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La necia rebeldía del Zócalo

Cientos de miles de personas en plazas de la mayor parte del país tomaron la calles para defender a una institución: al INE. | Roberto Rock L.

Escrito en OPINIÓN el

La discusión pública de este domingo estuvo dominada por el mismo fenómeno expresado durante la marcha de noviembre pasado: cientos de miles de personas que en plazas de la mayor parte del país tomaron la calles, no para elevar demandas de carácter personal o gremial, condenar la inseguridad o la carestía –exigencias mucho más a la mano–, sino para defender a una institución, al Instituto Nacional Electoral (INE).

La vena popular del presidente Andrés Manuel López Obrador, su indudable carácter de político “teflón” –cuya popularidad no acusaba daño alguno–, pareciera encontrar, otra vez, un muro que no exhibe grieta alguna pese a decena de “mañaneras”, burlas e insultos. Parafraseando al propio mandatario, el vuelo en defensa del INE ha podido cruzar el pantano de la propaganda negra y salir sin mancha.

Otro hecho insólito se expresó este domingo 26 de febrero en el Zócalo: la certeza contundente de que el Poder Judicial de la Federación, y la Corte en concreto, son actores centrales en la defensa de un asunto esencial para un ancho segmento de la población. Ni una década de campañas de publicidad habría tenido mayor efecto sobre la legitimidad de la Corte entre nosotros. Y resultó también singular que el orador más significativo fuera José Ramón Cossío, ministro en retiro, con un mensaje que reiterada, machaconamente, llamó a la mesura, el respeto y la cordialidad entre todos

La concentración dominical no encaraba a Palacio Nacional, ni siquiera el edificio sede del gobierno capitalino. La mirada caía sobre el inmueble que alberga al máximo tribunal de la nación, del que se espera una resolución en breve, no a la luz de amparos concedidos por tribunales federales –que comienzan ya a menudear–, sino a partir de las acciones de constitucionalidad surgidas del Congreso de la Unión, por ejemplo. Tendremos pronto la expresión de lo que los estudiosos llaman “el gobierno de los jueces”.

Lo que resiste, apoya”, gustaba decir Jesús Reyes Heroles, hijo de exiliados españoles, ideólogo del PRI en su época de mayor arraigo social. Pero también, uno de los mayores estudiosos de la evolución de las libertades en México.

Muchos pensarán que ya es muy tarde, que los seres humanos no cambian, mucho menos las ideologías. Pero López Obrador podría entender que la resistencia de amplios sectores en favor del INE y lo que éste representa –más allá de los servidores públicos que lo conducen temporalmente–, ha cobrado un arraigo con la dimensión suficiente para descarrilar los eventuales logros que pueda heredar la actual administración presidencial, incluso más allá del término del actual sexenio. No comprenderlo y, peor aún, montarse en su obcecación, puede hacer que la memoria de este gobierno solo quede ligada a un mayor ensanchamiento de la grieta que puede jalonear al país hacia un precipicio. 

El autor de este espacio acompañó a la multitud que desbordó el espacio del Zócalo de la Ciudad de México –escenario de rebeldías históricas– y se extendió a lo largo de calles aledañas hasta muy probablemente superar el número de 200 mil asistentes, si se consideran reportes de quienes han hecho cálculos precisos de la plaza y el número de personas que puede caber en 10 metros cuadrados cuando sus cuerpos se rozan por momentos –literalmente, codo a codo–. Y así estuvieron ayer. 

Por segunda ocasión, cientos de miles de ciudadanos se sintieron convocados no por la variopinta pléyade de agrupaciones autopromocionadas como “organizadoras” de esta concentración. El desfile de familias, de adultos mayores, en su mayoría con perfil de clase media, no parecía atender a ninguna logística que no fuera la alegría por verse de nuevo gritando y contando al unísono el himno nacional.

¿Acarreados? Si, algunos, los que hayan ocupado los autobuses aparcados sobre algunas calles periféricas, de los que bajó gente uniformadas con camisetas y pancartas idénticas. Pero su número se diluía en la multitud, a la que se acercaron también pequeños grupos de jóvenes con carteles también previamente diseñados, con lemas como “No se toca al INE, no se toca a Calderón, no se toca a García Luna…”. 

Este tipo de provocaciones pasó virtualmente desapercibido, pues la masa compacta no permitía exhibir más que algunos banderines, especialmente los que ingeniosos comerciantes ambulantes vendieron por cientos en las calles que convergen en el Zócalo. Lo que menudearon fueron los apretones y sofocones, que afectaban especialmente a gente de la tercera edad. Fue posible presenciar a un grupo de concurrentes que aplaudía a los tripulantes de la ambulancia Mx226-1, del ERUM, cada vez que de la misma descendían personas tras haber sido atendidas. “No me aceptaron ni una propina”, decían de los paramédicos.

Todavía seguía llegando gente a la zona cuando inició el canto del himno nacional. Los gritos se habían desvanecido. Lo mismo aquellos en defensa del INE y de la democracia, como los que reclamaba “fuera AMLO”. Porque en estos desahogos una multitud culpa de muchos de sus males al gobierno en turno. No a los del pasado. Y con casi cinco años en ejercicio, López Obrador es cada vez más parte del pasado.