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Ebrard y Pompeo: historia de diplomacia salvaje

Andrés Manuel López Obrador no había cumplido dos semanas de su triunfo cuando el 13 de julio de 2018 debió enfrentarse a la más dura y conservadora del gobierno de Donald Trump: Michael R. Pompeo | Roberto Rock.

Escrito en OPINIÓN el

El entonces presidente electo Andrés Manuel López Obrador no había cumplido dos semanas de su triunfo en las urnas cuando el 13 de julio de 2018 debió enfrentarse a la más dura y conservadora del gobierno de Donald Trump, encarnada en el secretario de Estado, Michael R. Pompeo. Esa cita y de lo que ella se derivó marca a fuego la política diplomática mexicana y ha escrito una de las páginas más complejas de la actual administración.

 

Hasta la modesta casa de transición de AMLO, en el 216 de la calle Chihuahua de la colonia Roma, llegó Pompeo ese día al frente de una docena de colaboradores y empleados de la embajada, transportados en 20 camionetas blindadas con placas diplomáticas y la cobertura de al menos un helicóptero. La comitiva incluyó a Ivanka Trump, hija del gobernante norteamericano, y a su esposo Jared Kusner, el asesor con amplísimo poder, canal clave de acceso a la Casa Blanca del gobierno Peña Nieto (y que lo sería luego con Palacio). 

Pompeo declararía que se trató de una reunión de “vecinos, socios y amigos”. Pero aquello  pareció más un desembarco ante AMLO y sus colaboradores,  quienes tardarían aún casi cinco meses para tomar posesión real de sus cargos. Tras las fotografías protocolarias, todos ellos entendieron que la misión de Pompeo era colocarles un pie al cuello.

La fama como “halcón” del trumpismo de Pompeo estaba sobradamente demostrada. Político nacido en California pero con arraigo en Kansas, se forjó en los movimientos más conservadores del Partido Republicano, en particular el llamado “Tea Party” que incubó la tendencia ultraderechista de la que emergió Trump. Como representante (diputado) por Kansas en el Capitolio (2011-2017), su labor legislativa se inclinó al servicio de sus principales benefactores, la familia Koch, propietaria de un emporio petrolero y minero, entre otros negocios. Los primeros 16 meses del gobierno Trump fue director de la CIA, favorable al espionaje masivo contra los ciudadanos. 

Esa experiencia descarnada sobre el costo de dormir junto a un elefante -el mayor imperio global todavía hoy- fue compartida por López Obrador con los futuros titulares de las secretarías de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard; de Hacienda, Carlos Urzúa; Economía, Graciela Márquez; Seguridad, Alfonso Durazo; el negociador de la nueva etapa del ahora T-MEC, Jesús Seade, y Martha Bárcena, propuesta como embajadora en Washington, para México el país la más importante en el mundo. 

En su libro “No ceder ni un ápice”, publicado más de tres años después para acompasar los tiempos de la política estadounidense, Pompeo asegura que impuso condiciones a Ebrard desde aquel 2018 para aceptar un tratado de “tercer país seguro”, condición que obligaría a México, en forma permanente e inflexible, a albergar en territorio nacional a decenas, quizá cientos de miles de solicitantes de asilo en Estados Unidos, que serían regresados por la frontera.  Ebrard discrepó de esa versión en un amplio comunicado.    

De acuerdo con testimonios de asistentes al encuentro de julio de 2018, este mismo cabildeo fue ejercido en paralelo por la secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen -promotora del muro fronterizo y de la separación de familias migrantes-, quien fuera del registro oficial soltó en los oídos de Martha Bárcena la consulta sobre si México aceptaría tal condición.

El 19 de marzo de 2019, a cuatro meses de iniciado el gobierno, la ya entonces secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, viajó a Miami, EU, para negociar con Nielsen condiciones de las deportaciones de migrantes desde territorio norteamericano. No se pusieron de acuerdo ni en el número ni en las ciudades por dónde se les expulsaría. Nielsen pretendía al menos el doble, en cada tema. Muy por encima de la directriz que le había sido marcada a la funcionaria mexicana.  

En lo que pareció un recurso teatral, la poderosa secretaria de Seguridad Nacional le dijo a Sánchez Cordero: “Si no logro esto, seré despedida al regresar  a Washington”. Su interlocutora guardó silencio. Tres semanas después, el 8 de abril, Nielsen anunció su renuncia. “Es el momento correcto para hacerse a un lado”, dijo. Trump se mostraba implacable. Y  entonces dobló la apuesta. Lo que vino fue una racha de presiones mayores y amenazas abiertas del gobierno Trump (incluida la posible imposición de aranceles a productos mexicanos). 

Una historia aún no escrita sobre este estilo de diplomacia salvaje deberá dar cuenta del esquema establecido en consecuencia por López Obrador: una secuencia de acuerdos internos personales, secretos y directos, especialmente con Ebrard, sobre cómo actuar, con la exclusión de otros funcionarios, entre ellos Sánchez Cordero y Martha Bárcena. Esto supuso encomiendas extraordinarias para Ebrard, como el manejo de la política migratoria, que corresponde formalmente a Gobernación. El balance que esta historia genere, en cortes de tiempos y circunstancias, supondrá mérito o desmedro para la imagen de ambos. 

El “momento” que impuso el libro de Trump fue aprovechado por Bárcena para reiterar su animosidad hacia Ebrard, que se ha extendido desde antes del inicio del gobierno de AMLO. El pasado 14 de febrero, por primera ocasión frente a un largo listado de señalamientos, Ebrard reviró a Bárcena desde la “mañanera”, con acidez y, debe suponerse, también con el aval de Palacio. La embajadora replicó a su vez, dejando sin embargo a buen resguardo al Presidente, que la mantuvo apenas 27 meses en Washington y luego, con la llegada de Joe Biden, forzó su “jubilación”.   

En diciembre de 2019 ambos gobiernos anunciaron el programa “Quédate en México”, que sólo en su primer año impuso el abrigo en territorio nacional de 71 mil solicitantes de asilo, entre ellos muchos niños, niñas y personas con discapacidad o con enfermedades crónicas. En octubre de 2022, cuando los refugios fronterizos estaban saturados y el flujo de deportados generaba inestabilidad a ambos lados de la frontera, se anunció su suspensión como parte del compromiso del gobierno Biden para cancelar el llamado Título 42 establecido por Trump, que permite expulsiones compulsivas de migrantes. Tras estar apenas semanas cancelado, el Título 42 fue repuesto por orden judicial, lo que acompaña un endurecimiento general en las negociaciones de toda la agenda binacional entre los gobiernos Biden-AMLO. La pesadilla continúa. (rockroberto@gmail.com).