GOBIERNO DE MÉXICO

¿Punto de partida o, eterno retorno?

El documento de las élites parece la guía de un programa de inversiones para un conglomerado empresarial. | Teresa Incháustegui

Escrito en OPINIÓN el

Se ha dicho desde Humboldt (1803) que el problema de México son sus pobres. Ciertamente la pobreza ha sido un largo y pesado legado del pasado colonial, del esclavismo y sobre explotación de trescientos años de opresión colonialista. Pero no lo hemos hecho mejor como país independiente. En realidad, el problema de México han sido sus élites. No ha sido suficiente el lustre, la educación, la buena nutrición, el amplio mundo, las oportunidades de las que gozan, para hacer que estos reducidos segmentos de la población sientan a sus congéneres pobres como suyos. Como parte de la misma matria y patria que comparten. Los blanquitos o blanqueados como diría Bolívar Echeverría siempre han querido y hecho “casa aparte”.

En el siglo XIX sus diferencias y querellas (centralistas-federalistas; liberales-conservadores) llevaron al país de un lado a otro por más de cincuenta años. San Google dice (para pronta referencia) que entre 1821 y 1857 se ensayaron la monarquía constitucional, la república federal, la república central. Se crearon cuatro poderes en vez de tres; se promulgaron la Constitución Federal de 1824, la Constitución centralista de 1836, llamada Las Siete Leyes, las Bases Orgánicas de 1843 y, finalmente la Constitución Federal de 1857, que justamente es el ensayo más costoso en términos de pobreza y exclusión social. Buscaron hacernos parte de principados e imperios y clamaron por extranjeros blancos para ocupar las tierras de los pueblos originarios en sus búsquedas del progreso material y “mejoramiento de la raza”. En suma, siempre hablaron por ellos y entre ellos.

La revolución mexicana fue el campanazo con el que los pueblos y la raza de bronce se hicieron de la historia y a la presencia de lo público. Plasmaron sus anhelos en el 4º, el 27 y 123 constitucionales, en una patria mestiza. Plasmaron el sueño de la igualdad entre todos los mexicanos que fue inspiración de varias generaciones de maestras, maestros, médicos, enfermeras, ingenieros, abogados, etc., hasta que las nuevas elites se mezclaron, casaron y asociaron con las viejas y todo volvió a la antigua normalidad: corrupción y privilegios para unos cuantos, desprecio y olvido para los demás.

Las élites mexicanas solo han visto por ellas y para ellas. El documento Punto de Partida presentado hace unos días por un grupo de hombres y mujeres que vienen siendo parte de las élites políticas, algunos desde hace medio siglo, pinta de cuerpo entero su incapacidad para mirar fuera de sí mismos. Su convocatoria consiste en colocar seis puntos (medio ambiente y recursos naturales, fuentes de energía modernas y sostenibles, agua potable, transporte colectivo y Pemex) que más que indicar un compromiso político por las causas populares y los problemas de fondo de las y los mexicanos, parecen una guía de un programa de inversiones para un conglomerado empresarial.

México y los y las mexicanas estamos hoy en un momento especialmente complejo y crucial de la historia, arrastrando saldos sociales, educativos, de salud, de medios y modos de vida, de perspectivas de futuro, que ningún proyecto anterior o actual de estas élites ha abordado ni asumido seriamente. 

El proyecto neoliberal que siguió a la debacle de los gobiernos de la revolución traicionada, sólo pensó y construyó futuro para un pequeño grupo. Dejando a su suerte a todos los demás. El principal recurso para ingresar a la globalización a partir del TLC, que fue la mano de obra joven mexicana, fue excluido de las negociaciones; expulsado de la puerta principal para que ingresara por la cocina. No se formularon políticas de formación, educación, salud, vivienda digna, salarios y condiciones de trabajo dignos, transportes dignos, deporte, esparcimiento digno y cultura para todos y todas. Se dejaron al garete a las nuevas generaciones. Y hoy tenemos el panorama más desolador posible con nuestros jóvenes, con enfermedades degenerativas a muy corta edad, carentes de recursos para ser empleados, caídos en las garras de las adicciones o la criminalidad. Hoy tenemos un sistema educativo arruinado, un sistema de salud tembeleque, periferias urbanas ensalobres, pueblos envilecidos por la presencia cotidiana y arraigada de criminales y, un desaliento generalizado porque no se ve rumbo claro.

Nuestras élites no pueden ni deben seguir creyendo que el infeliciaje no cuenta, que son solo ellos, los blanquitos, educados y decentes, los que deben debatir y hablar de lo que les interesa y confeccionar su proyecto de país a la medida de sus limitadas visiones. Y en esa ignorancia cae el Punto de Partida. A las claras se nota que son dirigentes o liderazgos de partidos que hace tiempo han dejado de representar o estar mínimamente vinculados a las luchas, pesares y aspiraciones de los trabajadores del campo y de las ciudades, a las capas medias, a las y los jóvenes. Es hora de que vayan reconociendo que por esa vía no hay salida, ni siquiera para las élites.