuñó el término homonacionalismo, para referirse a la articulación que hace el poder para incorporar a ciertos sujetos queer, en ese caso los gays “normativos”, y convertirlos en sujetos productivos para el Estado. Sara R. Farris en 2018 tuvo la clarividencia de extender el concepto de Puar para explicarnos las dimensiones del transodio, la islamofobia y la xenofobia al interior del movimiento feminista, el femonacionalismo.

Tanto Farris como Puar exponen los mecanismos de captura que refuerzan el engaño fundacional del Estado-nación, que nos intenta convencer de que, para garantizar la obtención de derechos de algún sector, debe ser a expensas de negárselos a otros.

Haríamos bien en mirar con recelo a quienes desde las plazas del poder se nombran feministas mientras replican discursos de odio y desinformación contra la comunidad trans, que impulsan iniciativas legislativas en contra de derechos reproductivos, que tildan de “racistas y clasistas” a aquellas que ocupan el espacio público como campo de protesta, y ponen el cuerpo cada día en ello. Miremos con recelo a quienes se alían con antiderechos, con militaristas, con apologistas de la represión; no permitamos que usen la lucha feminista para arrebatar más derechos y defender privilegios. Miremos con recelo y actuemos en resistencia frente a quienes se niegan a reconocer las existencias de aquellas que han sido estructural y sistemáticamente borradas, marginalizadas y violentadas.  

#LasMujeresTransNoMeBorran 

La justa rabia

Las tareas de cuidados siguen estando fuera del foco de las políticas y el debate público. El impacto de la pandemia iluminó la urgente necesidad de acercarnos a lo cuidados reconociéndolos como un trabajo, remunerado o no, necesario e indispensable para la subsistencia de la sociedad, y profundamente atravesado por dimensiones de clase. En días recientes, a ambos lados del Atlántico se están dedicando sendas jornadas para debatir y construir en colectivo un modelo que ponga a los cuidados en el justo centro de su relevancia. En la Universidad de Valencia, en España, durante la 8ª Jornada Internacional de Innovación sobre Libros Ilustrados y Cómics expertos de diversos países debatieron sobre las narrativas culturales de cuidados, corresponsabilidad y conciliación. En México, la UNAM lleva a cabo su Seminario permanente sobre necesidades y problemas sociales en México: “Trabajo de cuidados en contextos de desigualdad social” el cual se realizará todos los martes de marzo, abril y mayo, y será retransmitido en línea.